Tuesday, November 4 will be long-remembered by many of us. Not only because it marks an end to the fateful government of George Bush, but because of the many faces filled with hope and moist with tears that were captured by the panning cameras at the mass victory rally in Chicago. It was not just about the end of an administration period but of an era.
In effect, since the boycott of segregated buses in Alabama during 1955 and the 1968 Martin Luther Kings speech, 'I Have a Dream', the long road traveled by the United States to accept its diversity and promote equal rights for everyone, regardless of skin color, it was impossible to think that a North American president could be one of African descent. Thus, when the Democratic president Lyndon B. Johnson signed the Voting Rights Act and promoted desegregation in schools and buses, the United States began a process that explains the present election.
Johnsons decision cost the Democratic Party a substantial part of its social base, composed earlier of small businessmen and racist-minded white farmers who feeling betrayed turned to the Republican Party. Since then, with the exception of Jimmy Carter and Bill Clinton, a long Republican period ensued, of which the high point was Ronald Reagan. This period brought together a coalition of Christian right, neo-liberals and the industrial military petroleum conglomerate that has dominated politics in that country since the eighties, and in the last eight years as a caricature. Unilateralism as international policy, a military solution to conflicts, deregulation of the economy, anti-immigration policies, and elimination of affirmative action policies were some of its recurring themes.
In order to return to rule with strength, the Democratic Party had to reinvent itself. In this sense, the election of Barak Obama is much more than the election of an African-American politician, although symbolically, it represents the new era. On the one hand, it represents a coalition that is the United States today, composed of blacks, Latinos, whites, Asians, but also the new faces of the civil rights movements: of women, environmentalists, people of different sexual orientation, slow food". It is also an expression of the new North American economy based on communication technologies and the green industry, as well as of liberal intellectuals such as Krugman and Friedman, writers like Roth and entertainers such as Oprah or George Clooney.
What are the new themes that an Obama presidency brings? Well, first of all, the re-evaluation of the role that the state plays as the driving force of development processes. The recent Wall Street bankruptcy demonstrated that de-regulation of the private sector is a recipe for disaster. Second, the idea that even the most powerful states, suffer in the long run without quality investment in education, health or technology innovation. Third, that no victory can come out of wars based on unilateralism, without international consensus, and that talking to everyone is not a sign of weakness. Fourth, that international civil society includes not only the business world, but the environment, labor rights, financial stability, and that these can be only settled in the multilateral arena. Fifth, that the strength of a country lies in building a sense of unity among those who comprise its diversity.
Obama
El martes 4 de noviembre quedará en la memoria de muchos de nosotros por largo tiempo. Ello no solo porque termina el aciago periodo de George W. Bush, sino también por esas múltiples caras de esperanza, muchas húmedas por lágrimas, que pudieron verse en las imágenes que el paneo de las cámaras exhibían, en la concentración de la victoria en Chicago. No se trataba solo del fin de un periodo gubernamental, sino de una época.
En efecto, desde el boicot a los buses segregados en Alabama en 1955 y el discurso de Martin Luther King de 1968, Tengo un Sueño, ese largo camino para que Estados Unidos acepte su diversidad y derechos iguales para todos y todas, independientemente del color de su piel, resultaba imposible pensar que un presidente norteamericano podría ser uno de origen africano. Así que, cuando el presidente demócrata Lindon B. Johnson decretó su Ley de Derecho al Voto y promovió la desegregación en escuelas y buses, Estados Unidos comenzó un proceso que explica esta elección.
Esa decisión de Johnson le costó al partido demócrata una parte sustancial de su base social, compuesta anteriormente por pequeños empresarios y granjeros blancos de mentalidad racista, que al sentirse traicionados, se volcaron hacia el partido republicano.
Desde entonces, con las solas excepciones de Jimmy Carter y Bill Clinton, comenzó un largo periodo republicano cuyo punto más alto fue Ronald Reagan. Este congregó esa coalición de derecha cristiana, neoliberales y el conglomerado industrial militar petrolero que ha dominado la política en ese país desde los ochenta y en forma caricaturesca, los últimos ocho años. El unilateralismo como política internacional, la solución militar de los conflictos, la desregulación de la economía, las políticas antimigración, la eliminación de las políticas de acción afirmativa fueron algunos de sus temas recurrentes.
El partido demócrata tuvo que reinventarse para poder volver con fuerza al gobierno. La elección de Barack Obama es en ese sentido mucho más que la elección de un político afroamericano, aunque ello simbólicamente representa los nuevos tiempos. Por un lado representa una coalición de lo que es Estados Unidos hoy, compuesta por negros, latinos, blancos, asiáticos; pero también de las nuevas caras de los movimientos de derechos civiles: de las mujeres, de los ambientalistas, de las personas con opciones sexuales diferentes, del slow food; también es expresión de la nueva economía norteamericana basada en las tecnologías de la comunicación y de la industria verde; así como de los intelectuales liberales como Krugman y Friedman, escritores como Roth y artistas como Oprah o George Clooney.
¿Cuáles son los temas nuevos que trae la presidencia de Obama? Pues en primer lugar, la revalorización del papel del Estado como conductor de los procesos de desarrollo. La quiebra reciente de Wall Street demostró que los privados desregulados son receta para el desastre. En segundo lugar, la idea de que sin inversión de calidad en educación, salud e innovación tecnológica los estados, incluso los más poderosos, pierden peso en el tiempo.
Tercero, que de guerras basadas en el unilateralismo, sin consensos internacionales, no puede salir ninguna victoria y que conversar con todos no es signo de debilidad. Cuarto, que lo público internacional incluye no solo el comercio, sino el ambiente, los derechos laborales, la estabilidad financiera y que estos solo pueden arreglarse en el campo multilateral. Quinto, que la fuerza de un país está en construir un sentido de unidad entre quienes lo componen en su diversidad.
LUNES | 10 de noviembre del 2008 | Guayaquil, Ecuador
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