A unos meses del 5 de noviembre cualquier persona sensata del mundo debiera estremecerse por lo que esta fecha puede deparar. Más de 230 millones de estadounidenses pudieran acudir a las urnas para elegir presidente y los dos casi seguros candidatos, el demócrata Joe Biden —si algún imponderable sale en su camino—, y el republicano Donald Trump —garantizado con la retirada del también ultra Ron DeSantis, porque la Nikki Haley, como el cometa homónimo, será de período corto—, son portadores de la inseguridad internacional.
Por supuesto, los problemas y logros internos —sobre todo en la economía familiar— determinarán la marca que pongan en la boleta y el peso en la balanza. Como eso se traduce en el complicado y nada democrático método de elección por un colegio electoral que suma los votos proporcionales de cada estado, ello llevará inexorablemente a un repitente en la Casa Blanca.
Pero la política de Estados Unidos repercute en el resto del planeta, y el resultado nos preocupa a todos, porque tanto Biden como Trump son dos males conocidos, no por conocer.
Sabemos que apuestan por acciones bélicas para favorecer la industria militar con su carga destructiva, de muerte e incapacidad, o por una política de selectivas, unilaterales e ilegales sanciones, y en ambos casos contribuyen en demasía a una inestabilidad económica mundial que se reproduce desde los años más recientes, en detrimento de las naciones menos desarrolladas y con multimillonarias ganancias para un minúsculo grupo de la población terrícola, el conocido como el uno por ciento. El 99 restante no contamos, aunque seamos los más.
Que conste, uno y otro de los probables rivales en los comicios usan también uno y otro de esos recursos imperiales, aunque Biden, tras la certeza de Trump como rival por su categórica victoria en las primarias republicanas de Iowa, se apresuró a desligarse y escribió en X: «Estas elecciones somos tú y yo contra los extremistas trumpistas». Una gran falsedad en cuanto a la alianza que promete una vez más, y que no cumplió en esta etapa administrativa que está a punto de fenecer.
Lo peor son los factores que representan problemas mayores en la elección del 5 de noviembre, entre ellos la ceguera política existente en una buena parte de la ciudadanía estadounidense.
¿Quién en su raciocinio puede entender que mientras más acusaciones y procesos judiciales cerquen a Trump, gane más apoyo entre bases republicanas fanáticas que contribuyen a las amenazas violentas y ataques verbales contra oponentes políticos y hasta jueces, fiscales y periodistas que formula el pretendiente?
¿Cómo repetir voto a favor de un Biden que incumplió promesas de campaña de hace cuatro año y, en lugar de revertir las políticas trumpianas, caminó sobre sus huellas en los frentes económico, de inmigración, de crisis climática…?
Poco para elegir entre un resucitado insurrecto que subvierte a su propia nación y magulla la Constitución y la «democracia» Made in USA, y un marchito octogenario al mando que entrega los arsenales a cualquiera que inicie nuevas guerras.
No hay más contendientes en un sistema donde da igual rojo o azul, elefante o burro, republicano o demócrata. No hay aire para otras visiones en el comportamiento político estadounidense, aunque exigen variedad partidista a la otredad.
Será una pelea revancha en la cual parece haber un favorito a ganar, y sería ahora republicano, pero cualquiera que llegue a la Casa Blanca perderá el mundo. En una segunda era, un Tiranosaurio rex estará en el poder haciendo gala de sus comportamientos, voracidad y capacidades depredadoras.
Honestamente, no sé por dónde nos vendrá lo peor. Solo una esperanza, dinosaurios e imperios desaparecieron en algún momento de la historia, así que habría que acelerar su extinción…
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