Paradojas entre Obama y el movimiento afro
Llevo una “doble vida” de opinador: en este blog, enfoco “temas nacionales”; en otros medios, ocasionalmente, me concentro en la variable “étnico-racial”.
Hace poco se realizó en Cartagena el I Encuentro Iberoamericano “Agenda Afrodescendiente en las Américas”. Por cortesía de El Universal, les serví a los asistentes, al desayuno del primer día, estos párrafos que siguen, un poco más compactos, bajo el título ¿Nueva agenda afro con Obama?
Aquí van:
¿Es posible seguir reflexionando sobre los negros en las Américas sin referirse al significado de Barack Obama? Difícilmente. ¿Qué conexión tiene Obama con la tradición intelectual y política del movimiento afro? Muy poca.
He ahí la paradoja: ¿lo que nos fortalece nos resulta extraño? O mejor, el reto: ¿Cómo pensar una nueva agenda afrodescendiente en las Américas afín al tiempo que ha inaugurado Obama?
Gracias a la globalización, las sociedades con minorías descendientes de africanos tenderán a exigir el estándar de Obama. Algo así como “la raza por excepción”. El argumento de la raza, sólo excepcionalmente.
Pero, ¿cómo luchar por la población de raza negra si se aconseja no mencionar la raza y tampoco contar que se está luchando por ella? Para quienes creen que no es posible, una buena respuesta es: los afroamericanos creen que sí, y por eso el 90% votará por Obama.
He ahí otra paradoja: la mayor movilización electoral motivada por el color de la piel, la raza, ha creado la era pos-racial de la política en una sociedad profundamente marcada por la raza.
Es necesario asimilar este estándar Obama para hacer una agenda afro viable, especialmente en sociedades donde el color de la piel, al menos en el siglo XX, no tuvo las radicales consecuencias que en Estados Unidos.
Dicha asimilación será tortuosa, aun si aparece un nuevo liderazgo cuyo lenguaje sea el “estándar de la raza por excepción”. Ciertamente, se necesita empezar a modificar el lenguaje en uso, no importa si las creencias siguen rezagadas.
La “diáspora africana”, esa apelación a sentirse arrancados de África tres siglos después, debería ser reinterpretada a la luz de la muerte del panafricanismo, esa idea de un Estado para toda África y sus diásporas.
Una cosa es un encuentro de la “diáspora africana”, y otra un “encuentro de ciudadanos negros o afrodescendientes de diferentes naciones de las Américas”.
La diáspora debería ceder a la nación o la patria el lugar prominente en el imaginario del movimiento afro. De lo contrario, seguiremos siendo tributarios, a veces sin mucha conciencia, de un proyecto político basado en la raza, cuando lo que se impone es la integración a un proyecto político basado en la nación.
Integración es la palabra clave. Lo que ha hecho Obama es pasar a liderar el sueño de la “nación americana”, tal vez la forma ideal de “integración”. El sueño que Martin Luther King bellamente redescribió en términos de igualdad, libertad, hermandad y justicia en las “rojas colinas de Georgia”.
Pero integración significa compromiso, en el sentido de obligaciones con los demás, derivadas de lo que es posible hacer o cambiar en una sociedad. Integración es un intenso diálogo que compromete.
Y esto no es una paradoja: la “agenda afro” podrá ser más ambiciosa y viable, al tiempo, mientras más integrada esté a la agenda nacional.
Así que Obama no será el Mesías de los negros en las Américas, ni en su “América”.
Acá podremos esperar alguna iniciativa gringa de “progreso afro en las Américas”, y allá el orgullo de sacar adelante esa gran nación y acercarla a su sueño. Bastante.
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