Shootings and gun violence have become so common they no longer surprise anyone. It is news for a few hours, then it fades into the background, as happened on June 14, when a group of Republican legislators were practicing for an upcoming exhibition charity baseball game. A Democratic fanatic, James Hodgkinson, opened fire, seriously wounding Steve Scalise, the third-ranking congressman in the House of Representatives.
This is what the United States is today. A country with political violence where, thanks to the abundance of firearms, insults have gone from words to shootings. “If America is polarized and violent now,” says Jeet Heer in the New Republic, “it’s because it has long been that way … It shouldn't surprise us that a colonial settler society that wiped out the Native American population, imported slave labor, and relied on vigilante violence to police newly incorporated territories should be prone to political violence.”
While most Americans love God and love life, ironically they also love their guns in a baffling contradiction. How is it that the most powerful, most democratic and supposedly, most advanced country on the planet routinely accepts bloodbaths and mass shootings? How did it become a place where there is a greater chance of dying at a baseball game, in school or at work than in a war zone?
It seems like it doesn't matter that 20 children died in an elementary school or that 12 people were killed in a movie theater watching “Batman,” or that three dozen students lost their lives at a university or that 49 innocents were massacred at a nightclub. Horrific events that, nevertheless, failed to change either the laws or the feelings of those who oppose greater gun control.
There is unending mourning in the U.S. because 325 million people live with 310 million guns. The latest statistics show that there are 101 guns for each 100 citizens. No wonder that in this country, making up 5 percent of the world’s population, more than 50 percent of all weapons are in the hands of its civilians.
Those who oppose more restrictions are off base in arguing that it is not guns that kill people, but rather people who kill people. Cars do not kill people either − poor drivers do − but that does not block measures preventing vehicle deaths. Thanks to current efforts, there are only 1.1 deaths per 100 million kilometers driven (approximately 62.1 million miles), while in recent years the number of people who have died from use of a firearm averages 32,000 each year, including suicides.
The type of violence we see in the U.S. does not occur in developed countries, at least not at the same rate. Unfortunately, at the center of this is the powerful and influential National Rifle Association. But it is also because this is a country with a history full of guns. The country was founded at gunpoint: first in the revolt against British invaders, and later by the armed colonists violently settling the “Old West.” For many Americans, guns represent the heart and identity of their country.
Obtaining a gun is easy and only takes a few minutes. If you go to a store, you can fill out a form and they check for a criminal record with a phone call, but never investigate your mental state. If the sale is made between private individuals, no check is required. You pay and the gun is yours. Those opposed to gun control see it as a violation of their constitutional right to arm themselves; a right that in some states, such as Iowa, extends to those who are blind or even those on the government's terrorist watch list.
In some states, firearms are not allowed on university campuses but are permitted in elementary schools, day care centers, and churches, while 26 states allow guns to be carried in taverns and bars. In Washington, D.C., guns are strictly forbidden on Capitol Hill, where the very Congress that is obstructing change is located. While they argue that handguns and rifles provide security and protection, this time it literally backfired on them.
Los tiroteos y la violencia de las armas se han vuelto tan comunes aquí que ya nadie se asombra. Es noticia por unas horas y luego queda atrás, como sucedió el pasado día 14, cuando un grupo de legisladores republicanos practicaban beisbol, en preparación a un juego amistoso con fines benéficos, y un hombre, fanático demócrata, James Hodgkinson, abrió fuego contra ellos, hiriendo gravemente al congresista Steve Scalise, el número tres en la Cámara de Representantes.
Esto es lo que Estados Unidos es hoy. Un país con violencia política donde, gracias a la abundancia de armas de fuego, las agresiones han pasado de las palabras a los tiros. “Pero si los estadunidenses parecen polarizados y violentos, dice Jeet Heer en New Republic, es porque siempre lo han sido. No hay que olvidar que esta nación nació matando a los indios nativos y con el sudor de esclavos traídos aquí encadenados y obligados con latigazos a la servitud”.
Y es que si bien es su mayoría los estadunidenses aman a Dios, aman la vida; pero irónicamente también aman sus armas, en una contradicción que simplemente no se puede entender. ¿Cómo es que el país más poderoso, tan democrático y supuestamente el más avanzado del planeta, acepta masacres y tiroteos masivos como rutina? ¿Cómo fue que se convirtió en un lugar donde hay más posibilidades de morir si la gente está en un juego de pelota, en la escuela o su trabajo, que en una zona de guerra?
Parece que no importa que 20 niños hayan muerto en una escuela primaria; que doce personas fueran asesinadas en el cine viendo Batman; que tres docenas de estudiantes perdieran la vida en una institución superior y que 49 jóvenes que no le hacían daño a nadie hayan sido masacrados en una discoteca. Horrores que, sin embargo, no han logrado cambiar las leyes, ni los sentimientos de quienes se oponen a un mayor control.
El luto es constante porque en los Estados Unidos conviven 325 millones de personas con 310 millones de armas. Las últimas cifras han revelado que existen 101 armas por cada cien ciudadanos. No en balde este país, que tiene el 5 por ciento de la población mundial, tiene en manos de civiles más del 50 por ciento de todas las armas del planeta.
Quienes se oponen a que se impongan más restricciones, sostienen que no son las armas las que matan, sino los hombres y esto definitivamente no es válido. Los automóviles tampoco matan a la gente, son quienes conducen mal los que lo hacen y no por eso dejaron de tomarse medidas, gracias a las cuales en la actualidad sólo se producen 1.1 muertes por cada cien millones de kilómetros recorridos en auto; mientras que en los últimos años el número de personas que han muerto por un arma de fuego es, en promedio, de 32 mil al año, incluyendo los suicidios.
El tipo de violencia que vemos aquí no sucede en países avanzados, al menos no con la misma frecuencia. Desgraciadamente, enmedio está la Asociación Nacional del Rifle, con todo su poder e influencia; pero también es porque es ésta una nación con una historia donde las armas han abundado siempre. El país fue fundado a punta de rifle, primero en la insurrección contra los invasores británicos y después ante la violencia de los colonizadores armados en el llamado Viejo Oeste. Para muchos de los estadunidenses las armas representan el corazón y la identidad de esta nación.
Adquirir un arma es fácil. Lleva sólo unos minutos. Si es en comercio establecido se llena una forma y con una llamada se checan los antecedentes penales, pero nunca el estado mental. Si la venta es entre particulares nada es necesario, das el dinero y el arma es tuya. Quienes se oponen, lo ven como una violación al derecho constitucional de estar armados, derecho que en algunos estados, como Iowa, se extiende aun a quienes son ciegos y hasta a quienes están en las listas negras del gobierno como posibles terroristas.
En algunos estados las armas no se permiten en universidades, pero son aceptadas en primarias, jardines de niños e iglesias. Y en otras 26 entidades se permiten en cantinas y bares. En Washington, DC, son estrictamente prohibidas en el Capitolio, sede del Congreso que se niega a cambios, argumentando que pistolas y rifles dan seguridad y protección, pero a los congresistas, literalmente, esta vez les salió el tiro por la culata.
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