La mejor síntesis de lo que está ocurriendo hoy con la economía global la dio hace cuarenta años exactos el secretario del Tesoro de Richard Nixon, John Connally. En una charla con ejecutivos europeos preocupados por los saltos sin red de la paridad del billete norteamericano, les dijo: “el dólar es nuestra moneda, pero es su problema” . Entonces como ahora, EE.UU., presionado por sus desafíos domésticos entre los que la deflación y la desocupación no son los menores, está disparando una guerra monetaria entre las potencias globales , que, como enseña la historia, es siempre de consecuencias imprevisibles. Esa acción, que en Europa y China es calificada de irresponsable, desnuda hasta qué punto la crisis mundial sigue vigente pero también el nivel de riesgo al que se está dispuesto a llegar en un escenario donde las cifras son buenas para cada vez menos jugadores.
Esto no es solo una cuestión de números. Siempre hay que explorar en el mundo de la economía si se pretende comprender qué sucede en el más pequeño de la política. Los durísimos ajustes que se extienden por Europa, las protestas sociales que acorralan a sus liderazgos de izquierda o derecha y las mudanzas políticas que acarrearán, se originan en las distorsiones de este mapa donde se agota el camino de la negociación. Esta semana, el premier conservador británico David Cameron anunció un severísimo programa de austeridad sin precedentes en la historia de ese reino, que trasladará a la gente los costos del enorme déficit fiscal que arrastra el país por el salvataje a sus bancos. Pero la intención allí y en otros países es más amplia: se intenta desmantelar el estado benefactor para amplificar las ganancias de una economía cada vez más concentrada.
Ese objetivo, sin embargo, no sólo no alcanza sino que se está comprobando lo duro que será lograrlo. Es un aspecto de la crisis. El otro, más grave, es la guerra que activa Washington, como alterntiva, para bajar la paridad del dólar contra las monedas de sus rivales comerciales, abaratando el precio de las exportaciones propias e inflando el de sus competidores. Es un sálvese quien pueda “beggar-thy-neighbor”, como lo caracterizó Financial Times . El fenómeno es grave porque el tamaño de EE.UU., aún hoy 25% del PBI mundial, hará que nadie escape al efecto de estas políticas.
Ese peligro intentará ser conjurado a mitad del mes entrante en Seúl por el G-20, esta organización de las mayores naciones industrializadas y en desarrollo encabezadas por Washington y Beijing y que tanto aprecia Barack Obama. Las expectativas son pesimistas, sin embargo, atento a que el nivel técnico de ese grupo, sus ministros del ramo, reunidos también en Corea del Sur este fin de semana, no lograba pasar de los juegos retóricos.
Es comprensible. Este conflicto se mira en espejos del pasado que ilustran sobre lo difícil que es detener una tormenta después de que se ha hecho todo lo necesario para formarla . Lester Thurow, el ex decano de Economía de Harvard y asesor de Bill Clinton, había anticipado partes de este escenario hace 15 años en su inevitable Las Guerras del Siglo XXI, cuando pronosticó que en un mundo más pequeño y con menos participantes globales los grandes bloques se enfrentarían en choques que no dejarían muertos, aunque sí gruesas víctimas comerciales. Las guerras de Oriente Medio y la del Golfo durante el período bien imperial de George W. Bush mojó esa profecía que ahora se vuelve a corporizar porque mucho de lo que la forma viene de aquel tiempo de balas y cañones de verdad.
El recuerdo de Connally no es casual. Fue en aquel período de Nixon y de este ministro cuando EE.UU. declaró la muerte del patrón oro (una onza US$ 35 dólares) y con él de la previsibilidad en las paridades que había regido en el mundo desde el fin de la guerra y los acuerdos de Bretton Woods. La declaración de inconvertibilidad y devaluación del dólar fue la puerta para desregular los flujos internacionales de capital y habilitar lo que luego se transformaría en la creatividad financiera que está en la base del actual colapso. Pero si se hurga aún más en el pasado se ve con cuáles fuegos se está jugando. Estas políticas proteccionistas, fueron las que fragmentaron superestructuralmente al planeta a partir y después de la Gran Depresión de 1930 y que acabaron en la Segunda Guerra Mundial , la mayor operación de gasto público de la historia como gusta definir con picardía el inefable Paul Krugman.
El blanco principal de la estrategia norteamericana con su ofensiva actual es Beijing, para que revalue su moneda de modo de abrir su gigantesco mercado interno a los bienes que se producen en Occidente . A esa estrategia se suma la posibilidad de que EE.UU. defina a China como un país “manipulador de su moneda”, lo que serviría como pretexto para un amplio menú de sanciones. En un segundo nivel, pero de igual prioridad, Washington busca generar un impacto inflacionario interno. Ben Bernanke, el titular de la FED, el Banco Central, dijo que ese indicador debería ser del 2%, para escapar de la deflación, mantener la estabilidad de los precios y contener el desempleo. El problema es que esos objetivos se plantan en el arenero sobre los escombros del resto de los socios.
“El mensaje es que EE.UU. imprimirá todos los dólares que necesite para generar esa inflación. El resto del mundo verá cómo se arregla, es su problema”, dijo en tono crítico The Wall Street Journal . Otro diario de la misma vereda conservadora, el Financial Times también se tomó la cabeza: “En lugar de cooperación, están buscando imponer su voluntad emitiendo …”. Esa alarma es porque se trata de una política inconsistente. Si China revalúa precipitadamente su moneda, complicará su frente interno, generando mayores niveles de inflación y problemas sociales incluyendo desocupación y aumento del costo del dinero. El escenario también distorsionaría el funcionamiento de las empresas norteamericanas y del resto de las occidentales relocalizadas en el gigante asiático, un daño colateral cuyo impacto resta ser evaluado.
El otro problema es que el torrente de liquidez que lance la FED buscará destinos de mayor calidad.
La tasa de referencia en Brasil, por ejemplo, es de 10,75%, una de las más altas del mundo. Ese país, como Chile, otro de los modelos sudamericanos dentro del arco de los “previsibles” -condición de la que carece Argentina o Venezuela, lo que les evitará este problema-, están alzando diferentes barreras para protegerse del empellón de los capitales especulativos . Será difícil. El Institute of International Finance, una organización de la banca privada mundial, calcula que este año llegará 42% más de fondos a la periferia: US$ 825 mil millones.
En ese torbellino, la siguiente escena de esta mala película será una guerra de aranceles en el norte y en el sur para frenar el auge de los importados baratos con lo que el comercio global se atrofiará. Seamos dramáticos, quizá no sea una imprudencia.
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