In 1991, Nancy Pelosi, now speaker of the House and second in line of succession for the U.S. presidency, stood in Tiananmen Square with a banner praising dissidents killed in pro-democracy protests two years earlier. The Democrat, then a representative, made a point by making known her stance on the universality of human rights.
Taiwan has claimed sovereignty over its territory since 1949 when Mao Zedong founded the People's Republic of China, and when Nationalists led by Chiang Kai-shek took refuge there. The United States gave diplomatic recognition to the People's Republic of China much later, in 1979, when its embassy was moved from Taipei to Beijing. Since then, relations with Taiwan have been indirect and, if you will, atypical. And to be sure, the political status of the "Republic of China" remains uncertain.
In this critical episode of the trip to Taiwan announced by the speaker of the House of Representatives and her entourage, the opposing sides have made their motivations clear. Pelosi wishes only to show the support of the U.S. Congress for democracy in Taiwan. Beijing has responded with firm, unequivocal opposition, but it should be noted that China's capital has routinely sought to object to Washington's relations with Taipei.
China's reaction to the audacity of such a high-ranking official may be somewhat excessive, but it is nonetheless reasonable. No doubt the regime headed by Xi Jinping is well aware that this action by Congress does not involve the will of the government. But it is equally clear to the world that Taiwan is a crucial center of interest for the Chinese capital as a cornerstone of its "One-China" policy.
Even if the motives for the trip supporting Taiwan's democratic rights are considered to be valid by Democrats and Republicans alike, the timing could not be less timely. Pelosi's presence in Taipei will fuel pro-independence radicalism for the presidential election that will take place in just two years. In addition, the Taiwan Strait is presently considered to be the largest and most dangerous military powder keg in Asia.
The moment is strongly marked by mutual distrust, but it is the United States that is taking an action that could be characterized by its counterpart as aggressive.
Geopolitical correctness would be to not add complexity to a relationship already plagued by obstacles and recent turbulence. The future is emerging as an environment within which U.S.-China relations will continue to be tense and fraught with controversy. Russia's invasion of Ukraine, the West's sanctions of Moscow and Beijing's willingness to maintain close trade relations with the invading nation all add decibels to the fray.
But if the above is not enough, U.S. intelligence is fully aware of the present political climate for Beijing's top leader. The date is approaching for the 20th National Congress of the Chinese Communist Party, during which it will be decided if he will remain in power. Damaging his credentials with a challenge of this nature will only add fuel to the fire of a seriously weakened relationship.
En 1991, Nancy Pelosi, hoy presidenta del Congreso de los Estados Unidos y tercera figura en la línea de sucesión presidencial de su país, se plantó en Tianamen Square con una pancarta que ensalzaba a los disidentes asesinados en protestas prodemocráticas dos años antes. La entonces parlamentaria demócrata marcó un punto haciendo conocer su postura frente a la universalidad de los derechos humanos.
Taiwán reclama soberanía sobre su territorio desde 1949 cuando Mao estableció el Estado Comunista y los nacionalistas encabezados por Chiang Kai-shek se refugiaron en ese enclave. Estados Unidos solo reconocieron diplomáticamente a la República Popular China (PRC) en 1979 cuando su Embajada migró de Taipei a Pekín. Desde aquel momento las relaciones con Taiwán han sido indirectas y si se quiere, atípicas. Y, sin lugar a dudas, el estatus político de la “República de China” sigue siendo incierto.
En este crítico episodio del anunciado viaje a Taiwán de la portavoz del Congreso y de una comitiva parlamentaria, los lados enfrentados han dejado claras sus motivaciones. Pelosi solo desea mostrar el apoyo parlamentario a la democracia en Taiwán. Pekín ha respondido con una posición de disuasión inequívoca además de intensa, pero es preciso recalcar que, de una manera rutinaria, la capital china se ha esmerado en objetar las relaciones de Washington con Taipéi.
La reacción china frente a la audacia de tan alto personero puede resultar algo desmedida pero no deja de ser razonable. Sin duda el régimen encabezado por Xi Jinping sabe de sobra que la decisión del Congreso no involucra la voluntad del gobierno. Pero es igualmente claro para el mundo que Taiwan es un centro crucial de interés para la capital china por ser una piedra angular de su política “Una sola China”.
Aun cuando los motivos del viaje en favor de los derechos democráticos de Taiwán sean considerados válidos por demócratas y republicanos, el momento no puede ser más extemporáneo. La presencia de Pelosi en Taipei alimentará los radicalismos proindependentistas para la elección presidencial que tendrá lugar en apenas dos años. Pero además de ello, el estrecho de Taiwán es militarmente considerado, a esta hora, el mayor y más peligroso polvorín de Asia.
El momento está fuertemente marcado por la desconfianza mutua, pero son los Estados Unidos quienes están protagonizando una acción que su contraparte puede calificar de agresión. Lo geopolíticamente correcto es no agregar complejidad a una relación que “per se” esta plagada de obstáculos y de recientes turbulentas. Lo que se percibe en el panorama es un ambiente dentro del cual las relaciones entre Estados Unidos y China continuarán siendo tensas y llenas de controversias. La invasión de Rusia a Ucrania, las sanciones de Occidente a Moscú, la disposición de Pekín de mantener relaciones comerciales estrechas con la nación invasora, todo agrega decibeles a la trifulca.
Pero si lo anterior resulta poca cosa, la inteligencia norteamericana tiene plena conciencia del momento político que atraviesa el máximo líder de Pekín en la antesala de la Cumbre del Partido Comunista que decidirá sub permanencia en el poder. Lesionar sus credenciales con un desafío de esta naturaleza, solo logrará echarle leña al fuego a unas relaciones que se encuentran seriamente debilitadas.
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