It’s almost unthinkable that a United States president should be without a spouse. The last time the White House was inhabited by a single man was in the mid-19th century, during James Buchanan’s presidency (1857-1861). Public opinion and the media practically demand the presence of a spouse: They need to meet the travelling companion of the president-to-be (who have all been men). Four years ago, it was possible the subject under observation would be a man when Hillary Clinton ran for the presidential nomination with Bill as her consort.
For the last few weeks, since Mitt Romney officially became the Republican candidate to compete for power in November, the gaze has turned toward the person who could — should the people’s will and the electoral college so decide — become the next First Lady of the U.S., ousting Michelle Obama. Ann Romney didn’t experience a moment’s doubt when her husband proposed a fresh attempt at the White House. He gambled for the office in 2008, but was defeated in the primaries. On this occasion, Mrs. Romney almost pushed him into it. “Onward,” said Romney to Romney.
Born Ann Lois Davies in 1949, this Welsh miner’s granddaughter only spent the first 16 years of her life without the presence of the man who is today her husband. Ann and Mitt met in the school they both studied at in Michigan (the state where the young man’s father was governor) and have been together ever since: 46 years. Ann Romney has woven her life around the Republican candidate, for whom she converted to the Mormon faith in the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints in 1966.
Mother of five and grandmother of 10, the two most important headlines Romney’s wife garnered during the campaign came from a Democrat commentator, who said she had never worked even a single day in her life, and from another commentator, who informed the public that Ann had selected a $990 shirt to participate in a TV program.
The first headline came about after Romney insisted on identifying his wife as the campaign’s economics expert. “My wife tells me that what women really care about are economic issues,” the former Massachusetts governor said. “Guess what? His wife has actually never worked a day in her life,” declared Democrat-aligned political analyst Hilary Rosen just hours later, committing — in many people’s opinion — the sin of saying what she thought with a microphone in hand, opening Pandora’s box.
Rosen had to apologize for insinuating that keeping up a household is not real work, although that wasn’t the objective of the debate. Romney challenges Obama on unemployment, not on women that work looking after their homes and children and, thus, don’t swell unemployment statistics. But Ann Romney found herself in the middle of a storm and had to defend her image in front of the people. An image that sees her managing a fortune of $250 million, keeping up four houses and two Cadillacs — all of it work, in the end — and caring for five children who are now grown. Without a doubt, the headline about the shirt — designed by Reed Krakoff, the man who turned Coach handbags into a $4 billion company — was a direct consequence of this and a certain lifestyle. Nothing to object to.
There have been two important setbacks in Ann Romney’s life: the diagnosis of breast cancer at the end of 2008 (she underwent a partial mastectomy) and, in 1998, learning that she suffered from multiple sclerosis. At times, this woman who may be First Lady resents the long campaign days, thanks to the serious illness that she combats with a very special therapy: horses and classical riding. The 63-year-old’s passion for equines is such that one of her sons, Josh, gave his father a horse mask in 2007 so that, wearing it, “maybe Mom will pay as much attention to you as she does to the horses.” Mrs. Romney informed Parade Magazine last autumn that if she arrived at the White House there would, without doubt, be horses on her lawn. “Some people have lovers in every port. I have horses in every port,” Romney declared to Fox News, adding, “I think that everyone in my life recognizes I can’t be off a horse for longer than about two to three weeks.”
Es casi impensable que un presidente de Estados Unidos no tenga esposa. La última vez que la Casa Blanca estuvo habitada por un soltero fue a mediados del siglo XIX, con James Buchanan (1857-1861). La opinión pública y los medios de comunicación prácticamente reclaman esa presencia, necesitan conocer al compañero de viaje del que será su presidente, en esta ocasión todos hombres. Hace cuatro años existió la posibilidad de que el sujeto a observar hubiera sido un hombre, con Hillary Clinton en la aventura presidencial y Bill de consorte.
