Romney Wins the Nomination and the Support of the Republican Party

Published in El Pais
(Spain) on 30 May 2012
by Antonio Cano (link to originallink to original)
Translated from by Bianca Fierro. Edited by Mark DeLucas.
Following his victory in the Texas primaries, Mitt Romney is mathematically assured the number of delegates required to be named the Republican presidential candidate at the August convention, and is therefore officially Barack Obama’s rival. This process was achieved at the best moment of his candidacy — with his competitive positioning in [public opinion] surveys and with the party much more united around him than what was anticipated a few weeks ago.

In some way, Romney has already made history in becoming the first Mormon to reach this phase of a presidential career. It is not his religion that, at the moment, occupies the electoral debate, but it could surely be a relevant factor when Catholic and Evangelical voters, who question the Mormon faith, have to decide whom to vote for.

The Romney campaign was born in the conditions of a hard electoral battle — [conditions due] not so much to the qualities of the Republican candidate but rather to the obstacles Obama faces in his bid for re-election, principally, an economy that has not recovered in the proportion necessary to ward off unemployment concerns and uncertainty about the future. Yesterday, data was released on the percentage of North Americans in their most productive ages, between 25 and 55 years, who have jobs: it was the lowest of the last quarter century.

His victory in the primaries — his already surpassing the 1,144 delegate number needed for the nomination — does not eliminate in entirety all of the doubts that Romney’s candidacy has generated from the beginning. The suspicions over his lack of principles and the controversy over his past as entrepreneur fully remain. But, five months before the November election, there has been a new sense that the possibilities of the right have increased.

To begin with, after the tough battle of the primaries, the Republican Party has unified at an impressive speed. The victory of Romney in Texas, for example, is partly because of the support received by the governor of the state, Rick Perry, who was one of [Romney's] toughest rivals during the caucus days in Iowa and the primaries of New Hampshire. “He's a better candidate today than he was four years ago and four months ago,” Perry now says.

This Wednesday, support was also offered by ex-Secretary of State Condoleezza Rice, who is now a professor at Stanford University. In the 2008 election, Rice did not openly call for the vote for Republican Senator John McCain, who lost to Obama.

With the political support comes the financial support. On Tuesday, Romney was in Las Vegas with the casino mogul Sheldon Adelson, the same man who promotes investments in Spain and who in the past has financially sustained Newt Gingrich. American Crossroads, the political action committee led by Karl Rove, a former adviser to George W. Bush, has started a campaign of support for Romney, which, in reality, consists of an attack on Obama for his supposed hostility to private enterprise. Where Rove goes, the conservative establishment follows.

The unity around Romney is, in great measure, unity against Obama. In a recent Fox network survey, 43 percent of those interviewed mentioned as a principal quality of the Republican candidate, “he is not Obama.” Around 8 percent mentioned his proposals about the economy and unemployment.

But in the cause against Obama, some dangerous individuals are getting ready as well. Romney’s leadership on his day of triumph has been stolen by the millionaire Donald Trump, who captured the main minutes of television news with his insistence that Obama was born in Kenya and, therefore, his presence in the White House is illegal. Romney’s campaign tried to separate itself as far as possible from this accusation, but the Democratic rivals demanded a public disavowal of Trump, which did not occur.

This is going to be part of Romney’s problem in the coming months. He has his party with him, but that does not mean that he is the leader of the party. His authority is very fragile, purely circumstantial, and is constructed on the basis of his getting along with every member of the conservative family, including Trump and the tea party.

In these conditions, it is not going to be easy to construct a personal profile. Romney still has a serious credibility deficit. He is not even known well, or what is known about him is not very clear. The trust of the citizens in Romney has improved lately, but only to 42 percent, 11 points inferior to Obama's number, according to Real Clear Politics.

Romney is forced to tiptoe around his years as governor of Massachusetts, where he adopted, to win, progressive positions, like support for homosexual rights, that now disturb him and that he now regrets. He is also not very comfortable in defending his work as an entrepreneur, a phase of light and darkness that links him to a very controversial sector of the economy, that of buying and selling bankrupt companies.

His objective is for the debate to center on the present economy and his ability to improve it. He has promised that unemployment, now around 8.1 percent, will fall to 6 percent in his first year as president.


