The re-opening of diplomatic ties between Havana and Washington is nothing more than a purely historic anecdote, because the end of the embargo will be the final destination of this process.
Diplomatic relations between the U.S. and Cuba were blocked in 1960 when America prohibited exports to the Castro regime, which then obligated [Castro] to seek support from the Soviet Union to retain power in exchange for [Cuba’s] pivotal position during the Cold War.
Re-opening of diplomatic ties has nothing more than purely anecdotal, historical interest.
Shuttle diplomacy has [been in effect] for some time on various fronts — Miami, Washington, New York and Havana, even Guantanamo — with strained collaboration in the battle against terrorism both inside and outside the lines of the U.N. But, in some way, it does heal the wounds of the Cold War.
The question of lifting the embargo will drag on a little longer; due to the votes required in the U.S. Congress, it will find itself under scrutiny and fighting hard for [those] votes.
The existing harmony between both governments is proof that the Department of State would remove Cuba from the list of hostile regimes, or “rogue states,” a peculiar classification that assumed the country in question either had ties to international terrorism or supported it directly; a [list] that is nowadays reduced to Iran, Sudan and Syria.
This was, without a doubt, the boldest move, and was one that allowed the island to rid itself of a series of economic and financial sanctions that had been causing a lot of grief for their diplomatic activities — some as simple as paying the salaries of their employees in Washington.
On the one hand, the re-opening implies that U.S. intent to isolate Cuba on the commercial front as much as on the diplomatic front has been a total failure. It has not been able to unseat the Castro family and has brought more harm than good to the Cuban people.
Internally speaking, to Americans, the re-establishment of relations could be seen as a way to win over electoral support of the Hispanic minority, who are largely Democrats, and regain hegemony with an indulgently fair action when the Bolivar revolution loses steam.
The death of President Hugo Chavez opened a communication channel between the two countries. For Cuba, the fall of oil prices made its dependency on low-cost Venezuelan oil more precarious, making it necessary to look for new ways [to support itself], which came in the form of U.S. tourist dollars.
On the domestic front, the Castro regime had to sell a “new success” to its people: that in spite of the economic reforms that allowed greater private business activity, they hadn’t reached satisfactory results.
The end of the embargo will be the final destination in this process, with individual tickets for two international agreements about diplomatic and consular relations which are still far from being completed, mostly due to the Castro regime’s fear of losing control of its people.
Both presidents are primarily worried about leading a gradual process, [one] that doesn’t cause dissatisfaction that brings with it a hasty departure from power without defined democratic structures [in place]. The post-communist process in Eastern Europe is not an exemplary model, as it continues to cause nightmares in Brussels that no diplomatic channel is capable of alleviating.
Cuba y Estados Unidos, la diplomacia real como primer paso
La reapertura de las sedes diplomáticas en La Habana y Washington no tiene más que un interés histórico y puramente anecdótico, porque será el fin del embargo la estación de término de este proceso.
Las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba quedaron bloqueadas en 1960, cuando el país americano prohibió las exportaciones al régimen instaurado por Fidel Castro, obligándolo a conseguir el apoyo de la Unión Soviética para mantenerse en el poder a cambio de su posición pivotal durante la Guerra fría.
La reapertura de las sedes diplomáticas no tiene más que un interés histórico y puramente anecdótico.
La diplomacia de lanzadera lleva mucho tiempo trabajando desde distintos frentes -Miami, Washington, Nueva York, La Habana inclusive, Guantánamo- con una colaboración estrecha en la lucha antiterrorista dentro y fuera del marco de las Naciones Unidas. Pero en cierta manera cierra las heridas de la Guerra fría.
La cuestión del levantamiento del embargo aún demorará un poco más, dada la necesaria votación en el Congreso norteamericano, que va a encontrar con otro escrutinio reñido de votos.
De la buena sintonía existente entre ambos gobiernos, es prueba que el Departamento de Estado removiera a Cuba de la lista de regímenes hostiles o “rogue states”, clasificación peculiar que asumía que el país en cuestión tenía vínculos con el terrorismo internacional o directamente lo patrocinaba, nómina que hoy está reducida a Irán, Sudán y Siria.
Éste fue sin duda el movimiento más audaz y que permitió a la isla sacudirse de una serie de sanciones financiaras y económicas que le venían ocasionando grandes molestias para sus actividades diplomáticas, algunas tan obvias como el pago de salarios a sus empleados en Washington.
La reapertura implica por un lado que el intento de Estados Unidos de aislar a Cuba tanto en el plano comercial como diplomático, ha sido un rotundo fracaso: no ha logrado desbancar a la familia Castro, y al pueblo cubano le ha traído más perjuicios que beneficios.
En clave interna, el restablecimiento de relaciones puede entenderse en Norteamérica como una forma de pagar el apoyo electoral de la minoría hispana, mayoritariamente demócrata, y recuperar la hegemonía en el continente con una acción indulgente justo cuando la revolución bolivariana perdió su fuelle.
Tras el deceso del Presidente Hugo Chávez se abrió un espacio de comunicación entre ambos países. Para Cuba la caída de los precios del crudo hacía más precaria su dependencia del petróleo venezolano de bajo costo, haciéndose necesario buscar un nuevo benefactor, lo que ocurrió con la llegada de las divisas del turismo estadounidense.
En el plano interno, el régimen castrista tenía que vender un “nuevo éxito” a su pueblo, que a pesar de las reformas económicas que permitían una mayor actividad empresarial privada, no habían logrado resultados satisfactorios.
El fin del embargo será la estación de término de este proceso, con la etiqueta propia de dos Convenios internacionales sobre relaciones diplomáticas y consulares y que aún está lejos de completarse, principalmente por el temor del régimen castrista de perder el control de su pueblo.
La principal preocupación de ambos Presidentes es liderar un proceso gradual, que no genere descontentos que lleven a una salida del poder precipitada y sin estructuras democráticas definidas. El proceso post comunista en la Europa del Este es un modelo de no ejemplo, que aún hoy provoca numerosas pesadillas en Bruselas que ningún cauce diplomático es capaz de aliviar.
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