Un logro indiscutible del primer año de Barack Obama es haber adoptado las medidas precisas para que la economía de Estados Unidos escapara del abismo.
No ha sido fácil, porque esas medidas no resultaron de inmediato en más empleos, y la clase media resiente que con su dinero se beneficiaron grandes bancos y compañías financieras.
Hay una sensación de metas incumplidas por el exceso de expectativas además. Aún así, su administración ha desatado procesos únicos, y abierto debates que han puesto a EEUU en otra relación con el mundo para cooperar y resolver con el diálogo.
Después de la derrota electoral en el Estado de Massachussets por el cargo senatorial, Barack Obama tratará de evitar la pérdida de ventajas electorales.
El programa de reforma al sistema de la salud parece ser la víctima más cercana. Su formato original ya no está, pero el persistente presidente intentará obtener un mínimo aceptable de medidas para que la reforma se materialice.
La interrupción de este proceso, sería perder una oportunidad histórica de corregir una injusticia mayor del actual sistema que deja a 49 millones de personas sin ninguna cobertura de salud, bajo costos estratosféricos de los servicios y los medicamentos.
Si se pudiera comparar, aparece como la reforma constitucional de Ricardo Lagos, una idea que había encontrado su momento pero que hubo que morigerar, convirtiéndose en un ejercicio virtuoso de ver la parte del vaso con agua en vez de abrumarse con la parte vacía.
En el programa de la reforma a la salud -un acto emblemático en la administración- el problema reside en la falta de unidad histórica del partido demócrata en torno a mensajes claves de reformas estructurales en algunas instancias decisivas.
Sucedió con Bill Clinton, Jimmy Carter, a diferencia de la unidad férrea de los republicanos detrás del presidente, con algunos períodos de excepción.
La agenda republicana ha sido generalmente simple y clara con el electorado. Consiste en reducir impuestos, en que el gobierno intervenga lo menos posible, y en una política exterior audaz para que EEUU sea la potencia mayor.
Es así como el elector republicano responde lealmente a los requerimientos de su partido.
En Massachusets, que ya había llevado a cabo su reforma de salud en la misma dirección que la propuesta por la actual administración demócrata, el candidato republicano al Senado ganó porque sostuvo que ¡no tenían porqué ellos pagar la reforma de los demás!
Los problemas políticos que enfrenta Obama, haciendo la salvedad del contexto, son como los que enfrentó la Concertación durante sus 20 años.
La similitud no es coincidencia.
Son los problemas de las “terceras vías”, o la social democracia moderna, frente a un clima muy conservador hacia el planteamiento de reformas a la matriz capitalista disfrazada de neo-liberal, y que la tercera vía apenas puede rasguñar tímidamente.
Independiente de las épocas, el conservadurismo expresado en la simple receta republicana, tiende a prevalecer porque las reformas al meollo del sistema capitalista aparecen como amenazas a los bolsillos de la gente.
Es así que la reforma de la salud, que sólo haría mella en los grandes intereses financieros de las aseguradoras y las farmacéuticas, termina enredándose en la maraña política del partido demócrata, arriesgando el capital político del Presidente Obama.
Hay que preguntarse: ¿Por qué la salud es una fábrica de rentabilidad de compañías y no una fábrica de bienestar social con un margen de rentabilidad para sustentarse?
¿Por qué la educación no es fábrica de conocimientos y formación social productiva, en vez de ser concebida primero como una industria que genere rentabilidad?
No todo puede reducirse al banco y al mercado. Hay algo que se llama bienestar colectivo. El estado no puede ser sólo un fiscalizador o una fábrica de poder. Debe asumir otra vez el rol de garante del bienestar para el cual 25 años de ajuste estructural a las economías no ha funcionado.
Es lo que está tratando de hacer Barack Obama con la salud, y por lo cual la derecha republicana ha llegado al extremo de llamarlo “bolchevique”.
El ajuste de los 80 fracasó y de paso también el sistema político que lo sustentó. Después de 25 años el mundo sufrió una regresión hasta explotar en las burbujas financieras. Cuando se habla de modernizar, pocos se atreven a reformular el ajuste.
Reducir a Obama a la categoría de bolchevique es la política reducida a coordenadas muy básicas, es como un regreso a la época zarista. Los “modernos” de ahora actúan como los zaristas, que son representados por imperios económicos inmunes al clamor popular.
Esperemos que en su segundo mensaje a la Unión, Obama y la social democracia hayan encontrado esa mirada de Dostoievski.
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