Irak, un error estratégico de Washington y Londres
/ La Nación Domingo Por Raúl Sohr
A lo largo de la historia se repite una constante: la sangre derramada no es olvidada con facilidad. Cuando se visitan castillos o campos de batalla, los guías nunca omiten cuántas personas y cómo murieron. La muerte ejerce un magnetismo que sobrevive a intentos concertados por borrar su rastro.
Domingo 22 de agosto de 2010 | | Blog Columnistas
Esta semana abandonó Irak la última brigada de combate estadounidense. Todavía quedan más de 50 mil soldados norteamericanos, pero están destinados a tareas de apoyo. El balance de la invasión al país árabe es deprimente. Las razones invocadas para atacar a las fuerzas de Sadam Hussein, en marzo de 2003, resultaron falsas. Jamás hubo armas de destrucción masiva ni conexiones entre el dictador y grupos terroristas que presentaran una amenaza. Más tarde Washington prometió que construiría una democracia modelo. Un faro de progreso económico que brillaría para todo el Medio Oriente. Nada de ello ha ocurrido.
Han pasado ya cinco meses desde que los iraquíes concurrieron a las urnas. Hasta ahora no han podido conformar un gobierno. Las negociaciones entre los principales grupos políticos están empantanadas. Nouri Maliki, el Primer Ministro en ejercicio, no está dispuesto a cederle el cargo a Ayad Allawi, que cuenta con dos parlamentarios más que su adversario. Esta semana Allawi decidió suspender las negociaciones. Casi coincidiendo con la ruptura, estalló una bomba en un centro de reclutamiento del ejército en Bagdad. El estallido mató a 61 jóvenes y dejó a más de un centenar de heridos. Cerca de un millar de hombres esperaban en fila desde el amanecer con la esperanza de ser incorporados. Es tal la desesperación por encontrar un trabajo, que algunos heridos volvieron a la cola luego de ser atendidos en los hospitales. La angustia del desempleo y la ausencia de ingresos para sustentar sus familias llevan a los voluntarios a correr enormes riesgos. Algunos, si no consiguen lo que buscan en las fuerzas regulares, están dispuestos a sumarse a alguna de las milicias. Fue la explosión más mortífera en los últimos tiempos. La situación de seguridad muestra un marcado deterioro: julio es el mes que se registró el más alto número de bajas en los dos últimos meses. Las declaraciones del comandante del ejército iraquí no pueden más que sembrar inquietud. A su juicio, las tropas locales no estarán en condiciones de asumir el control del país hasta dentro de 10 años.
Hay muchos iraquíes que comienzan a perder la confianza en que el país es capaz de regirse por un sistema democrático. A los mayores les vienen a la memoria el golpe de estado contra el Rey Feisal, en 1958. El monarca y sus colaboradores fueron ejecutados. Hoy el desprestigio e inoperancia del liderazgo político se suma a unas fuerzas armadas reconstruidas a medias e impredecibles. De allí el temor a la aparición de uniformados que se hagan con el poder una vez que decline la presencia de Estados Unidos. A fin de cuentas ninguna nación árabe de la región es gobernada democráticamente. Es un misterio qué hizo pensar al ex Presidente George W. Bush y sus asesores que podrían alterar la realidad política de Irak. Es claro, en todo caso, que la invasión estuvo motivada por conseguir el abundante petróleo del país. El resto fue retórica para justificar los hechos consumados.
También esta semana, Tony Blair, el ex Primer Ministro británico que comprometió a su país de lleno en la invasión, anunció que donaba 4,6 millones de dólares (unos 2.380 millones de pesos) a la British Legion, una fundación dedicada a atender a soldados heridos en conflicto. El dinero corresponde al anticipo dado a Blair por sus memorias. Las tropas británicas se retiraron de los frentes de combate hace un año. Pero la virulencia de los ataques contra Blair por haber involucrado al país en una guerra que la mayoría de los británicos consideró imprudente, innecesaria y, según muchos, ilegal, no terminan. En definitiva, los gobiernos son juzgados, ante todo, por su estatura ética.
A lo largo de la historia se repite una constante: la sangre derramada no es olvidada con facilidad. Cuando se visitan castillos o campos de batalla, los guías nunca omiten cuántas personas y cómo murieron. La muerte ejerce un magnetismo que sobrevive a intentos concertados por borrar su rastro. Trátese de crímenes cometidos por dictadores o en el curso de una guerra. En el caso de Blair, la exitosa gestión de sus años de gobierno palidece. Lo que sobresale de sus 11 años como Primer Ministro es la guerra de Irak que Blair aún defiende como necesaria. El contraste con la Primera Ministra Margaret Thatcher no podría ser mayor. Ella es admirada por haber ido a la guerra contra Argentina. La diferencia no está en que los británicos vencieron en las Malvinas, en 1982, sino que consideraron legítima la defensa de un territorio que consideraban propio. También allí fue derramada sangre, pero fue en pos de una causa considerada justa. La legitimidad es, a todas luces, un bien imprescindible para quienes entran en guerra. //LND
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