Desde hace casi un par de semanas, el tiempo desde que ya es oficial que el candidato republicano para competir por el poder en noviembre es Mitt Romney, las miradas se han girado hacia quien si la voluntad popular —y el colegio electoral— así lo decide podría convertirse por asociación en la nueva primera dama de EEUU y desbancar a Michelle Obama. Ann Romney no dudó ni por un momento cuando su esposo planteó de nuevo volver a intentar el asalto a la Casa Blanca. Apostó en 2008 y salió derrotado en las primarias. En esta ocasión, la señora Romney fue quien casi le empujó a ello. “Adelante”, le dijo Romney a Romney.
Nacida Ann Lois Davies en 1949, esta nieta de un minero galés sólo pasó los 16 primeros años de su vida sin la presencia del que hoy es su marido. Ann y Mitt se conocieron en el instituto en el que ambos estudiaban en Michigan (Estado del que el padre del joven era gobernador) y desde entonces están juntos: 46 años. Ann Romney ha tejido su vida en torno a la del candidato republicano, por quien se convirtió a la fe mormona dentro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1966.
Madre de cinco hijos y abuela de diez nietos, los dos titulares más importantes que ha dado hasta ahora durante la campaña electoral la mujer de Romney ha sido aquel que tuvo que ver con el hecho de que una comentarista demócrata dijera de ella que no había trabajado ni un solo día de su vida y otro que informaba al público de que Ann eligió para participar en un programa de televisión una camisa que costaba 990 dólares (795 euros).
El primero llegó tras la insistencia de su esposo de señalar a su mujer como la experta en economía de la campaña. “Mi mujer me dice que lo que de verdad le preocupa a las mujeres es la economía”, dijo el exgobernador de Massachusetts. “¿Saben qué? Su mujer no ha trabajado ni un solo día de su vida”, sentenció horas después Hilary Rosen, analista política afín a las tesis del Partido Demócrata, quien en opinión de muchos cometió el pecado de decir lo que pensaba con un micrófono en la mano, abriendo la caja de los truenos.
Rosen tuvo que pedir perdón por insinuar que las amas de casa no trabajan —aunque ese no era el objetivo del debate porque lo que cuestiona el candidato Romney del presidente Obama es el paro, no las mujeres que trabajan en sus casas cuidando sus hogares y sus hijos y que no engrosan esas estadísticas—. Pero Ann Romney se vio en medio de una tormenta en la que tuvo que defender su imagen frente al pueblo, esa que le pone al frente del manejo de una fortuna de 250 millones de dólares (201 millones de euros), al cuidado de cuatro casas y dos cadillacs —todo ello trabajo, al fin y al cabo— y la crianza de cinco hijos hoy ya mayores. Sin duda, el titular de la camisa —diseñada por Reed Krakoff, el hombre que ha convertido Coach en un negocio de vender bolsos valorado en 4.000 millones de dólares (3.212 millones de euros)— era consecuencia directa de lo anterior y un determinado estilo de vida. Nada que objetar.
La vida de Ann Romney ha sufrido dos importantes reveses. A finales de 2008, el diagnóstico de un cáncer de mama —sufrió una mastectomía parcial— y en 1998, la sentencia de que sufría de esclerosis múltiple. La que puede ser primera dama hay días que resiente las largas jornadas de campaña debido a esa dura enfermedad que combate con una terapia muy especial: los caballos y la doma clásica. Tal es la pasión de esta mujer de 63 años por los equinos que uno de sus hijos, Josh, regaló en 2007 a su padre una careta de caballo para que se la pusiera y así “quizá mamá te preste tanta atención a ti como a los caballos”. La señora Romney informó a la revista Parade el pasado otoño que de llegar a la Casa Blanca sin duda habrá caballos en su pradera. “Hay gente que tiene un amante en cada puerto, yo tengo un caballo en cada uno”, declaró Romney a Fox News y añadió: “Todos los que me conocen saben que no puedo estar más de dos o tres semanas sin ellos”.
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The Department of War's aggressive name, while doing nothing to change the actual state of the U.S. military, is nothing more than “pretense of power” theatrics.
The attempted assassination of Hamas negotiators marks a turning point. ... Added to the genocide and ethnic cleansing in Gaza, international law has finally died.