In the face of crisis, Obama seeks to achieve a balancing of social costs.
As Barack Obama faces the last phase of his mandate to fix the economy, he is experiencing enormous political difficulties thanks to Republican obstructionism in Congress. However, his actual proposals are sane and balanced.
A little over a week ago, although with some slack, he managed with his jobs plan to square the circle of what was desired and possible. What is desirable, from his progressive position, is to once again make fixing unemployment the chief priority, thereby sidelining the more technocratic debates of July and August about the size of the deficit. The aim is to produce legislation helpful to the most disadvantaged segments of society, which includes not only workers, but also much of the middle class. The secret of the plan’s success is that it is more ambitious than anyone had expected, but, at the same time, it contains measures (such as some selective reductions in taxes on the productive economy) acceptable to intelligent conservatism.
The second round of the wager was played on Monday with his proposal to reduce the budget deficit in 10 years by $3 trillion. The proposal serves two purposes: to reduce the debt as promised in the August deal that raised the debt ceiling, and to make room for the expenditures forecast by his $325 billion job creation plan.
No one can deny that the scheme will be difficult to pass, given the rhetoric of the Republican right wing. But if the proposal has any chance of passing, it's because of the balance that it strikes: It reduces the deficit by $3 trillion, with savings coming from reductions in military spending in Iraq and Afghanistan, reduced social spending and an increase in taxes on the wealthy, eliminating the benefits that George Bush gave to those whose incomes exceed $250,000. And, of course, there is the possibility of raising public support, which, according to polls, amounts to 63 percent.
The proposal to raise taxes on the wealthy is helped along by the support of some of the wealthy themselves, such as billionaire Warren Buffett. Although the proposal is reviled as though it were Bolshevik, it is actually a centrist proposal, not unlike those that allowed Clinton to recover from the disadvantages of his first term and thus achieve multi-party support in winning a second term. If it seems leftist, it is because it aims at tackling decades of counter-social reforms, whereby wages have declined substantially in respect to gross domestic product, and higher incomes have substantially reduced their exposure to taxation.
Obama pretende conseguir un reequilibrio de los costes sociales derivados de la crisis.
Barack Obama encara la última fase de su mandato con una apuesta de reequilibrio económico-social que entraña una enorme dificultad política, por el obstruccionismo republicano en las Cámaras, y sin embargo denota bastante sensatez y equilibrio en sus concretas apuestas económicas.
Hace algo más de una semana logró con cierta holgura cuadrar el círculo de lo deseable y lo posible en su plan por el empleo. Lo deseable, desde su posición progresista, era devolver el drama del paro a la categoría de primera prioridad de su mandato, en detrimento del aparentemente más tecnocrático debate del déficit público que tanto le perjudicó en julio y agosto: la pretensión era teñir su legislatura de social y de sensible a los sectores más desfavorecidos, no solo los trabajadores, sino también de amplias clases medias. El secreto del éxito del plan recayó en que era más ambicioso de lo que nadie preveía, y al mismo tiempo contenía medidas (como algunas reducciones selectivas de impuestos a la economía productiva) aceptables por el conservadurismo inteligente.
La segunda ronda del envite se plasmó el lunes con su propuesta para reducir el déficit presupuestario en 10 años por una cuantía de cuatro billones de dólares: con un doble objetivo, cumplir los compromisos de saneamiento de las finanzas públicas que permitieron en agosto la formalización de un pacto para liberar el endeudamiento, y encajar las previsiones del nuevo gasto (325.000 millones) incluido en su plan para la creación de empleo.
A nadie se le oculta que la posibilidad de que este esquema se abra paso es extraordinariamente difícil, a tenor de la retórica desplegada por los republicanos, especialmente los del ala más ultra. Pero si alguna posibilidad tiene la propuesta es que encierra un equilibrio similar al de la anterior: de los cuatro billones, uno sería ahorrado por los menores gastos militares en Irak y Afganistán; algo más de uno y medio por la reducción de gasto social, y una cantidad algo inferior por un aumento de los impuestos a los más pudientes, eliminando las ventajas que George Bush concedió a las rentas superiores a 250.000 dólares. Y, desde luego, la posibilidad de abrirse camino radica en el apoyo ciudadano que pueda suscitar, que se cifra, según los primeros sondeos, en el 63%.
La nueva fiscalidad para los más ricos se apoya además en la complicidad de buena parte de ellos mismos, como simbolizó en un artículo el multimillonario Warren Buffet. Aunque la propuesta es vituperada como si fuera lanzada por un bolchevique, es en realidad una propuesta centrista, como las que permitieron a Clinton recuperar la desventaja cosechada en su primera legislatura y conseguir así apoyos pluripartidistas para ganar un segundo mandato. Si parece mucho más izquierdista es porque trata de contrarrestar décadas de contrarreforma social, en las que los salarios han disminuido sustancialmente su peso en el PIB y en las que las rentas altas han logrado reducir notablemente su exposición a la fiscalidad.
This post appeared on the front page as a direct link to the original article with the above link
.
It wouldn’t have cost Trump anything to show a clear intent to deter in a strategically crucial moment; it wouldn’t even have undermined his efforts in Ukraine.
It wouldn’t have cost Trump anything to show a clear intent to deter in a strategically crucial moment; it wouldn’t even have undermined his efforts in Ukraine.