Mientras las palabras de Barack Obama sugiriendo a Chile como un modelo a seguir todavía tintineaban, surge este golpe militar en Honduras derrocando al Presidente Manuel Zelaya.
Las palabras en política tienen por lo general un doble trasfondo en el tiempo. Nunca una ruptura democrática fue más inoportuna que ésta en Honduras, respecto al discurso de Obama en la última Cumbre de las Américas llamando a un nuevo clima de relaciones en la región partiendo de las democracias en los países. Honduras y su elite, planteaba el otro modelo.
La mira política del mundo está puesta en esta nación centroamericana que si bien no tiene el peso estratégico y nuclear de Irán, pone el dedo en la llaga en eso de exhibir donde está el poder real.
Coloca una presión más a la nueva política internacional que intenta implementar EEUU. Aunque condenando el golpe, la administración Obama ha puesto el acento más crítico en las violaciones a los DDHH en Irán que a la ruptura democrática en Honduras.
Como es habitual, el asunto se trivializa en los medios por la variable Presidente Chávez y su influencia en Centroamérica. El Presidente venezolano se ha transformado para cierta prensa en una suerte de “Ahmadinejad de la región”, con sus propios “Hamas” y Hezbollah”, haciendo perder de vista los temas intrínsecos en Honduras.
Un clásico del New York Times: “Ejército hondureño derroca un aliado de Chávez”. La prensa que funciona con la perspectiva de poder de la Alianza Transatlántica, que justamente Chávez y su influencia le parece complicar, ha recibido el golpe con beneplácito y no hay que leer entrelíneas.
Basta ver el sesgo de El País de España, The Guardian inglés y los medios de la región sumidos en compromisos de lobby y rentabilidad con el poder transatlántico para insistir en la alianza de Chávez con Zelaya. El que éste haya comenzado a hacer algunas reformas sociales es secundario.
El “golpeado” Presidente Zelaya, un derechista en la raíz, como la mayor parte de la elite del poder hondureña, había concebido una forma de descongestionar la concentración del poder económico y político en Honduras. Se había transformado en el izquierdista inesperado. Un verdadero serendipiti, hasta que sus opositores comienzan a declararle la guerra.
Había hecho avances para algo que en general es un imposible: generar reformas sociales en beneficio de los más vulnerables sin pasar por la violencia y el revanchismo de clase. La situación estuvo muy bien descrita y analizada por el periodista Nibaldo Mosciatti en su reportaje del día domingo en Bío Bío La Radio.
En el más puro estilo de los años 60 y 70, fue el golpe clásico. Con el tradicional conflicto de poderes donde confluye la ausencia de contención de la tradicional oligarquía hondureña, en este caso, incapaz de aceptar la inserción de los pobres en su espacio de poder absoluto.
Zelaya había perdido el apoyo del poder judicial y del congreso para organizar una votación que le permitiera una convocatoria de prolongación en el cargo que replicaba los ejemplos de los Presidentes Correa, Morales y Chávez en plena “zona bananera estadounidense”, dicho esto con todo respecto a las bananas y a los países.
Este proceso se ha detenido con mucha violencia para Zelaya, algunos miembros de su gabinete como su canciller y miembros de su familia. Según fuentes hondureñas, la vehemencia de la entrada de los militares a los lugares en donde se encontraban las depuestas autoridades fue inusitada, siendo amenazados de muerte si se resistían.
El golpe ha revelado una mecánica no nueva pero descontinuada. Se están usando poderes del estado como el poder judicial y el congreso para destituir a un presidente con el apoyo operativo de las FFAA. Zelaya había solicitado la renuncia del general en jefe de las FFAA la pasada semana, demostrando que el golpe estaba fraguado.
Funcionarios hondureños entrevistados no se imaginaban lo que estaba en desarrollo, y ni siquiera se filtró la noticia de una operación casi perfecta para hacerla aparecer como constitucional.
En una conferencia de prensa, Robert Gibbs el Encargado de Prensa de la Casa Blanca, era “encañonado” con una pregunta: “Hasta qué punto la administración conocía de antemano el golpe de estado”. Gibbs, no reconoció tener información. Un funcionario hondureño se resistía a esta versión.
A EEUU le va a costar desprenderse de las viejas aureolas. Aquí hay una responsabilidad compartida en la región y en los debates que se llevan a cabo en múltiples foros internacionales respecto al avance sostenido y a veces elogiado como de excepcional de las democracias en América Latina, siendo que ello no es tal.
El marco institucional existente en América latina abre la compuerta para los estados de excepción, situación que proviene del exceso de poder de las elites, y que en Honduras aparece como un derecho irrenunciable.
La complacencia de la ciudadanía acepta fácilmente la divulgación de una democracia reducida al voto y al debate de las elites en los medios, mientras el acceso a desarrollar una vigorosa capacidad analítica en la población se hace cada vez más limitado. La gente quiere comer y pagar deudas, no quiere debatir y el voto es como un acto automático del sistema consumo-producto.
Mientras Obama alababa el modelo de Chile, los militares y la oligarquía en Honduras respondían con la dialéctica de lo concreto con su otro modelo.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.