Some days ago, I was having a talk about the situation in Spain with colleagues and persons whom I consider well-informed, when someone interrupted my explanation about the consequences of Mariano Rajoy’s victory with the question, “Mariano who?” The next president of Spain is practically unknown in this country if we take into account the difficult pronunciation of those Spanish R’s and J’s in English and the scarce attention that U.S. media have paid to the elections in Spain.
In the only story The New York Times published about him before the elections, it called him Mariana Rajoy, which can be translated as a letter mix-up in English, but the consequences of which are no less than a sex change of the future president of the tenth power in the world. This is an unforgivable mistake for a newspaper of such reliability. The White House has had nothing to say until now about Rajoy’s victory. The lone and insignificant reaction from the Department of State was produced at the request of El País. The governor of Puerto Rico is the only one who has congratulated the Partido Popular.
This lack of interest for Spain and its future and highest governor can be partly explained because of that North American tendency to ignore any place where there are not vital interests at stake. However, it can also be attributed to moves made by both Spanish foreign policy and Rajoy, himself. As an American civil servant recently told me, it would have been helpful if the candidate would have traveled to Washington to explain his projects and leave his visiting card. There is a wide range of universities and study groups that could have facilitated the task of giving a more international dimension to the image of the one who was known to be the winner for ages.
The indifference of the United States before this historic election, moreover, is the last sign of the loss of foreign influence that Spain has suffered in the last few years. For decades, Washington has been developing the relations with Spain upon two pillars: security (bases, NATO) and Latin America (the support that Spain can provide in issues such as Cuba, regarding democracy or trade). This last pillar is disappearing because of the economic take-off of Latin America and its political and historical link with Spain, which is increasingly rhetorical. If things are not done otherwise, Rajoy will only be remembered in Washington whenever military treaties should be renewed.
En una charla reciente sobre la situación en España con colegas y personas que considero bien informadas, alguien interrumpió mi explicación sobre las consecuencias de la victoria de Mariano Rajoy con la pregunta de "Mariano ¿who?". Entre la difícil pronunciación en inglés de esa R y esa J tan españolas y la escasa cobertura que los medios de comunicación de Estados Unidos han prestado a las elecciones en España, el próximo jefe del Gobierno es prácticamente un desconocido en este país.
En la única historia que The New York Times publicó sobre él antes de las elecciones le llamaba Mariana Rajoy, que puede ser un pequeño baile de letras en inglés, pero cuya consecuencia es nada menos que el cambio de sexo del futuro presidente de la décima potencia industrial del mundo, un error imperdonable en un periódico de esa solvencia. Nada ha tenido que decir hasta ahora la Casa Blanca sobre su victoria, y la única e insignificante reacción del Departamento de Estado se produjo a petición expresa de El País. El único gobernador que ha enviado su felicitación al PP es el de Puerto Rico.
Este desinterés por España y su futuro máximo gobernante se explica en parte por esa tendencia norteamericana a ignorar cualquier lugar donde no hay intereses vitales en juego, pero es achacable también al desempeño de la política exterior española y del propio Rajoy. Como me comentaba recientemente un funcionario estadounidense, hubiese ayudado que, meses atrás, el candidato hubiera pasado por Washington para contar sus proyectos y dejar su tarjeta de presentación. Aquí existe una amplia gama de universidades y grupos de estudios que podrían haber facilitado la labor de darle dimensión internacional a la imagen de quien se sabía ganador desde hace tiempo.
La indiferencia de Estados Unidos ante unas elecciones que han producido un resultado histórico es, además, la última prueba de la pérdida de influencia exterior que España ha sufrido en los últimos años. Desde hace décadas, Washington desarrolla las relaciones con España sobre dos pilares: seguridad -bases, OTAN- y América Latina -el apoyo que España puede prestar en asuntos como Cuba, democracia o comercio-. Con el despegue económico latinoamericano y su cada día más retórica vinculación política e histórica con España, este último pilar va desapareciendo. Si no se hacen las cosas de otro modo, en Washington solo se acordarán de Rajoy cada vez que haya que renovar los tratados militares.
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