In these final months of 2025, the tension between the United States and Venezuela has reached unprecedented levels, indicated by U.S. military deployment in the Caribbean and accusations of drug trafficking against Venezuelan President Nicolas Maduro. Led by Donald Trump’s administration, this clash has generated speculation about Washington’s true intentions: Is it an anti-drug operation or an excuse for regime change?
The escalation goes back to the directive signed by Trump in July 2025 that authorized the use of military force against Latin American cartels designated as “terrorist organizations,” including the Cartel of the Suns, directly linked by Washington to Maduro. Since then, the U.S. has deployed an impressive naval force in the Caribbean, with destroyers, a nuclear submarine, reconnaissance aircraft and a little less than 5,000 troops. Unprecedented in the last half century, this deployment has been interpreted by some analysts as a political pressure tactic or even as preparation for direct military action. In turn, Maduro has responded by mobilizing a militia of 4.5 million and declaring that Venezuela is ready for “armed combat” in case of an attack. Tensions were intensified by the publicized U.S. attack against the vessel (allegedly) linked to drug trafficking which left 11 dead, although Maduro avoided making direct reference to the incident.
Despite the belligerent rhetoric, several factors suggest that violent resolution, such as an invasion or large-scale armed conflict, is very unlikely. First, direct military intervention would have both significant political and human costs for the U.S. The political and humanitarian impact would be comparable to that of conflicts in the Middle East and could generate repudiation both domestically and internationally, particularly among regional allies who have expressed concern about the deployment. What’s more, even Trump’s electoral base has historically opposed prolonged military interventions overseas, thus limiting the viability of sustained conflict.
And the Trump strategy seems to combine military pressure with contradictory objectives, like Maduro’s cooperation in the repatriation of Venezuelan migrants and the continuity of Chevron oil operations in Venezuela. These priorities suggest naval deployment could be a coercive tactic to force political concessions such as Maduro’s exit, rather than a prelude to war. Mobilization in that order would seek more to encourage Venezuelan opposition and to pressure Chavism internally without resorting to a direct invasion.
On the other hand, Maduro’s response, although challenging, also reflects caution. His rhetoric avoids attacking Trump directly, focusing on figures like Marco Rubio, thus demonstrating willingness to negotiate. Plus, there is that lack of public evidence for the link between Maduro and the Cartel of the Suns that weakens the legal justification for military action under international law; the U.S. Congress hasn’t authorized use of force against Venezuela.
Although military escalation has raised tensions to historic levels, the likelihood of a violent resolution is low due to high political costs, legal restrictions and conflicts of interest in Washington. It’s more likely that Trump’s strategy is aimed at forcing a political transition through economic, military and diplomatic pressures, instead of direct armed conflict, even though some believe that media and military dialectics are based on the same logic.
Continúa el ajedrez entre EUA y Venezuela
La estrategia de Trump parece combinar presión militar con objetivos contradictorios, como la cooperación de Maduro en la repatriación de migrantes venezolanos y la continuidad de operaciones petroleras de Chevron en Venezuela. Estas prioridades sugieren que el despliegue naval podría ser una táctica de coerción para forzar concesiones políticas, como la salida de Maduro, en lugar de un preludio a una guerra. La movilización en ese orden buscaría más bien envalentonar a la oposición venezolana y presionar al chavismo internamente, sin recurrir a una invasión directa.
Por otro lado, la respuesta de Maduro, aunque desafiante, también refleja cautela. Su retórica evita atacar directamente a Trump, centrándose en figuras como Marco Rubio, lo que indica una disposición a negociar. Además, la falta de pruebas públicas que vinculen a Maduro con el Cártel de los Soles debilita la justificación legal para una acción militar bajo el derecho internacional, ya que el Congreso de Estados Unidos no ha autorizado el uso de la fuerza contra Venezuela.
