Keeping Our Fingers Crossed for Copenhagen

<--

Carlos Muñoz Villarreal

¿Qué esperamos de Copenhague?

26 de noviembre de 2009

En pocos días se celebrará en Copenhague la reunión internacional más importante sobre cambio climático que haya tenido lugar en mucho tiempo. Contará con la presencia de jefes de Estado y de gobierno encabezando delegaciones y se buscará un acuerdo mundial que dé atención efectiva al reto del cambio climático. En el fondo, se busca una fórmula política y financiera que resuelva el gran obstáculo que han encontrado hasta ahora las múltiples negociaciones sobre el tema: cómo distribuir entre todos los países la carga económica que —ineludiblemente— la atención del cambio climático representa.

Para unos países —los de mayor ingreso— la atención se centra en generar mecanismos que garanticen que la creciente emisión de gases efecto invernadero se estabilice, primero, y se reduzca en las décadas venideras. Para otras naciones la preocupación es que haya esquemas financieros que les permitan adaptarse en forma menos onerosa a los efectos inevitables de la variación climática que ya comienza a manifestarse.

Los grandes actores de la negociación son EU, la UE, China e India. Los dos primeros por el volumen de sus emisiones y por su nivel de ingreso. Los dos últimos, por su participación actual y futura en las emisiones globales, así como por su dinamismo económico, particularmente China. También Brasil (poseedor del mayor sumidero de carbono en el mundo en la selva amazónica), Japón e incluso Rusia y Australia pueden jugar un papel importante en un nuevo gran acuerdo.

México parece tener un papel más importante del que en principio le correspondería, tomando en cuenta que genera no más de 1.5% de las emisiones globales. Su posición poco radicalizada y proactiva, las señales de construcción de una política nacional de cambio climático y el involucramiento directo del presidente Calderón lo han hecho actor importante. Más aún, al tratarse del país que albergará la siguiente reunión cumbre, a finales de 2010, y que ejercerá durante un año la presidencia de la Conferencia de las Partes, sucediendo a Dinamarca, nuestro país tiene una posición que no debiera desaprovecharse. Sin embargo, el entorno general no es fácil.

La comunidad internacional no ha logrado, ni siquiera en la más reciente reunión en Barcelona, apenas hace unas semanas, avances en los temas delineados bajo el Plan de Acción de Bali (2007), que se preveía fueran formalmente acordados en Copenhague. Marcada por un entorno no sólo de heterogéneas condiciones nacionales y de posicionamientos estratégicos que lo vuelven quizá el más apasionante caso de análisis desde la teoría de juegos, sino también por un clima de desconfianza, la negociación requeriría un salto de gran envergadura para que las expectativas de amplios grupos de la población no se vean defraudadas.

¿De dónde podría provenir ese salto? Algunos opinan que de un compromiso claro de EU, ahora que el presidente Obama ha dado muestras de querer revertir el desdén de su antecesor y vincular la atención del cambio climático con la seguridad energética y el relanzamiento económico de su país. Pero no podemos olvidar que el Senado de EU no ha aprobado aún una iniciativa de ley interna que permitiría a Obama moverse con soltura, y que existen segmentos de su población que ven con recelo un compromiso climático en el que no exista una contrapartida de China, potencia económica en ciernes con quien compiten.

El muy reciente anuncio conjunto de China y EU respecto del interés en lograr un acuerdo climático debe ser visto como un signo alentador, porque se trata de los dos países que concentran cerca de la mitad de las emisiones globales. También se tienen puestos los ojos en las negociaciones tras bambalinas de algunos de los principales jugadores en este tablero de ajedrez, no sólo a través de espacios formales (G-20, G-8+5, Foro de las Grandes Economías), sino también a través de consultas informales bilaterales o de pequeños grupos de países.

En cualquier caso, un acuerdo importante en Copenhague habrá de pasar por: 1) alguna forma de compromiso de reducción por parte de los principales emisores hacia 2020, 2) la aprobación —así sea en términos generales— de uno o varios esquemas que garanticen recursos financieros de los países con mayor ingreso per cápita a aquéllos con un nivel menor y 3) alguna señal de viraje en el mediano plazo por parte de estos últimos, a través, por ejemplo, de mecanismos de medición y comparabilidad internacional de esfuerzos.

Siendo así, Copenhague podría tener un feliz desenlace apalancado por los acuerdos informales y la presencia de los líderes políticos de alto nivel, pero tal vez no deberíamos esperar demasiado.

About this publication