Confrontación comercial
En los últimos días se ha observado una abierta confrontación comercial para aumentar la participación en los mercados internacionales.
El presidente Obama anunció, dentro de su plan de recuperación de crecimiento de mediano plazo, la duplicación de las exportaciones en diez años. Los demócratas están presionando a la administración para que declare que China manipule el tipo de cambio y, en retaliación, le establezca un arancel de 25%.
Estos acontecimientos ponen en duda las teorías de ventaja comparativa, que predicen que todos los países tienen cabida en los mercados internacionales y que todos ganan en el intercambio. En su lugar, se trata de una abierta confrontación por los mismos productos para ampliar las exportaciones y acelerar el crecimiento económico.
Se han venido a confirmar los errores de diagnóstico de la crisis. En un principio se atribuyó a dificultades de liquidez y solvencia, y se dio por dado que los grandes rescates financieros las solucionaban. Hoy es claro que estas fallas eran simples manifestaciones de una dolencia más estructural, de orden económico internacional. Como señalé en mi libro La recesión mundial, de un lado los países asiáticos estaban comprometidos en grandes expansiones de las exportaciones y superávit en cuenta corriente para impulsar el crecimiento, y de otro EE.UU. operaba con déficit en cuenta corriente orientados a financiar el sobreconsumo y la valorización de activos. El sistema se vino abajo porque las exportaciones y los precios de los activos no podían aumentar indefinidamente.
Desde un principio se planteaba un gran arreglo internacional para propiciar la devaluación del dólar con respecto a las monedas asiáticas. Así, EE.UU. se hubiera reactivado con el aumento de las exportaciones y la reducción del déficit en cuenta corriente; y China, con la reducción del superávit en cuenta corriente, la ampliación del déficit fiscal y la elevación de salarios. En el desespero de la caída libre se procedió en forma muy distinta. Todos los países buscaron triplicar los déficit fiscales y el nivel promedio supera el 5% del PIB, lo que frenó la recesión mundial en seis meses, pero no corrigió la causa.
Así como todos los países no podían aumentar las exportaciones, tampoco incrementar en forma generalizada el déficit fiscal. El desenlace ha sido una elevación del endeudamiento y del déficit en cuenta corriente en EE.UU. y Europa, así como la emisión indefinida de dólares para propiciar la devaluación.
Los países europeos de mediano tamaño, como Grecia, España, Portugal e Irlanda, están asediados por cuantiosos déficit en cuentas corrientes y elevados endeudamientos. En lugar de enfrentar los desbalances con la devaluación del tipo de cambio o la financiación de los déficit fiscales con la emisión monetaria, se encuentran abocados a severos programas de ajuste basados en la austeridad fiscal y monetaria, la represión salarial y la recesión.
La situación de EE.UU. es más cómoda. Mientras disponga de la moneda de reserva puede emitir indefinidamente para mantener elevados déficit en cuenta corriente y altos endeudamientos. Sin embargo, significa la devaluación del dólar que genera represalias y crisis en otras economías que revierten a EE.UU.
Las nuevas condiciones mundiales han creado un gran temor hacia los déficit en cuenta corriente y el endeudamiento. Ahora, los países acuden en forma generalizada a la intervención cambiaria y la protección, para sustituir los estímulos fiscales por superávit en la cuenta corriente, y como todos no lo pueden conseguir se replicaría la anarquía que antecedió la crisis mundial. La oferta exportadora supera la demanda y los excesos de ahorro pueden reaparecer amenazando la reactivación.
Luego de tres años no se ha logrado normalizar el orden internacional. La economía mundial está expuesta a vulnerabilidades que pueden dar lugar a crisis en Europa, Japón e incluso en EE.UU., así como a serias interferencias para consolidar la recuperación.
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