Tras su victoria en las primarias de Texas, Mitt Romney cuenta ya matemáticamente con el número de delegados que se requiere para ser designado como candidato presidencial republicano en la Convención de agosto y, por tanto, es ya oficialmente el rival de Barack Obama. Ese trámite se cumple en el mejor momento de su candidatura: con una posición competitiva en las encuestas y con el partido mucho más unido en torno a él de lo que se podía haber anticipado hace apenas unas semanas.
De alguna manera, Romney ya ha hecho historia al convertirse en el primer mormón que llega a esta fase de una carrera presidencial. No es su religión un asunto que, por el momento, ocupe el debate electoral, pero puede ser un factor de cierta relevancia cuando los votantes católicos y evangélicos, que ponen en duda la fe de los mormones, tengan que decidir su voto.
La campaña de Romney nace en condiciones de presentar dura batalla electoral. Más que por las cualidades del propio candidato republicano, por los obstáculos a los que Obama hace frente para su reelección, principalmente una economía que no se ha recuperado en la proporción necesaria para alejar la preocupación por el paro y la incertidumbre sobre el futuro. Ayer mismo se conocían datos de que el porcentaje de norteamericanos que tienen un puesto de trabajo en las edades más productivas, entre los 25 y los 55 años, es el más bajo del último cuarto de siglo.
Su victoria en las primarias –ya sobrepasa los 1.144 delegados que se necesitan para ser nominado-, no elimina de un plumazo todas las dudas que la candidatura de Romney ha generado desde un principio. Las sospechas sobre su falta de principios y la controversia sobre su pasado como empresario se mantienen plenamente. Pero, a cinco meses de las elecciones de noviembre, sí se ha creado un nuevo marco en el que las posibilidades de la derecha han aumentado.
Para empezar, después de la dura batalla de las primarias, el Partido Republicano se ha reunificado a una velocidad sorprendente. La victoria de Romney en Tejas, por ejemplo, se debe en parte al apoyo recibido del gobernador de ese Estado, Rick Perry, quien era uno de sus más duros rivales en los días de los caucus de Iowa y las primarias de New Hampshire. “Romney es hoy mejor candidato de lo que era hace cuatro años y hace cuatro meses”, dice ahora Perry.
Este miércoles le ha dado también su apoyo formal la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice, que ahora es profesora en la Universidad de Stanford. En las elecciones de 2008, Rice no pidió el voto abiertamente para el senador republicano John McCain, que perdió frente a Obama.
Con el apoyo político, viene el apoyo financiero. El martes, Romney estuvo en Las Vegas con el magnate de los casinos Sheldon Adelson, el mismo que promueve inversiones en España y que en el pasado ha sostenido económicamente a Newt Gingrich. American Crossroads, el Comité de Acción Política que dirige Karl Rove, el antiguo asesor de George Bush, ha empezado una campaña de apoyo a Romney que, en realidad, consiste en un ataque a Obama por su supuesta hostilidad a la empresa privada. Donde está Rove está el establishment conservador.
La unidad en torno a Romney es, en gran medida, unidad en contra de Obama. En una reciente encuesta de la cadena Fox, un 43% de los entrevistados mencionaba como principal cualidad del candidato republicano “que no es Obama”. Un 8% mencionaba sus propuestas sobre la economía y el paro.
Pero en la causa contra Obama se alistan también algunos sujetos peligrosos. El protagonismo de Romney en su día de triunfo le ha sido robado por el millonario Donald Trump, que consumió los principales minutos de los informativos de las televisiones con su insistencia en que Obama nació en Kenia y, por tanto, su presencia en la Casa Blanca es ilegal. La campaña de Romney intentó separarse todo lo que pudo de esa acusación, pero sus rivales demócratas exigieron una pública desautorización de Trump que no se produjo.
Este va a ser parte del problema de Romney en los próximos meses. Tiene al partido con él, pero eso no significa que él sea el líder del partido. Su autoridad es muy frágil, puramente circunstancial, y está construida sobre la base de que el candidato tiene que llevarse bien con todas las familias conservadoras, incluidos Trump y el Tea Party.
En esas condiciones, no le va a ser fácil construir su propio perfil. Romney tiene aún un serio déficit de credibilidad. Ni se le conoce bien ni lo que se conoce de él está muy claro. La confianza de los ciudadanos en Romney ha mejorado últimamente, pero solo es aún del 42%, once puntos inferior a la de Obama, según la media que elabora RCP.
Romney se ve obligado a pasar de puntillas por sus años como gobernador de Massachusetts, donde adoptó, para ganar, posiciones progresistas, como el apoyo a los derechos de lo homosexuales, que hoy le estorban y de los que se arrepiente. Tampoco está muy cómodo en la defensa de su labor como empresario, una etapa de claros y oscuros que lo vincula a un sector muy controvertido de la economía, el de la compra y venta de compañías en quiebra.
Su objetivo es que el debate se centre en la economía a actual y en su oferta para mejorarla. Ha prometido que el paro, que actualmente es del 8,1%, caerá hasta el 6% en su primer año de mandato.
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