The US Election or the White Man’s Ambition

Published in El País
(Spain) on 17 November 2020
by Marta Fraile (link to originallink to original)
Translated from by Marta Quirós Alarcón. Edited by Gillian Palmer.
While aiming high is seen as an obvious and neutral trait in male candidates, in the case of women, such an attitude is not only off-putting, but also cause for moral indignation.

Every four years, election analysts all over the world are put to the test in predicting — as well as subsequently analyzing — the results of the U.S. presidential election. Reality always surpasses expectations, and once again, the results of the 2020 election do not fail to surprise. The disastrous handling of the COVID-19 crisis by Donald Trump seemed to foretell bigger punishment by his supporters — at least from the ones who have been hit the hardest by the pandemic and its repercussions. This is the logic of accountability: When leaders do a very bad job, usually, the government falls in the following election. Even Trump himself showed certain trepidation about accountability as he made every effort to delay the election. After all, as V.O. Key Jr. said several decades ago, “voters are not fools.”

This mechanism of accountability also operates through the growing incentive to vote in groups that had not done so in previous elections. Therefore, the significant increase in voter turnout was to be expected, and that was indeed what happened. At least we got something right: Early and mail-in voting reached previously unprecedented levels. In the absence of precise data, voter turnout has been estimated to be between 66% and 67%, while in the previous presidential election of 2016, voter turnout was 59.2%. This represents a 7%-8% increase.

However, the impact of this significant increase in voter turnout in the election results was apparently not as expected. The literature regarding the determining factors in voter turnout suggests that people who do not vote are usually those with lesser means and motivation, those who feel that politics has nothing to do with them, and for whom the person in power appears to matter very little. This is precisely the profile of the constituent who most likely suffered the consequences of Trump’s hapless handling of the pandemic. Therefore, many of the new votes were expected to go to the Democratic candidate. Economist John Kenneth Galbraith once summarized it by saying, “If everybody in this country voted, the Democrats would be in for the next 100 years.”

What happened to these new voters? Although we can only speculate for now, everything seems to indicate that some of those voters found a connection with the Trump universe; a universe that continues to bring together the interests favoring the cause of the white man who brings home the bacon month after month. These are white men who unapologetically claim that their crucial role in society is losing its relevance. It is quite possible that sectors of Latino men — who have toiled to find decent jobs after years of suffering — found connection with a group that feels that its roles are being challenged and criticized for being outdated, out of place, even. And all because women no longer want to take on the social role assigned to them: a role confined to the family sphere. Taking care of the family, being its emotional support, acting as responsible mothers and daughters. This is a social role that in Trump’s universe often appears as morally superior to that of men, in the purest style of “benevolent sexism.” This discourse is strongly reminiscent of the rhetoric the suffragettes had to hear from the institutional political establishment during the first decades of the 20th century.

We expected a more resounding victory on the part of Joe Biden. However, if we use a gender approach in the analysis, it clearly could have been worse. I would propose an exercise. Imagine what would have happened if, instead of Biden, the Democratic presidential candidate had been his running mate, Kamala Harris, a Black woman with a brilliant career as attorney general. In my opinion, Trump would have won. We tend to forget the reason because it is usually considered anecdotal, but that reason is, again, gender (and of course race as well).

Psychological research shows how gender has an impact on the political perceptions of Americans, both male and female. For example, there was a study that used experiments to elicit reactions from participants when faced with possible attributes or qualities belonging to hypothetical political candidates. It showed that having ambition is particularly penalized with respect to female candidates. While participants in the experiments considered ambition as a very obvious and neutral attribute in a male candidate, ambition causes not only rejection but even moral indignation in the case of women. If in doubt, ask Sen. Elizabeth Warren, one of the strongest contenders in the struggle to choose a Democratic candidate. The loser of the 2020 presidential election even nicknamed her Pocahontas, in a display of careless misogyny.

Once again, voters still disfavor and reject ambition in women because it poses a real challenge to the historical monopoly that white men hold in the political arena..


Las elecciones de EE UU o la ambición del hombre blanco

Mientras que aspirar a lo más alto se considera un rasgo obvio y neutral para los candidatos hombres, esa actitud produce no ya rechazo sino incluso indignación moral para el caso de las mujeres

Cada cuatro años los especialistas en el análisis electoral de todo el mundo se ponen a prueba tanto prediciendo como después analizando los resultados de las elecciones en los EE UU. La realidad siempre va más allá de las expectativas y una vez más, los resultados de las elecciones de 2020 sorprenden. La nefasta gestión de la crisis de la pandemia de Donald Trump vaticinaba un castigo mayor de sus electores. Al menos de aquellos más afectados por la pandemia y sus consecuencias. Se trata de la lógica de la rendición de cuentas: cuando los dirigentes lo hacen muy mal, por lo general cae el Gobierno en las siguientes elecciones. Hasta el mismo Trump mostró una cierta aprensión respecto a la rendición de cuentas cuando intentó por todos los medios que las elecciones se retrasaran. Al fin y al cabo, ya lo decía Key hace varias décadas: “los votantes no son tontos”.

