Bad Behavior by U.S. Police Particularly Affects the African-American Community
This week Baltimore became the most recent U.S. city to break out into peaceful protest and civil unrest caused by the death of an African-American citizen in police custody. Last year it happened in Ferguson, a suburb of St Louis, Missouri. Other cases that have caused a national scandal include that of a man in New York who died through asphyxiation when grabbed by police officers for illegally selling cigarettes in the street, and the shooting death last month of a South Carolina citizen who presented no threat to police or to others.
The American people are seeing, literally, something that a minority of its population has known and lived for decades: Bad police behavior has been institutionalized in poor neighborhoods of many cities, particularly affecting the African-American community. We are now aware of many of the cases because they are being filmed by citizens. Mobile phone cameras are making the difference. It is becoming more difficult for police departments to deny and ignore accusations against them.
In the Baltimore case, Freddie Gray was arrested for running away in a poor neighborhood and, according to the police, carrying a knife. In the video of his arrest, it appears he was already injured and suffering pain. Fractures in his spinal column, suffered when he was transported in the police van, caused his death. Yesterday the prosecutor in Maryland presented murder charges against the police who arrested him, and declared that Gray did not commit a crime.
The official response is welcome. It is not typical, however, either in its speed or in its severity. Police brutality, unfortunately, is not an isolated fact. The Baltimore Sun documented that, with settlements and legal judgements, the city’s police department has paid out $5.7 million to victims of police brutality between 2011 and 2014. In several of these cases, the police officers were not sanctioned by their department, and it is rare that a sanction results in a dismissal. Such impunity exists elsewhere in the country. In Los Angeles County, for example, police have shot and killed hundreds of people without a single police officer being charged since 2001.
The lack of accountability goes a long way to explaining the power of the police unions and other political factors. But for David Simon, what guarantees that the relationship between poor African-American citizens and the police is one of lack of confidence is the war against drugs. Simon, who worked as a crime reporter in Baltimore (and created the television series "The Wire"), says that decades ago the war against drugs destroyed the need to have probable cause that a crime has been committed. In the name of this campaign, supported by the politicians, the police started to abuse basic constitutional rights and became enemies to the community.
This narrative accords with that of John McWhorter, an African-American professor at the University of Columbia. He blames the war against drugs for having created the great evils of the impoverished African-American community: urban violence; the absence of fathers in families because they are imprisoned; the attraction to young people of illegal employment due to its high earnings; and the terrible relationship with the police that promotes the idea that societal rules do not apply to certain people. Why respect the law if the police themselves do not?
What happened in Baltimore shows a total failure of public policy. It is to be hoped that it also serves to reform it.
Abusos policiales en EE.UU., por Ian Vásquez
La mala conducta de la policía de Estados Unidos afecta especialmente a la comunidad afroamericana.
Esta semana le tocó a Baltimore ser la más reciente ciudad estadounidense que irrumpiera en protestas pacíficas y disturbios sociales a raíz de la muerte de un ciudadano afroamericano en manos de la policía. El año pasado ocurrió en Ferguson, un suburbio de San Luis, Misuri. Otros casos que han causado escándalo nacional incluyen el de un hombre en Nueva York que murió asfixiado cuando lo agarraron unos policías por vender cigarrillos ilegalmente en la calle, y la muerte a balazos el mes pasado de un ciudadano en Carolina del Sur que no representaba una amenaza al policía ni a otras personas.
El pueblo estadounidense está viendo, literalmente, algo que una minoría de su país ha conocido y vivido por décadas: la mala conducta de la policía que se ha institucionalizado en las zonas pobres de muchas ciudades, afectando especialmente a la comunidad afroamericana. Ahora sabemos de muchos casos porque están siendo filmados por ciudadanos. Las cámaras de los teléfonos celulares están haciendo la diferencia. Se está volviendo más difícil para los departamentos de policía negar e ignorar las acusaciones serias en su contra.
En el caso de Baltimore, Freddie Gray fue arrestado por correr en un barrio pobre y, según la policía, portar un cuchillo. En el video de su arresto, parece que ya está herido y sufriendo dolor. Fracturas en la columna vertebral, padecidas cuando fue transportado en la camioneta policial, causaron su muerte. Ayer, la fiscal de Maryland presentó cargos de homicidio en contra de los policías que lo arrestaron y declaró que Gray no cometió un delito.
La respuesta oficial es bienvenida. Pero no es típica, ni en su rapidez, ni en su severidad. La brutalidad policial, lamentablemente, no es un hecho aislado. El periódico “Baltimore Sun” documentó que, a causa de acuerdos o veredictos legales, el departamento policial de la ciudad ha pagado US$5,7 millones entre el 2011 y 2014 a víctimas de abuso policial. En varios de esos casos, los policías no han sido sancionados por su departamento; y es muy poco común que aquellos sancionados pierdan el trabajo. Tal impunidad existe en otras partes del país. En el condado de Los Ángeles, por ejemplo, la policía ha disparado a muerte a cientos de personas sin que se procese a un solo policía desde el 2001.
La falta de rendición de cuentas la explica en buena medida el poder de los sindicatos de policías y otros factores políticos. Pero, para David Simon, lo que garantiza que la relación entre los ciudadanos pobres afroamericanos y la policía sea de desconfianza es la guerra contra las drogas. Simon, quien trabajó como reportero de criminalidad en Baltimore (y fue autor del programa de televisión “The Wire”), dice que la guerra contra las drogas destruyó, hace décadas, la necesidad de tener causa probable de que se haya cometido un crimen. En nombre de esa campaña, apoyada por políticos, los policías empezaron a vulnerar derechos constitucionales básicos y se convirtieron en los enemigos de la comunidad.
Esta narrativa concuerda con la de John McWhorter, profesor afroamericano de la Universidad de Columbia. Él culpa a la guerra contra las drogas por haber creado los grandes males de la comunidad afroamericana empobrecida: la violencia urbana; la ausencia de padres de familia porque se encuentran encarcelados; el atraer a jóvenes al empleo ilícito por sus ganancias altas; y la funesta relación con la policía que promueve la idea de que las reglas de la sociedad no aplican a determinadas personas. ¿Para qué respetar las reglas si los mismos policías las vulneran?
Lo ocurrido en Baltimore muestra todo un fracaso de políticas públicas. Ojalá también sirva para reformar algunas de ellas.
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