En Estados Unidos, como en muchos otros lugares donde la política es el arte de desmentirse sin sonrojarse y las promesas de los candidatos no suelen ser las decisiones de los presidentes, tal vez Barack Obama no ha sido advertido de que proponer cambios estructurales es sumamente peligroso. La novedad no radica en proclamar la necesidad de tales mutaciones, sino en ser consecuente con ellas y sobrevivir al empeño.
En toda su historia, cuatro presidentes norteamericanos promovieron cambios sustantivos al interior del sistema político: dos de ellos, Lincoln y Kennedy pagaron con su vida la osadía, Woodrow Wilson fue humillado por el Congreso y a Franklin D. Roosevelt, el más popular de los políticos norteamericano, fue acusado de contemporizar con Stalin y pactar con él la división de Europa en zonas de influencia, permitiendo la formación del Campo Socialista y el tendido de la “Cortina de Hierro.”
Lincoln, el primer reformista, no fue un abolicionista ni un benefactor de los negros, sino un representante de los intereses del Estado norteamericano y de la clase dominante que, en una decisiva coyuntura histórica, fue a la guerra civil para evitar que la oligarquía sureña provocara la disolución del país. La Guerra de Secesión no fue un movimiento de liberación a favor de los negros, sino una muestra de la determinación de mantener unido al imperio. En aquellas circunstancias, una cosa no podía hacerse sin realizar la otra y de paso, se aprovecho para levantar un mito.
Aunque entonces se avanzó lo suficiente como para que se aprobara la 13º Enmienda a la Constitución que proscribió la esclavitud, Andrew Johnson, el vicepresidente de Lincoln, quien le sucedió en el cargo cuando fue asesinado, dio marcha atrás a casi todas las políticas que extendían los derechos de los negros, permitiendo que la segregación racial sobreviviera otros 99 años hasta que en 1964, fuera abolida por los esfuerzos de Kennedy.
Si bien en la época de Lincoln, el problema de la esclavitud fue un debate en el interior de la élite blanca, asociado a la gestión económica y en el que los negros no tomaron parte, en los años sesenta se configuró una situación sumamente explosiva en la que los negros, liderados por hombres de su raza, en particular Martin Luther King, desplegaron una lucha que amenazó con desestabilizar el país. En otra coyuntura histórica, actuando de modo pragmático, el presidente John F Kennedy abordó más integralmente el asunto de la discriminación racial.
Lo que condujo a la conspiración que terminó en el magnicidio de Dallas el 22 de noviembre de 1963, no fue la intervención del presidente en la cuestión racial, ni su actitud durante la invasión a Cuba por Bahía de Cochinos que desagradó a la mafia cubana y a la CIA, sino la suma de sus acciones reformistas de la que sospechosamente se soslaya el enfrentamiento del presidente con los magnates de las altas finanzas cuando dio pasos prácticos para desmantelar la Reserva Federal, estatizar la creación del dinero y ordenar al Departamento del Tesoro, imprimir los llamados “billetes Kennedy” que según se afirma fue la primera disposición abolida por su sucesor Lyndon Johnson .
Antes, en 1917, Woodrow Wilson apreció que el poderío económico y militar norteamericano podía ser la base de una hegemonía mundial y decidió poner fin al aislacionismo de la política exterior estadounidense. La intervención norteamericana en la Primera Guerra Mundial, aunque catapulto a Estados Unidos a una primacía mundial, significó la muerte de 126 000 militares norteamericanos, cosa que el Congreso no perdonó y en venganza, rechazó el ingreso de Estados Unidos en la Sociedad de Naciones, haciendo fracasar el más relevante proyecto de Wilson.
Los meritos históricos de Franklin D. Roosevelt, el más brillante de los estadistas norteamericanos, el único electo cuatro veces como presidente y que tuvo el talento y el valor para confrontar a los monopolios durante la crisis de los años treinta y puso fin al fundamentalismo liberal en la economía al introducir el control gubernamental en la gestión económica, promoviendo además importantes políticas sociales y el estratega que integró a la Unión Soviética a la coalición que derrotó al fascismo hitleriano, son escamoteados precisamente por haber ido demasiado lejos en sus reformas.
Tal vez Obama no llegue a presidente y su capacidad reformista no sea puesta a prueba, de todos modos, señalar la necesidad del cambio es ya un paso importante. Tal vez ese sea, por ahora su papel. No es poco.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.