En una parodia de película de los tres chiflados, el Jefe del Comando Sur de los Estados Unidos emite declaraciones exonerando a Venezuela de vínculos con la dupla ETA-Farc, para ser desmentido de cuajo por el vocero del Departamento de Estado, quien a su vez podría resultar corregido o respaldado por el portavoz de la Casa Blanca.
Esto ocurre con tanta frecuencia que difícilmente se sabe qué opina en realidad el Gobierno estadounidense, si es que tiene opiniones al respecto. Además, todo se complica cuando el Congreso gringo inicia interpelaciones que aprovechan los parlamentarios para enredar aún más el asunto con declaraciones confusas.
Lo cierto es que al presente, el Gobierno de Estados Unidos acusa a Venezuela, sin mostrar la menor prueba, de apoyar a las guerrillas de la Farc, auspiciando el entendimiento entre éstas y la ETA española. Para hacer más absurda la denuncia, atribuyen la información a las míticas computadoras de Raúl Reyes, que contienen todos los secretos imaginables, incluyendo el escondite de Osama Bin Laden en la Península de Macanao, en Margarita.
A estas alturas sería conveniente que el canciller de Venezuela, o quizás el embajador ante la OEA, empiecen a plantear cuestionamientos que nunca han sido aclarados por el Gobierno estadounidense. Quizá un juez venezolano debería investigar minuciosamente cómo es que cientos de toneladas de drogas entran o salen del territorio gringo sin que las autoridades, civiles o militares, decomisen una cuota significativa.
Con un poquito de imaginación, al estilo del magistrado español, se podría acusar a los militares gringos de facilitar el ingreso de drogas colombianas a los Estados Unidos, tal vez utilizando los espacios vacíos en los aviones de carga que transportan equipos de combate a la Base de Palanquero.
A lo mejor no es ésa la fórmula, pero debe haber concertaciones para que la cocaína colombiana ingrese al territorio imperial como Pedro por su casa. En todo caso, si se trata de acusaciones panfletarias, ésta resulta más creíble que la del juez español, pues ni siquiera la policía gringa niega que allá consumen drogas importadas como si fuera Coca Cola.
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