Give Us the Opportunity

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Hace 30 años, en un reportaje titulado Marihuana, relataba yo la historia de un varillo de maracachafa desde el instante en que un gringo lo vendía tranquilo frente de la Alcaldía de Nueva York, hasta el momento en que un campesino, superando todos los obstáculos, lo cultivaba en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Entonces, ese cigarrillo se vendía a un dólar que se repartía así: ochenta centavos eran para los intermediarios y distribuidores de Estados Unidos, diecinueve para la mafia colombiana, y sólo un centavo lo recibía el cultivador.

La historia retrataba cómo, ya entonces, la marihuana se expendía sin problema en ciertos sitios de la Gran Manzana (frente a la gran biblioteca de la Calle 42 con 5 Avenida, en Washington Square, a la salida de las principales discotecas, etc), sin que se hablara de que guardias o capos norteamericanos hubieran sido puestos presos por narcotráfico. Y en el texto se preveía también que, en unos años, la Santa Marta Golden, la marihuana más apetecida del mundo, sería barrida por otra, de muy buena calidad, que empezaba a cultivarse en California, y que llegaría un momento en que la maracachafa colombiana en Estados Unidos sería sustituida, en su totalidad, por la made in USA.

Rápidamente, esa predicción empezó a cumplirse: pronto, la venta de marihuana, en cuyo control pusimos tantos muertos e invertimos tantos recursos, se fue generalizando, y su consumo, en Estados Unidos y en varios países de Europa, se fue popularizando. Y, ahora, es probable que el referendo que va a realizarse el martes en California decida que no sólo la producción, distribución y consumo de marimba son legales, sino, también, que van a cobrarse impuestos por su venta. Así, ese solo estado ganaría unos US$1.500 millones anuales, sin contar los que se ahorraría al abolir la (supuesta) persecución a los traficantes.

¿Y cuánto se ganará ese país cuando la hierba se legalice en todo su territorio? ¿Y cuánto cuando logre inventar cómo generar un microclima donde crezca la hoja de coca y legalice su producción y su venta? ¿Y cuántas vidas y cuánta plata habremos perdido nosotros por hacerles caso cual mansos borregos?

Razón tenía el ex presidente Alberto Lleras, al que consulté para escribir ese reportaje, y quien, con su lucidez desconcertante, me dijo entonces: “Hay que dejar que sean los Estados Unidos los que cuiden sus fronteras”.

Pero una luz de esperanza se avizora en el horizonte a raíz de la posición liderada por el presidente Santos, quien en Cartagena, en vísperas de la reciente cumbre de países de Centroamérica y el Caribe, declaró: “Cómo le digo yo a un campesino de mi país que si produce marihuana lo meto a la cárcel, cuando en el estado más rico de EE.UU. es legal producir, traficar y consumir el mismo producto?”. Santos logró que de la reunión saliera una posición unánime sobre que “si ese referendo se aprueba, se genere una discusión inmediata por las contradicciones que provoca”. Y acabó su intervención preguntando: “¿No es hora de revisar la estrategia global contra las drogas?”.

¡Claro que es hora, Presidente! Y hay que aprovechar el papayazo que ojalá nos dé California, así como nuestra presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ahí puede discutirse el tema, pues ese foro se ocupa de preservar la paz del mundo y, el terrorismo, que atenta contra la seguridad de los estados, sobrevive gracias el narcotráfico. ¡Adelante, pues!

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