The American Liberty League was born In 1934, just after the Great Depression and within the framework of Franklin Roosevelt's New Deal. It was an organization of multimillionaires nicknamed the “Millionaires’ Club.”
Under different forms and different names, this network of economic elites has never ceased its intervention in U.S. politics as it tries to expand and extend its corporate power. Since the 1960s, large fortunes have invested vast resources in a dense network of foundations, lobbies and think tanks — thus constituting the cultural and programmatic underpinnings of a conservative revolution, all with the stroke of a pen.
This tendancy has accelerated since the U.S. Supreme Court made it easier to increase campaign spending in 2010. The court’s decision ushered in the era of mega-donors, an unprecedented cycle of political spending with which billionaires and corporations have influenced politics as never before.
Donald Trump's 2016 election victory marked a further twist in the oligarchization of American politics. The exponential increase in campaign spending was accompanied by the phenomenon Dylan Riley defined as “neo-Bonapartist patrimonialism,” a model with little or no distinction between public and private interests, in which Trump conducted the presidency as if it were one of his personal businesses.
Further, Elon Musk, the richest man in the world, provided direct support to the most recent presidential campaign, investing enormous sums in Trump's candidacy at an estimated $300 million. Musk went as far as buying votes in key states, such as Pennsylvania, and used X, the social network he acquired in 2022, as a powerful weapon in favor of the current president. A study by professors Timothy Graham and Mark Andrejevic uncovered a structural change designed to expose users to the content Musk desired in the metrics of X's algorithm
Musk is not only the most powerful member of what is now a billionaires’ club of super-oligarchs, but also the most dangerous, not least because he has a political agenda to globalize a reactionary a reactionary worldview. The owner of X has proved he has the privilege to shape the world to suit himself, both in terms of his economic interests and his ideological leanings. Not satisfied with merely influencing U.S. elections in favor of Trump, he has made it clear that this is only the beginning.
Accordingly, Musk did not hesitate to interfere directly in German elections, using X to amplify the voices of the extreme right. He interviewed far-right candidate Alice Weidel and participated in Alternative for Germany election events, justifying his participation in the German election debate as an investor. In 2022, Musk inaugurated the largest Tesla production plant in Europe on the outskirts of Berlin, which he asserts makes it legitimate for him to influence events in the country, the largest economy on the European continent.
We cannot ignore that the AfD, in addition to its xenophobic platform of mass expulsion of migrants, defends lowered taxes, economic deregulation and a rapprochement with Russia, positions that not only agree ideologically with those of Musk, but also favor his economic interests.
Trump's reelection has elevated Musk. Not only is he the richest person in the world, but he is now one of its most politically influential figures. He has become the most visible face of the new billionaires' club, which seeks to restore a savage capitalism where the laws of the market take precedence over social rights. In short, the billionaires will try to suppress what Karl Marx called “the victories of the political economy of labor” in order to reinstate the political economy of capital.
Within the framework of a prolonged structural crisis in global capitalism, political control of state agencies offers a unique opportunity to easily finance the accumulation of capital by the ultra-rich and their corporations.
The billionaires’ club understands the enormous power inherent in its hegemony: They own the communication networks and the mechanisms through which their narcissistic alienation controls daily life for people. And they are not hesitating to fiercely engage in a genuine revolution of the most privileged.
En 1934, justo después de la gran crisis y en el marco del New Deal de Roosevelt, nacía la Liga Americana de la Libertad, organización de multimillonarios que fue bautizada con el sobrenombre de “sindicato de los millonarios”. Con distintas formas y nombres, esta red de élites económicas nunca ha dejado de intervenir en la política de EU, intentando ampliar y extender su poder corporativo. Desde los años 60, grandes fortunas han invertido ingentes cantidades de recursos en una tupida red de fundaciones, lobbies y think tanks que sentaron las bases culturales y programáticas de la revolución conservadora, todo ello a golpe de talonario.
Una tendencia que se ha acelerado desde que, en 2010, la Corte Suprema de Estados Unidos facilitó el aumento del gasto en las campañas electorales. Esta decisión inauguró la era de los megadonantes, un ciclo de gasto político sin precedentes en que los millonarios y las corporaciones influyen en la política como nunca. La victoria de Donald Trump en 2016 supuso una vuelta de tuerca más en la oligarquización de la política estadunidense. Al aumento exponencial de los gastos de campaña se sumó el fenómeno que Dylan Riley definió como “patrimonialismo político”, modelo con poca o ninguna distinción entre los intereses públicos y privados, en el que Trump ejercía la presidencia como si fuera una de sus empresas personales.
En la última campaña presidencial de EU hay que añadirle el concurso directo de Elon Musk, el hombre más rico del mundo, quien no sólo ha invertido enormes sumas en apoyar la candidatura de Trump –se estima que unos 300 millones de dólares, incluso llegando a comprar votos en estados claves como Pensilvania–, sino que también ha utilizado X, la red social que adquirió en 2022, como una potente arma electoral en favor del hoy presidente. En este sentido, un estudio de los profesores Timothy Graham y Mark Andrejevic ha revelado un cambio estructural en las métricas del algoritmo de X desde enero de 2024, diseñado para exponer a los usuarios al contenido que Musk deseaba.
Musk no sólo es el más poderoso de estos superoligarcas del “sindicato de los millonarios”, sino también el más peligroso, sobre todo porque tiene una agenda política para la internacionalización de una visión reaccionaria del mundo. El dueño de la plataforma X ha demostrado tener el privilegio de moldear el mundo a su medida, tanto en lo que respecta a sus intereses económicos como en sus tendencias ideológicas. No satisfecho con influir en las elecciones estadunidenses a favor de Trump, ha dejado claro que esto es sólo el principio.
Así, Musk no ha dudado en interferir directamente en las elecciones alemanas, utilizando X para amplificar las voces de la extrema derecha. Ha entrevistado a la candidata ultraderechista Alice Weidel y ha participado en actos electorales de Alternativa para Alemania (AfD), justificando su participación en el debate electoral alemán desde su posición como inversor. En 2022, Musk inauguró en las afueras de Berlín la mayor planta de producción de Tesla en Europa, lo que, según él, le otorga legitimidad para influir en la situación del país, la mayor economía del continente europeo.
No podemos obviar que la AfD, además de sus propuestas xenófobas de expulsión masiva de migrantes, defiende impuestos bajos, desregulación económica y un acercamiento con Rusia, posturas que no sólo concuerdan ideológicamente con Musk, sino que también favorecen sus intereses económicos.
La victoria de Trump ha encumbrado a Musk no sólo como la persona más rica del mundo, sino también como una de las figuras más influyentes políticamente. Se ha convertido en la cara más visible del nuevo “sindicato de los millonarios”, cuyo objetivo es restaurar un capitalismo salvaje donde las leyes del mercado primen sobre los derechos sociales. En definitiva, un intento de suprimir lo que Marx llamó “las victorias de la economía política del trabajo” para reinstaurar la economía política del capital.
En el marco de la prolongada crisis estructural del capitalismo global, el control político de los aparatos estatales aparece como una posibilidad única para facilitar y financiar la acumulación de capital de los ultrarricos y sus corporaciones. El “sindicato de los millonarios” ha comprendido el enorme poder que les otorga la producción de hegemonía como dueños de las redes de comunicación y mecanismos de alienación narcisista que controlan la vida cotidiana de la gente, y no están dudando en ejercerlo con toda su intensidad en una auténtica revuelta de los privilegiados.
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