A Game of Dominoes: Stuck in the Same Play

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EL fiasco que resultó la última Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático —cuando un grupo muy selecto de países, principalmente las grandes potencias, llegaron a un tibio acuerdo que quisieron imponer a las naciones más pobres—, amenaza con reproducirse. Permanece el incurable egoísmo de los más industrializados, que siguen sin reconocer su deuda ecológica, de la cual tratan de responsabilizar a algunas naciones emergentes.

En estos momentos, unos 4 500 delegados de 182 países se reúnen en Bonn, al oeste de Alemania, para trazar la hoja de ruta hacia la cumbre acerca del clima, prevista para fines de este año en Cancún, México. Y el dominó, casi seis meses después del fracaso de Copenhague, continúa «tranca’o» en la misma jugada.

Los delegados, observadores y organizaciones no gubernamentales se muestran muy pesimistas sobre si realmente esta nueva ronda de negociaciones construirá el camino hacia el cual debe enfilar la cita de Cancún, fundamentalmente porque en los debates continúan primando las posturas que hicieron fracasar la anterior reunión.

El punto de la reducción de las emisiones de dióxido de carbono es el más candente. Estados Unidos sigue apertrechado en la ausencia de una ley nacional sobre clima, que aún no cuaja. Es la misma razón que esgrimió Washington en la preparatoria de Copenhague celebrada en Barcelona, España, y posteriormente en la capital danesa. Su propuesta no ha variado: disminuir en un 17 por ciento las emisiones con respecto a 2005. Pero se sabe que el numerito es engañoso, pues lo que se vende como «bastante» teniendo en cuenta la postura norteamericana hasta el momento —es el único país que no ratificó el Protocolo de Kyoto—, solo representa el burlesco tres por ciento respecto a 1990.

Washington insiste en que a China se le pase la misma cuchilla: que sus recortes sean similares a los de las grandes potencias. Esta exigencia viola el principio acordado en Kyoto de que la protección del clima debe tener en cuenta las responsabilidades comunes, pero diferenciadas.

Mientras, la Unión Europea sigue a la expectativa de lo que propondrán sus socios. Hablan de un 20 por ciento hasta 2020, que pudiera subir a 30, si los demás, principalmente en alusión indirecta a EE.UU., se comprometen. No obstante, la «flexible» propuesta se queda por debajo del racional 40 por ciento que exigen los científicos en relación con los niveles de 1990.

Otro asunto, bastante oscuro aún, es el de los fondos prometidos para que los países pobres, los más afectados por los desenfrenados patrones de consumo del Norte, puedan cumplir sus metas de desarrollo sin contaminar. Hasta el día de hoy no se han concretado los mecanismos mediante los cuales se van a desembolsar los 30 000 millones de dólares prometidos en Copenhague para 2010-2012.

Al respecto, algunos países del Sur plantean la necesidad de «un desbloqueo real de los fondos». Mientras, ecologistas y organizaciones no gubernamentales están preocupadas por la forma en que el dinero correrá por la canalita: ¿ayuda o préstamos?

El mismísimo responsable de la ONU sobre cambio climático, Yvo de Boer, ha comentado que un nuevo acuerdo global legalmente vinculante no está a la vista en Cancún, y que la posibilidad «más realista» de alcanzarlo será un año después, en Sudáfrica. Nuevamente, se pide lo que menos queda para actuar: tiempo. ¿Y la voluntad política de unos pocos poderosos?

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