Qué mejor noticia para la olímpica China que enterrar las protestas mundiales por su agresión en el Tíbet con otro conflicto en el que están envueltas las otras dos grandes potencias. Parece que nada hubiera cambiado en el mundo: rusos y estadunidenses se pelean de nuevo, aunque sea indirectamente, como cuando Washington armó a los muyahidines para expulsar a los invasores soviéticos de Afganistán (luego estos guerrilleros del Islam se reconvirtieron en talibanes y en terroristas de Al Qaeda, pero esa es otra historia).
Esta vez, las dos superpotencias de la Guerra Fría que proclamaron acabada, pero que amenazan con reabrirla tienen dos frentes abiertos en el patio trasero de Europa: el primero en los Balcanes, con la independencia de Kosovo, auspiciada por Estados Unidos y no reconocida por Serbia ni su aliada Rusia, y más recientemente en el Cáucaso, con la actual guerra de Rusia en Georgia para arrebatarle a esa ex república soviética el control de la región separatista prorrusa de Osetia del Sur. El siguiente objetivo de la campaña militar rusa apunta a Abjasia, donde Moscú pretenderá, casi con toda seguridad, imponer como hecho consumado la independencia de la autoproclamada república de esa esquina occidental de Georgia.
Moscú y Washington están volviendo al lenguaje de las armas para imponer un nuevo orden, que consiste básicamente en asegurarse el control de los cada vez más escasos y preciados recursos energéticos.
La primera Guerra del Golfo la invasión de Kuwait por Sadam Husein y su posterior liberación por Estados Unidos al frente de una coalición internacional (por cierto, consentida por Rusia, que no vetó la guerra en el Consejo de Seguridad) ya anticipaba lo que el presidente Bush confirmó cuando ordenó la segunda Guerra del Golfo, con la actual invasión a Irak: si durante la Guerra Fría el poder disuasorio entre las dos grandes superpotencias consistía en acumular armas nucleares, en la actual posguerra fría lo estratégico es controlar los yacimientos petrolíferos y garantizar su traslado seguro para que no colapsen sus respectivas economías.
En el actual conflicto, los hombres fuertes del Kremlin, el presidente Dmitri Medvedev y su Rasputin y brazo ejecutor, Vladimir Putin, han esperado pacientemente el momento de vengarse de la afrenta que supuso el apoyo decisivo de Bush a la independencia unilateral de Kosovo. El trágico intento de Georgia de recuperar por la fuerza el control de Osetia del Sur fue respondido con una invasión militar rusa, que pretende meter en su órbita a esos dos enclaves, a lo que se opone firmemente Estados Unidos. ¿Por qué? Muy sencillo, para evitar una guerra generalizada en toda Georgia que ponga en peligro los dos estratégicos oleoductos que transportan el petróleo que Azerbayán saca del mar Caspio y llena los tanques de los petroleros estadunidenses en los puertos turcos. Esta es la razón principal de esta nueva guerra y lo que podría convertirse en la causa para una Segunda Guerra Fría.
fran@cronica.com.mx
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