En los últimos meses de 2025, la tensión entre Estados Unidos y Venezuela ha alcanzado niveles sin precedentes, marcada por el despliegue militar estadounidense en el Caribe y las acusaciones de narcotráfico contra el presidente venezolano Nicolás Maduro. Este enfrentamiento, liderado por la administración de Donald Trump, ha generado especulaciones sobre las verdaderas intenciones de Washington: ¿es una operación antidrogas o un pretexto para un cambio de régimen?
La escalada se remonta a la directiva firmada por Trump en julio de 2025, que autorizó el uso de la fuerza militar contra cárteles latinoamericanos designados como “organizaciones terroristas”, incluyendo el supuesto Cártel de los Soles, que Washington vincula directamente con Maduro. Desde entonces, Estados Unidos ha desplegado una impresionante fuerza naval en el Caribe, con destructores, un submarino nuclear, aviones de reconocimiento y poco menos de cinco mil efectivos. Este despliegue, inédito en el último medio siglo, ha sido interpretado por algunos analistas como una maniobra de presión política o incluso como preparación para una acción militar directa. Por su parte, Maduro ha respondido movilizando 4.5 millones de milicianos y declarando que Venezuela está preparada para una “lucha armada” en caso de agresión. Además, el publicitado ataque estadounidense contra una embarcación vinculada al narcotráfico, que dejó 11 muertos, intensificó las tensiones, aunque Maduro evitó referirse directamente al incidente.
A pesar de la retórica beligerante, varios factores sugieren que una resolución violenta, como una invasión o un conflicto armado a gran escala, es poco probable. En primer lugar, una intervención militar directa tendría costos políticos y humanos significativos para Estados Unidos. El impacto político y humanitario sería comparable al de conflictos en Medio Oriente, lo que podría generar rechazo doméstico e internacional, especialmente entre aliados regionales que han expresado preocupación por el despliegue. Además, hasta la base electoral de Trump se ha opuesto históricamente a intervenciones militares prolongadas en el extranjero, lo que limita la viabilidad de un conflicto sostenido.
En segundo lugar, la estrategia de Trump parece combinar presión militar con objetivos contradictorios, como la cooperación de Maduro en la repatriación de migrantes venezolanos y la continuidad de operaciones petroleras de Chevron en Venezuela. Estas prioridades sugieren que el despliegue naval podría ser una táctica de coerción para forzar concesiones políticas, como la salida de Maduro, en lugar de un preludio a una guerra. La movilización en ese orden buscaría más bien envalentonar a la oposición venezolana y presionar al chavismo internamente, sin recurrir a una invasión directa.
Por otro lado, la respuesta de Maduro, aunque desafiante, también refleja cautela. Su retórica evita atacar directamente a Trump, centrándose en figuras como Marco Rubio, lo que indica una disposición a negociar. Además, la falta de pruebas públicas que vinculen a Maduro con el Cártel de los Soles debilita la justificación legal para una acción militar bajo el derecho internacional, ya que el Congreso de Estados Unidos no ha autorizado el uso de la fuerza contra Venezuela.
Aunque la escalada militar ha elevado las tensiones a niveles históricos, las probabilidades de una resolución violenta son bajas debido a los altos costos políticos, las limitaciones legales y los intereses contradictorios de Washington. Es más probable que la estrategia de Trump busque forzar una transición política a través de presión económica, militar y diplomática, en lugar de un conflicto armado directo, por más que algunos crean que la dialéctica mediática y la castrense se juegan con la misma lógica.
This post appeared on the front page as a direct link to the original article with the above link
.
The economic liberalism that the world took for granted has given way to the White House’s attempt to gain sectarian control over institutions, as well as government intervention into private companies,
The madness lies in asserting something ... contrary to all evidence and intelligence. The method is doing it again and again, relentlessly, at full volume ... This is how Trump became president twice.
The economic liberalism that the world took for granted has given way to the White House’s attempt to gain sectarian control over institutions, as well as government intervention into private companies,
The madness lies in asserting something ... contrary to all evidence and intelligence. The method is doing it again and again, relentlessly, at full volume ... This is how Trump became president twice.