Political instability and terrorist attacks define the situation left by the U.S. in Iraq.
Tomorrow, the official presence of the United States in Iraq will end — seven years after American troops invaded the country in March of 2003 and after leaving an immense trail of dead bodies (almost 150,000 Iraqis and some 5,000 allied soldiers) and an explosive political situation. The biggest withdrawal of troops since President Barack Obama came to power has been carried out gradually, and a few days ago the remaining combat units exited through Kuwait. 5,000 U.S. troops will remain, but their assignments will not include combat missions; instead, they will involve instructing and assisting Iraqi forces. In doing so, Obama fulfills his campaign promise to end the war that Bush and his allies justified with the excuse of the threat of weapons of mass destruction that were never found.
A few days after the last U.S. military division left, a chain of terrorist attacks left 64 dead and 300 wounded. The message was clear: The insurgency continues in Iraq and has the necessary resources to continue striking with tremendous force. It does so every day, and the constant drizzle of victims (500 dead in July — traffic guards, judges, police officers…) confirms that peace in Iraq is no more than a pipe dream. The end of Saddam Hussein’s dictatorship, the arrival of democracy, and the successes that promoters of the war continue to tout remain shadowed when one remembers that almost six months after the last election, a government has not been elected. It seems unlikely that the two winning factions, Prime Minister Nouri al-Maliki’s moderate Shiites (89 seats) and the Sunnis that support Ayad Allawi (91 seats), will arrive at some agreement. A pact with the third party, the Islamic Supreme Council of Iraq, would represent a victory for Iran, which would further complicate the situation.
The political instability, sustained in an old sectarian rivalry — in the same way that tensions between Arabs and Kurds remain in the north — is the consequence of a country in ruins: widespread corruption, an alarming lack of services (electricity, in most cases, functions for only four hours a day), immense levels of unemployment (estimates indicate that half of the workforce is unemployed), and destroyed agriculture, health and education services. Not to mention the several Sunni, Shiite and Kurd militias that the war leaves armed and ready to take control of the state.
Inquietante futuro
La inestabilidad política y los ataques terroristas definen la situación que EE UU deja en Irak
30/08/2010
Mañana termina de manera oficial la presencia de Estados Unidos en Irak, siete años después de que sus tropas invadieran el país en marzo de 2003 y tras dejar atrás un inmenso reguero de cadáveres (casi 150.000 iraquíes han muerto y unos 5.000 soldados aliados) y una situación política explosiva. La retirada de la mayor parte de los efectivos que se encontró el presidente Obama cuando llegó al poder se ha ido realizando progresivamente, y hace unos días salían hacia Kuwait las últimas unidades de combate. Han quedado 5.000 soldados, pero su tarea no será ya, formalmente, la de combatir sino la de instruir y ayudar a las fuerzas iraquíes. Obama cumple así su promesa de terminar una guerra que no era suya y que Bush y sus aliados justificaron con la excusa del peligro de unas armas de destrucción masiva que no se encontraron nunca.
Pocos días después de que saliera la última división de Estados Unidos, una cadena de atentados terroristas dejó en el país un saldo de 64 muertos y 300 heridos. El aviso era diáfano: la insurgencia sigue allí y con los recursos suficientes para seguir golpeando con fuerza. Lo hace cada día, y ese goteo incesante de víctimas (500 muertos en julio: guardias de tráfico, jueces, policías...) confirma que la paz no es en Irak más que una quimera. El final de la dictadura de Sadam Husein y la llegada de la democracia, los logros que defienden los promotores de la guerra, quedan ensombrecidos cuando se constata que casi seis meses después de las últimas elecciones todavía no se ha elegido Gobierno: no hay manera de que las dos fuerzas ganadoras, los chiíes moderados del primer ministro Nuri al Maliki (89 diputados) y los suníes que apoyan a Iyad Allaui (91 escaños), consigan llegar a algún acuerdo. Un pacto con la tercera fuerza, el Consejo Supremo (ISCI), significaría un triunfo de Irán, lo que complicaría aún más las cosas.
La inestabilidad política, que se sostiene en una vieja rivalidad sectaria -del mismo modo que permanece en el norte la tensión entre árabes y kurdos-, es la corona de un país en ruinas: corrupción generalizada, alarmante falta de servicios (la energía eléctrica, en el mejor de los casos, funciona cuatro horas al día), inmensa desocupación (se habla de la mitad de la población activa en paro), destrucción de la agricultura, la sanidad y la educación... Y con unas milicias (suníes, chiíes, kurdas...), que la guerra deja armadas y dispuestas a tomar el poder.
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