La reunión celebrada la semana pasada de líderes del G-20 en Seúl, fracasó en su objetivo de alcanzar acuerdos substantivos sobre cómo empezar a disminuir gradual y ordenadamente los enormes y amenazantes desequilibrios financieros internacionales.
El presidente Barack Obama insistió en condenar la inflexibilidad de China por rechazar la libre flotación de su moneda, señalando que estaba muy sobrevaluada, sin aceptar responsabilidad por la propia política monetaria de su país que insiste en llenar de dólares a los mercados financieros, lo que induce a la devaluación del dólar.
El comunicado final del G-20 es un perfecto ejemplo de los retruécanos que tuvieron que darle a la lógica los encargados de su preparación, que se pasaron la noche redactando este camello, definido como un caballo diseñado por un comité, para describir los paupérrimos acuerdos que se alcanzaron en la reunión de marras:
“Estas metas indicativas, compuestas por una serie de indicadores, servirán como el mecanismo que facilitará la detección oportuna de desequilibrios que requieren adoptar acciones preventivas y correctivas”.
La batería de indicadores que está aún por definirse, serán elaborados sin mucha prisa para tenerlos listos el año próximo y substituyen a la propuesta de EE.UU. de adoptar metas cuantitativas, como un déficit externo del 4% del PIB, que de manera automática implicarían acciones de política para corregirlos.
Los organizadores coreanos de la reunión se dieron por bien servidos al evitar que culminara en recriminaciones entre los participantes, como estuvo a punto de suceder, pero vieron naufragar su propuesta para que el G-20 adoptara el Consenso de Seúl para remplazar al muy criticado y poco entendido Consenso de Washington.
Alemania condujo la oposición contra propuesta de EE.UU., lo que marca un contraste notable con su insistencia para que los miembros de la Unión Europea adoptaran los criterios numéricos muy específicos definidos en Maastricht en 1991 para crear una moneda común, como parte de la evolución europea hacia su integración política.
En aquella ocasión, Alemania trataba de recrear en el contexto europeo condiciones de estabilidad fiscal y monetaria similares a las muy estrictas que se había impuesto esa nación para nunca más repetir la terrible experiencia de la hiperinflación que sufrió entre la Primera y la Segunda guerras mundiales.
Ahora, sin embargo, el plan propuesto por EE.UU. trataba de imponer topes cuantitativos mas o menos inmediatos a los amplios superávit externos generados por China y Alemania, mientras ofrecía abatir su propio déficit comercial gradualmente (es decir, quién sabe cuando), pues su prioridad inmediata es la recuperación económica.
Ni los países superavitarios ni el resto del G-20 compraron la versión estadounidense de que China manipula el tipo de cambio de su moneda mientras que ellos no lo hacen, con su relato de que la acción del Fed de inundar los mercados financieros con mayor liquidez sólo persigue la recuperación del crecimiento y la generación de empleo y no la devaluación del dólar, que fue su consecuencia inmediata.
De hecho, una de las principales preocupaciones sobre la militante política monetaria de la Fed, es precisamente que al anunciar la compra de instrumentos de la deuda pública de su país en los próximos meses, lo que está haciendo es financiar dólar por dólar el déficit presupuestal en el que incurrirá el gobierno en ese lapso.
Ello significa que la autonomía que debe existir entre las políticas fiscal y monetaria, principio cardinal para la estabilidad de la moneda, lo está violando el banco central de EE.UU. flagrantemente, lo que erosiona su credibilidad y pone en entredicho la permanencia del dólar como moneda de reserva internacionalmente aceptada.
La devaluación sufrida por el dólar desde que se anunció su política de relajamiento cuantitativo, de inmediato se tradujo en presiones alcistas en los precios de materias primas, tendencia que es claramente contradictoria con la supuesta amenaza de deflación que algunos integrantes de la Fed avizoran en el horizonte.
Ahora veremos qué nos depara el futuro ante una situación financiera mundial cada vez más inestable por la inacción de los principales causantes de sus desequilibrios, y si los grandilocuentes franceses, en quienes recae dirigir el G-20 ahora con el hiperactivo Nicolás Sarkozy al frente, logran hallar los remedios necesarios.
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