El mecanismo de la rendición de cuentas también podía operar a través del aumento del incentivo a votar de colectivos que en elecciones anteriores no lo habían hecho. Era de esperar, por tanto, que la participación aumentara de forma significativa: como así ha sido. Al menos en algo hemos acertado: la votación anticipada y por correo ha alcanzado niveles desconocidos hasta el momento y, a falta de los datos exactos, se estima un porcentaje de participación entre el 66% y el 67%, cuando en las anteriores elecciones de 2016 fue del 59,2%. Lo que supone un aumento del 7% u 8% en la participación.

Sin embargo, el efecto del aumento significativo de la participación en los resultados de las elecciones parece no haber sido el esperado. La literatura sobre los determinantes de la participación electoral sugiere que aquellos que no votan suelen ser quienes menores recursos y motivaciones tienen. Quienes sienten que la política no va con ellos y que esté quien esté en el poder no parece importar mucho. Precisamente un perfil de elector que más probablemente habrá sufrido las consecuencias de la infeliz gestión de la pandemia que ha realizado Trump. Se esperaba, por tanto, que una buena parte de estos nuevos votos se fuera para el candidato demócrata. El famoso economista Galbraith lo resumía así: “si todo el mundo votara en este país, los demócratas ganarían por los siguientes cien años”.

¿Qué ha pasado con los nuevos votantes? Aunque de momento sólo se puede especular, todo parece indicar que una parte de esos votantes ha conectado con el universo Trump. Un universo que sigue aglutinando intereses a favor de la causa del hombre blanco que trae el pan a su hogar cada mes. Hombres blancos que sin complejos denuncian que su papel fundamental en las sociedades pierde relevancia. Es muy posible que colectivos de hombres latinos, quienes con mil fatigas han conseguido trabajos decentes tras años de sufrimiento, hayan conectado con la emoción de identificarse con un colectivo cuyos roles están siendo contestados y criticados por anticuados, e incluso fuera de lugar. Y todo por culpa de que las mujeres ya no quieren asumir el rol social que les toca: aquel circunscrito al ámbito familiar. Cuidar de la familia, ser su soporte emocional, ejercer de madres y de hijas responsables. Un rol social que en el universo Trump a menudo se presenta como moralmente superior al de los hombres, al más puro estilo “sexista benevolente”. Se trata de un discurso que recuerda mucho a aquellos que las sufragistas tuvieron que escuchar de la clase política institucional de las primeras décadas del siglo XX.

Esperábamos una victoria más rotunda de Joe Biden. Sin embargo, si utilizamos la perspectiva de género para el análisis, claramente podría haber sido peor. Les propongo un ejercicio, imaginen qué habría pasado si en lugar de Joe Biden la candidata demócrata a la presidencia hubiera sido su vicepresidenta Kamala Harris: una mujer negra con una brillante trayectoria como fiscal general. En mi opinión, Donald Trump se habría alzado con una contundente victoria. El motivo tendemos a olvidarlo porque se suele considerar anecdótico y es, de nuevo, el género (y por supuesto, también la raza).

Investigaciones en el campo de la psicología muestran cómo el género influye en las percepciones políticas de las, y los, americanos. Por ejemplo, en un estudio que utiliza experimentos para motivar reacciones de los participantes frente a posibles rasgos o cualidades de hipotéticos candidatos políticos, se muestra que la ambición penaliza de forma especial a las candidatas mujeres. Mientras que la ambición se considera por los participantes en los experimentos un rasgo bastante obvio y neutral para el caso de los candidatos hombres, la ambición produce no ya rechazo sino incluso indignación moral para el caso de las mujeres. Y si no que se lo pregunten a la senadora Elizabeth Warren (una de las competidoras más solventes en la pugna por la selección del candidato demócrata), aquella a quien el perdedor de estas elecciones llegó a apodar Pocahontas, haciendo gala de su misoginia chapucera.

Lo dicho, la ambición de las mujeres sigue provocando antipatía y rechazo entre el electorado porque supone un verdadero reto al histórico monopolio del hombre blanco en la esfera política.
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