Esperando al líder
BY IRENE LOZANO
Si el Nobel de la Paz se pudiera leer sensu contrario, se sacarían conclusiones de lo más extravagantes. Acaban de recibirlo cientos de científicos que avalan el calentamiento del planeta y Al Gore, climática bestia negra de Bush. En 2005 se le concedió a Mohamed El Baradei, otra bestia negra de Bush, que, con más moral que el alcoyano, rebatió las tesis estadounidenses sobre el supuesto programa nuclear de Sadam. Si dos enemigos de Bush han contribuido a la paz en el mundo, ¿debemos deducir que el presidente de EE.UU. es una amenaza para la paz mundial? No, por Dios, qué extravagancia.
Es más sensata la interpretación literal. En los últimos treinta años, los premiados han sido agentes de la paz, políticos o activistas cuyos actos fueron cruciales para ampliar la justicia, la democracia y los Derechos Humanos: desde Nelson Mandela hasta Óscar Arias, pasando por Suu Kyi o Amnistía Internacional. Ahora, en cambio, el premio recae en personas que investigan o divulgan, vinculadas al conocimiento y no a la acción. Sólo dos Nobel de la Paz han tenido un sesgo semejante en tres décadas: el de 1985 a los Físicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, y el de 1995 a Joseph Rotblat, uno de los científicos firmantes del manifiesto Russell-Einstein contra la proliferación nuclear.
Esto equipara la amenaza del cambio climático a la de las armas nucleares. Pero sobre todo es un inquietante indicio del vacío existente en la acción política: han premiado a quienes se dedican a concienciar del problema porque no hay nadie en el mundo liderando la toma de decisiones. O dicho de otro modo, que estamos a la espera de la Rigoberta Menchú del calentamiento global. Y no tenemos mucho tiempo.
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