The Seller of Hope

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Pobre Barack Obama. Inevitablemente va a defraudar a muchos. Hay tantas expectativas puestas en él, que va a ser imposible que les cumpla a todos.

La gente espera que resuelva la crisis económica mundial, que termine la guerra en Iraq, que capture a Osama bin Laden, que acabe con el calentamiento global, que logre un acuerdo entre israelíes y palestinos, que reviva a América Latina, a África y a Asia, que le ponga punto final a las dictaduras y que haga todo lo que los últimos diez presidentes norteamericanos no pudieron hacer.

Obama tiene una misión imposible. Ni cien años le alcanzarían para cumplir todas esas expectativas. Es curioso cómo en todo el mundo esperan grandes cosas de Obama. Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar a la ex rehén colombiana Íngrid Betancourt y ella me comentó que esperaba que Obama ayudara a la paz en Colombia y a la liberación de cientos de personas secuestradas por las Farc.

El presidente mexicano, Felipe Calderón, tampoco se quedó muy atrás cuando sugirió que Obama debería ayudar en la creación de empleos… en México. Y hasta los codictadores cubanos, los hermanos Fidel y Raúl Castro, esperan que Obama levante el embargo contra la isla. Quien lo dude, sólo debe hacer este experimento. Preguntar a cualquiera sobre el Presidente electo de Estados Unidos y la respuesta, casi siempre, empezará con algo así: “Yo creo que Barack Obama debería…”.

Sí. Cualquier cosa que no nos guste en este mundo y que queramos cambiar, se la podemos enviar a la Casa Blanca. Por ahora, antes de pasar su primera hora como presidente, muchos piensan en él como si fuera Súper Obama. Y es que el Mandatario parece que apareció de la nada y está a punto de convertirse en el hombre más poderoso del mundo. No es poca cosa.

Luego de estar sólo cuatro años en el Senado de Estados Unidos, se lanzó como precandidato a la Presidencia. Muchos dijeron que era un iluso, que no iba a poder. Y pudo. Después, los políticos más experimentados y los viejos periodistas sobrevivientes de mil batallas dijeron que Obama jamás le podría ganar a la maquinaria de los Clinton. Y pudo arrebatarle la candidatura del Partido Demócrata a Hillary.

Bueno, Obama llegó a su límite, pensaron los republicanos. Es imposible que un joven afroamericano de sólo 47 años le pueda ganar a un héroe de guerra como John McCain en un país que no ha superado el racismo. No va a sobrevivir a los ataques personales ni a las falsas acusaciones de que era amigo de terroristas y de que tenía en secreto una filosofía socialista, dijeron. Se equivocaron. Obama barrió con McCain; obtuvo 365 votos electorales contra sólo 173 de McCain.

Es decir, todas las veces en que se ha apostado en contra de Obama, él ha ganado. Por eso tiene fama de invencible (aunque no le vaya a durar mucho más). Lo que pasa es que Obama vendió esperanza durante la campaña presidencial. Y quien siembra esperanza, crea expectativas. Varios grupos no le van a permitir ni un mes de tiempo en la Casa Blanca cuando ya le van a estar exigiendo resultados.

Mi pronóstico es que Obama tendrá una luna de miel muy corta. Va a durar hasta que salga la primera cifra de desempleo durante su gobierno o cuando caiga, una vez más, la bolsa de valores. Mientras tanto, él es como Santa Claus con un gigantesco saco de regalos. Y ya que todos están pidiéndole algo, esto es lo que yo le diría si me lo encontrara cruzando una calle en Washington: ¿Se acuerda de la entrevista que tuvimos el 28 de mayo del 2008 en una estación de trenes en Denver, Colorado? Seguramente no se acuerda. Esa fue una de miles de entrevistas que dio a la prensa. Pero no se preocupe, ahora le recuerdo. Cuando le pregunté si usted estaría dispuesto a legalizar a millones de indocumentados durante los primeros cien días de su gobierno, me dijo que no. Pero luego añadió: “Pero lo que sí puedo garantizar es que en el primer año tendremos una propuesta de reforma migratoria”.

Perfecto. Le diría que con esa promesa basta y sobra, que la cumpla y luego me despediría. Otros vendrían a presentar sus deseos al nuevo Aladino de la política mundial. Esa promesa de Obama significa que antes del 20 de enero del 2010 millones de personas podrían salir de la oscuridad en Estados Unidos. Los países se definen por la manera en que tratan a los más débiles. Y en el caso de Estados Unidos los más débiles y vulnerables son los indocumentados.

Y termino contándoles una anécdota: el 5 de noviembre, un día después de la elección de Obama, estaba escuchando las transmisiones de una estación de radio en español de Los Ángeles. El ambiente era eufórico. Ayer, decían los locutores y los radioescuchas, vivíamos sin esperanza de que fueran a legalizar a millones de indocumentados. Y hoy todo ha cambiado. Obama lo va a hacer.

Ojalá no se equivoquen. Él tiene muchos problemas que resolver. Lo entiendo. Pero no se puede olvidar de los casi siete millones de hispanos que votaron por él y de los doce millones de indocumentados que esperan que les dé una oportunidad de vivir sin miedo.

Esto es lo que pasa cuando se elige a un vendedor de esperanza.

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