An Opportunistic Game beyond the Brink

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Hace 57 años que las dos Coreas están en guerra. Nunca acabó formalmente ese conflicto que fue el primero de la Guerra Fría entre Washington y Moscú. Apenas un armisticio ha regido la relación desde 1953 entre un país que se convirtió en potencia económica y un régimen extravagante de comunismo dinástico que ha hecho de la imprevisibilidad y la extorsión sus armas de sobrevivencia. El choque de ayer es parte de una escalada que incluyó en marzo el hundimiento de una corbeta de Seúl por un buque militar norcoreano con el saldo de 46 marinos muertos. Hace sólo unos días Pyongyang reveló avances en su laboratorio nuclear que implicaría un arsenal mucho más temible de lo que se suponía. Todo ello como una estentórea pasarela para la llegada al poder de Kim Jong Un, el hijo del actual dictador Kim Jong Il, quien ha decidido, se ve, darle una impronta guerrerista a la transición.

Corea del Norte es un país con el que conviene eludir visiones sencillas. La dictadura mantiene una crítica alianza con China pero ha seguido un comportamiento autónomo agresivo y extorsivo sobre Occidente para obtener alimentos y energía. El problema es el timing de estos conflictos. Se producen en momentos que los liderazgos mundiales están atravesados por una crisis que va hasta los cimientos del sistema de acumulación capitalista y que enfrenta, como sucedió en la década del ‘30, a las mayores economías entre sí. El régimen norcoreano parece olfatear las rendijas que deja ese panorama, y extiende la apuesta hasta los límites para recoger la red esperando quedar instalado como una potencia nuclear con ilimitados derechos.

Pyongyang no tiene dinero y su materia exportable es rudimentaria y mínima. La hambruna que soportó en los ’90 mató a dos millones de personas. Pero armó el quinto Ejército en tamaño del mundo y reunió fuerza suficiente para poder arrasar en un instante a Seúl o Tokio. Su actual poderío atómico lo obtuvo de uno de los más fuertes aliados de EE.UU. y en sus narices. El padre de la bomba de Norcorea es Ayhbu Qaader Khan, el hombre que convirtió a su país, Pakistán, otro aliado de China, en una potencia nuclear para rivalizar mano a mano con la India. Si Corea del Sur devuelve los golpes es absolutamente difícil estimar las consecuencias. En especial porque, si bien es claro que Beijing no puede controlar a su aliado, difícilmente podría abandonarlo si la crisis escala hacia lo imprevisible.

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