A poco más de un año de haber llegado a la Casa Blanca, el mundo está viendo los primeros frutos de la estrategia militar y política de Barack Obama en Afganistán. La “Operación Mushtarak” —que significa “juntos” y que representa la mayor ofensiva aliada desde la invasión estadounidense de 2001— desplegó 15 mil efectivos estadounidenses, británicos y afganos en la zona de Marjah, un bastión clave de los talibanes. Durante tres años Marjah —al sur de ese país— fue un reducto impenetrable para las fuerzas afganas y de la OTAN, un “santuario” donde los talibanes podían entrenar a sus hombres, fabricar explosivos y, sobre todo, cultivar campos de amapolas para producir opio.
Muchos han criticado que Washington “pusiera sobre aviso” a los talibanes, anunciando por los medios el inminente ataque. Pero esta calculada filtración permitió que los civiles abandonaran Marjah y que muchos talibanes desertaran, lo que se tradujo en un reducido número de bajas por ambos lados. Además, en esta ocasión el ejército afgano tuvo un protagonismo innegable, demostrando que no se han perdido todo el tiempo y dinero invertidos en entrenar al nuevo cuerpo militar.
Otro frente de esta guerra se encuentra en el vecino Pakistán, que también sufre el azote de los talibanes, al tiempo que defiende su papel como aliado de EE.UU. Esta semana se reveló que en operativos conjuntos entre la CIA y los servicios de inteligencia paquistaníes habían sido capturados tres líderes talibanes, entre ellos Abdul Ghani Baradar, el segundo hombre del movimiento y ex aliado de Osama Bin Laden.
Sus detenciones debilitarán a los talibanes por un tiempo y demuestran que EE.UU. y Pakistán están superando los problemas que entramparon la colaboración durante los tiempos de George W. Bush, cuando el Pentágono acusaba a los servicios de inteligencia de Pakistán de brindar apoyo a los talibanes. Actualmente la Casa Blanca permite una mayor participación de las autoridades paquistaníes en las operaciones antiterroristas dentro de su territorio, y Pakistán intenta demostrar que es un aliado confiable en lo diplomático y lo militar.
Todavía queda mucho por hacer, porque Marjah es sólo una parte del enorme territorio afgano que hoy controlan los talibanes. Además, sigue pendiente que el gobierno del Presidente Hamid Karzai demuestre que puede ser más eficiente y menos corrupto. Pero la actual estrategia parece indicar que Obama ha comprendido mejor cómo enfrentar a este enemigo peligroso y versátil y, sobre todo, que derrotarlo involucra necesariamente tanto a afganos como a paquistaníes.
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