Neither Seen Nor Heard

Published in El País
(Spain) on 18 January 2015
by Soledad Gallego-Díaz (link to originallink to original)
Translated from by Pedro Garcés Satué. Edited by Eva Langman.
Obama has made the first major call for unions to fight for a way out of the crisis in a more just way.

One of the most striking things in Spain, where 5 million people are unemployed — 40 percent, if we just take into account the people under 25 who want to work — is the virtual disappearance of unions as one of the main characters and social interlocutors. We hardly see any labor unionists on TV or radio talk shows. They do not appear in interviews; nobody writes about them in the opinion sections of digital or traditional papers. We do not hear from them; we do not see them.

From their point of view, they are being ignored. Any other analysis would suggest they lack skills to impose their presence within the public sphere, even when unemployment is being discussed. They are disreputable, and they seem to lose contact with reality, as if they were bureaucratized and demobilized. Most times, when their main leaders show up, we can see them with the president or the ministers, alongside managers, or in a few essential symbolic ceremonies taking place every season. That is to say, they are petrified.

It is not entirely a Spanish problem. It is clear that corruption cases affecting Spain’s main labor unions, the General Union of Workers, and to a lesser extent, The Workers’ Commissions do not help, so we must keep an eye on the opinions and analyses made by union representatives, who are not regarded with esteem.

The problem can also be found in almost every industrialized country, although not in the same way. In the Nordic countries and Germany, [the problem] fades away since the official presence of unions in companies and politics — the current Swedish prime minister being a unionist — makes their voice almost compulsorily heard in any sphere. However, if we set these peculiar cases aside, the truth is that unions have faced what seems to be the worst financial crisis in 100 years. They have even lost their prominence.

The causes are different and complex: The working environment has changed at breakneck speed in the developed countries. Millions of permanent jobs have disappeared or turned into part-time or temporary jobs. Employee turnover is much higher. Millions of self-employed workers exist now. In many cases, this brutal phenomenon is followed by cuts in labor law and an astonishing reduction of the gross domestic product in those countries.

Certainly, these are not easy circumstances. However, the stagnation of unions in countries such as Spain, where job and wage crises are so deep, is striking. As predicted by Nobel Prize winner Joseph Stiglitz, if economic growth does not manage to reach the necessary levels to prevent economic stagnation in Europe, who will represent the interests of those who are self-employed, or those with temporary contracts, whose income is almost below the poverty line?

It is funny to see that it is in the United States, in the Western world, where the main appeal has been made for unions to be restored and achieve the bargaining power necessary to get out of the crisis in a more just way. In a recent speech, President Obama encouraged unions to gather more members and fight for a greater role in the same direction the companies and the economy are taking.

[We need] strong and flexible unions that understand what is happening. This is what David Rolf, 44, a young, polemical, and very active unionist is claiming. He is becoming popular in the United States by leading an almost door-to-door movement against low wages. Rolf has gotten unionists to stand up for the $15-an-hour minimum wage just when Obama raised it from $7.25 to $10.10.


Obama ha hecho el primer gran llamamiento a que los sindicatos peleen por una salida de la crisis menos injusta

Una de las cosas más sorprendentes en España, un país con cinco millones de parados, un 40% si se tiene solo en cuenta a los jóvenes menores de 25 años que quieren trabajar; un país, además, con una notable devaluación de salarios, es la práctica desaparición de los sindicatos como uno de los protagonistas e interlocutores sociales. No hay sindicalistas en ningún plató de televisión, en casi ninguna tertulia radiofónica, no aparecen en las entrevistas ni en las secciones de opinión de los diarios, digitales o tradicionales. No se les oye, no se les ve.

Desde su punto de vista, se les ignora. Desde cualquier otro análisis, no tienen la menor capacidad de imponer su presencia en la plaza pública, ni tan siquiera cuando se habla de paro y de empleo, porque están desacreditados y parecen desconectados con la realidad, burocratizados y desmovilizados. Cuando asoman sus principales dirigentes es, casi siempre, en compañía del presidente del Gobierno o de sus ministros, con dirigentes de la patronal o en los pocos e imprescindibles actos simbólicos de cada temporada. Es decir, petrificados.

No se trata exclusivamente de un problema español, aunque es evidente que los casos de corrupción que afectan a la Unión General de Trabajadores (UGT) y, en menor medida, a Comisiones Obreras (CC OO) no ayudan ni lo más mínimo a que los portavoces sindicales sean contemplados con aprecio o a que se esté pendiente de sus análisis y opiniones.

El problema está presente en casi todos los países industrializados, aunque en diferente medida. En los países nórdicos y en Alemania se diluye porque la presencia sindical en la propia dirección de las empresas y en la dirección política del país (el actual primer ministro sueco es un sindicalista) está tan institucionalizada que su voz se oye casi de manera obligatoria en todos los escenarios de discusión. Pero, dejando al margen esos casos, digamos peculiares, la realidad es que los sindicatos han afrontado la que parece ser la peor crisis económica en 100 años con una pérdida importantísima de protagonismo.

Las causas son también diversas y complejas: el mundo del trabajo ha cambiado en los países desarrollados a una velocidad de vértigo, con la desaparición de millones de empleos fijos, trastocados en trabajos parciales o temporales, con una alta rotación, y la irrupción de millones de trabajadores autoempleados, que no tienen patrón ni empleador… Un fenómeno brutal que ha llegado, en muchos casos, acompañado de recortes en el derecho laboral. Y, por supuesto, con una disminución asombrosa en la fuerza de las rentas del trabajo en el PIB de esos países, frente a las rentas del capital.

No son circunstancias fáciles, desde luego, pero, aun así, la parálisis sindical en países que experimentan crisis de empleo y de nivel salarial tan profundas como España sorprende. Si el crecimiento económico no logra alcanzar los niveles necesarios para evitar el estancamiento económico en Europa, como predice el premio Nobel Stiglitz, ¿quién representará los intereses del sector específico de la población integrado por esos empleados a tiempo parcial, con contratos temporales o incluso autoempleados, todos ellos con salarios casi en el umbral de la pobreza?

Es curioso que el principal llamamiento que se ha hecho en el mundo occidental a que los sindicatos se rehagan, y vuelvan a adquirir la fuerza negociadora necesaria para impulsar una salida menos injusta de la crisis, se haya producido en Estados Unidos. Ha sido el presidente Obama quien, en un reciente discurso, animó a los sindicatos a conseguir más afiliados y a pelear por tener un mayor papel en la dirección que toman las empresas y la economía.

Unos sindicatos fuertes, pero también flexibles, capaces de comprender lo que sucede, como predica un sindicalista joven (44 años), polémico y muy activo que se llama David Rolf y que se está haciendo famoso en Estados Unidos impulsando el movimiento contra los salarios de pobreza. Rolf ha lanzado a miles de sindicalistas a la defensa, casi casa por casa, de un salario mínimo de 15 dólares la hora, justo cuando Obama acaba de subirlo del miserable 7,25 con el que se encontró a 10,10 dólares.
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