The 100-Day Exam

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La prueba de los primeros 100 días

Muchos errores habría tenido que cometer Obama en sus primeros tres meses de gobierno para que la opinión pública estadounidense -y también mundial- lo hubiera calificado con mala nota al cruzar el umbral de los 100 días, período que simbólicamente esperan en EE.UU. para evaluar a un Presidente. El actual Mandatario no sólo mantuvo su alta popularidad sobre el 60 por ciento, sino que, según los sondeos, mejoró en las expectativas sobre el futuro: el 48 por ciento de los encuestados cree que su país va en la dirección correcta -ocho puntos más que en febrero.

Con ese caudal de apoyo, las perspectivas de éxito del Presidente de Estados Unidos son grandes, a pesar de que la principal preocupación de sus conciudadanos es la economía, que tuvo una caída en el crecimiento de más del seis por ciento en el primer trimestre y tiene al mundo en la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. En estos meses, Obama ha sabido mantener la cercanía con los estadounidenses, ganando la confianza de sectores que no votaron por él. Su empatía ha ayudado a que, si bien no ha cumplido todo lo que en campaña prometió realizar apenas asumiera, nadie le pase todavía la cuenta. Esta luna de miel puede ser más larga que para otros presidentes, pero dependerá de Obama no desilusionar a los electores, que bien pueden castigarlo a él y a su Partido Demócrata en las elecciones de mitad del mandato, cuando deba renovarse parte del Congreso, en el que hoy tiene una cómoda mayoría.

No ha sido difícil para los comentaristas aplaudir políticas que todos esperaban, como el anuncio del retiro paulatino de las tropas de Irak y el aumento de efectivos en Afganistán; la orden de cerrar la prisión de Guantánamo; la prohibición de usar “métodos rudos” de interrogación de prisioneros -un eufemismo para las torturas-, o aliviar las restricciones de viajes y envíos de remesas a Cuba. Sin embargo, reconocer el valor de esas medidas no les impidió cobrarle la palabra al Presidente sobre otras que no cumplió o que todavía no termina de implementar.

En este caso está el manejo de la crisis económica. Si bien nadie culpa a Obama de la debacle, todos lo medirán por el resultado de las decisiones que ha tomado -como el plan de estímulo de 787 mil millones de dólares- y que deberá seguir tomando para impulsar el crecimiento e impedir que siga aumentando el desempleo. Por eso, en una intervención en la semana pasada, Obama se adelantó a cualquier juicio negativo y expresó que el “progreso (económico) debe ser medido por los resultados de muchos meses y años, no por la discusión del minuto en los medios de comunicación”. Por ahora Obama está tranquilo, porque el jueves el Congreso aprobó su presupuesto de 3,4 billones de dólares, lo cual asegura el financiamiento para gran parte de sus programas. Sin embargo, los republicanos, que votaron en contra, han sido críticos de las medidas, porque -afirman- son muy intervencionistas; se ha usado dinero prestado para ir al rescate del sector privado, lo cual significará mayores alzas de impuestos en el futuro, y se ha incrementado el déficit, con lo cual se les deja una gran carga a las generaciones futuras.

La ambiciosa agenda de Obama -quien llegó a Washington con la firme intención de impulsar cambios más allá de la coyuntura económica- se ha visto opacada por la crisis, pero no por eso está dejada de lado. Entre las prioridades de la Casa Blanca para los próximos mil 354 días de gobierno está luchar contra el cambio climático; promover la reforma al sistema de salud, así como la del sistema educacional, tanto escolar como universitario.

Un estilo propio para lidiar con el exterior

Si en el ámbito interno Obama mantiene altas las expectativas de los estadounidenses, en el plano exterior ya ha dado muestras de que -al menos en el estilo- la política de Estados Unidos ha cambiado en sentido positivo.

Una de las mayores críticas que se hicieron al gobierno de George Bush fue su menosprecio por la opinión de la comunidad internacional. En sus primeros meses en el cargo, Obama ha mostrado una inclinación a escuchar a sus aliados y una disposición a entablar conversaciones con tradicionales rivales e incluso enemigos. Así lo demostró en sus dos giras al exterior, la primera a Europa y luego a México y a la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago.

Para los países latinoamericanos, esa cumbre fue una oportunidad de aquilatar al nuevo Presidente de Estados Unidos y medir su voluntad de trabajar en conjunto. En perspectiva, si bien Obama fue cauto y no hizo grandes propuestas, tampoco cerró la puerta a ninguna iniciativa. Lamentablemente, el tema de Cuba y su estatus en la comunidad regional opacó los logros que pudieron hacerse en otros ámbitos.

No hay que equivocarse en cuanto a las prioridades del gobierno de Obama: cuando Estados Unidos está embarcado en dos guerras, seguirán siendo éstas las que fijen los objetivos fundamentales. Y en este sentido, mientras otros países de América Latina no representen un peligro, Washington mantendrá su actual interés por México y Colombia.

En una columna en el diario The Washington Post, el ex secretario de Estado Henry Kissinger analizó la extensa agenda diplomática de Barack Obama y concluyó que la actual “posibilidad de hallar amplias soluciones no tiene precedente”.

Obama tendrá que aprovechar todas las oportunidades que el clima internacional le ofrece para llevar a cabo una política exterior que, sin descuidar los intereses de Estados Unidos, dé garantías a todos de que luchará por la paz y la estabilidad en todas las regiones del mundo.

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