A "safe space" brings to mind a place where children play peacefully or cyclists circulate without fear of autos. However, in many North American universities, the concept of a "safe space" has to do with the control of words and ideas. "Safe space" policies have been multiplying for years; they were created to guarantee an inclusive attitude in which no minority could feel discriminated against or offended.
A positive mission lies at its heart: creating a respectful environment in which everyone can participate and be heard. However, this policy is increasingly used to prevent someone from having to hear or debate ideas that could be uncomfortable to them. For this reason, more than a few observers regard this behavior as a threat to free speech precisely in the environment intended to open a student´s mind to new ideas and teach him the value of debate.
The "safe space" philosophy can be observed in the policy of Columbia University (in theory, a champion of liberalism) that asks students to place a notice in their dorm rooms declaring that "homophobia, transphobia, misogyny, racism, classicism and discrimination are not allowed," and that "no one should feel oppressed" during their interaction.
In practice, however, anyone can say he felt "offended" by certain words, which then closes the debate that was happening in class, the dorm or an activity. As the writer Wendy Kaminer says, "These days, when students talk about threats to their safety and demand access to 'safe spaces,' they’re often talking about the threat of unwelcome speech and demanding protection from the emotional disturbances sparked by unsettling ideas."
The fear that someone could feel upset or traumatized has also led to the proliferation of trigger warnings within course materials. These notices warn about certain "potentially traumatic" materials that could cause problems or episodes relating to a wide range of negative experiences (from racism to sexism to anti-Semitism). Thus, a lecture on Shakespeare's "The Merchant of Venice" must warn of its anti-Semitism, and a lesson on Mark Twain's "Huckleberry Finn" must be very cautious with its use of a racist word like "nigger." According to "safe space" policy, using a word in the context of a quote can be just as bad as using it in an abusive scream.
All of this creates a climate that the critics characterize as intellectual conformism and censorship. Their exasperation is reflected by a student at Columbia who labeled his room an "unsafe space" and posted a notice: "Whether you’re black, white, Latino, Asian, Native American, gay, straight, bi, transgender, fully abled, disabled, religious, secular, rich, middle class or poor, I will judge your ideas based on their soundness and coherence, not based on who you are."
But this reaction makes "safe spaces" advocates nervous. An open confrontation of ideas without taboos, which has always been a university trademark, could endanger the intolerance of the politically correct. In the end, a policy that raises the flag of universal acceptance ends up excluding certain debates and even sanctioning those who dare to elicit them.
The puritanism that was so reviled in the past returns to protect new victims. Certain words and certain ideas are discarded not through intellectual exchange, but instead through the destruction of the ideas themselves. Some words could hurt the feelings of certain groups, just as some others could have offended the ears of Victorian ladies in the past.
In this way, "safe spaces" become areas in which censorship is disguised as respect. The important thing now is that no one from any group feel upset in the face of ideas that could challenge their intellectual conformism or go against their lifestyle. This sensitivity creates a victim and then gives him the right to shut his opponent's mouth.
In the past, when a dissident faced the power of censorship, he at least had a rebel´s halo. Nowadays, in contrast, the person who challenges censorship is deemed intolerant. Orwellian Newspeak is the official language of "safe space" students.
Cuando un área es etiquetada como espacio seguro uno puede pensar que se trata de un sitio donde los niños juegan con tranquilidad o donde los ciclistas circulan sin temor a los coches. Pero en muchas universidades norteamericanas el concepto de “safe space” tiene ahora que ver con las palabras y las ideas. Desde hace años proliferan políticas de “safe space”, destinadas en principio a garantizar una actitud inclusiva, en la que ninguna minoría pueda sentirse discriminada u ofendida.
En su origen hay un objetivo positivo: lograr un ambiente respetuoso, en el que todos puedan participar y ser escuchados. Pero cada vez más se está convirtiendo en el expediente para evitar que nadie tenga que oír o entrar a debatir ideas que puedan resultarle molestas. De ahí que no pocos observadores vean en esto una amenaza a la libertad de expresión, precisamente en un ámbito donde el estudiante va para abrir su mente a nuevas ideas y aprender a confrontar las suyas con otras.
Lo que pretende arropar el “safe space” puede advertirse por la política de la Universidad de Columbia –en teoría un adalid del liberalismo– que pide a sus estudiantes que coloquen en su dormitorio un aviso en que el se declara que en ese espacio “no se permite la homofobia, la transfobia, la misoginia, el racismo, el clasismo, la discriminación por discapacidad” y que nadie va a sentirse “oprimido” en la interacción con los demás.
En la práctica, lo que acaba ocurriendo es que cualquiera puede decir que “se siente ofendido” por determinadas palabras, lo que lleva a cerrar el debate en la clase o en la residencia o en la actividad de que se trate. Como dice la escritora Wendy Kaminer, “hoy día, cuando los estudiantes se quejan de amenazas a su seguridad y piden estar en ‘espacios seguros’, a menudo de lo que están hablando es de la amenaza de un discurso no deseado y están pidiendo protección contra las molestias emocionales suscitadas por ideas inquietantes”.
El temor a que nadie pueda sentirse molesto o traumatizado ha llevado también a la proliferación de avisos –trigger warnings– en los materiales utilizados en los cursos. En ellos se advierte de los peligros de ciertos materiales “potencialmente traumáticos” por evocar problemas o episodios relacionados con una amplia gama de experiencias negativas (desde el racismo al sexismo o el antisemitismo). Así, una lectura de El mercader de Venecia, de Shakespeare, deberá advertir de su antisemitismo, y una exposición deHuckleberry Finn, de Mark Twain, se cuidará mucho de utilizar una palabra racista como “negro”. Para la política de “safe space” tan negativo puede ser utilizar una palabra en el contexto de un cita que como grito insultante.
Todo esto va creando un clima que los críticos califican de conformismo intelectual y de censura. La irritación de estos queda patente en un estudiante de Columbia que calificó su habitación como un “espacio inseguro” y advirtió en un aviso: “Ya seas negro, blanco, latino, asiático, nativo americano, gay, heterosexual, bi, transgender, capacitado, discapacitado, creyente, agnóstico, rico, de clase media o pobre, aquí se juzgarán tus ideas por su solidez y coherencia, no por lo que eres”.
Pero esto pone nerviosos a los partidarios de los “safe spaces”. Una libre confrontación de ideas sin tabúes, que siempre ha sido una marca universitaria, puede ser peligrosa para la intolerancia de lo políticamente correcto. De modo que al final una política que enarbola la bandera de la aceptación universal, acaba excluyendo ciertos debates e incluso sancionando a quien se atreve a suscitarlos.
En el fondo, el puritanismo tan denostado vuelve a hacerse presente para proteger nuevas causas. Ciertas palabras, ciertas ideas, son descartadas no por un intercambio intelectual sino rasgándose las vestiduras. Hay cosas que pueden herir los sentimientos de determinados grupos igual que otras podían ofender antaño los oídos de damiselas victorianas.
Los “safe space” se convierten así en zonas donde la censura se disfraza de respeto. Lo importante es que nadie –nadie de los grupos defendidos– se pueda sentir molesto, ante ideas que puedan inquietar su conformismo intelectual o contrariar su estilo de vida. La susceptibilidad otorga el carnet de víctima y el derecho a cerrar la boca del oponente.
En otros tiempos, ante la censura del poder el disidente tenía al menos la aureola del rebelde. En cambio, quien desafía la censura actual es etiquetado de intolerante. Elnewspeak orwelliano es la lengua oficial de los “safe space” universitarios
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