Ya se armó. Agárrense. Unos atacan, otros defienden. Esa es la política. El problema es que si no sabemos distinguir los fenómenos, nos involucramos y dejamos de comprender lo que sucede. De un lado se dice que el atentado a la congresista demócrata Gabrielle Giffords ha sido prácticamente el producto de un incendiario discurso ultraconservador que desde hace meses viene cobrando fuerza y que ocasiona que algunos ciudadanos exaltados puedan cometer este tipo de crímenes. En otras palabras, se establece una liga directa entre la violencia retórica y el atentado. Del otro lado, hay un completo deslinde. Se retiran frases comprometedoras en internet y se dice que no tiene nada que ver una cosa con la otra. En el medio estamos nosotros, entre confusos y preocupados, no sabiendo bien hasta qué punto se relaciona la agresividad discursiva con el matar seres humanos.
Se señala en la prensa que no es la primera vez que un discurso conservador inflamado cobra fuerza en la historia de Estados Unidos. Lo novedoso en este momento es la propagación que esta clase de lenguaje ha tenido a través de las redes sociales e internet. Eso hace que la retórica tenga mucho mayores efectos y que llegue a poblaciones como nunca antes en el pasado había ocurrido.
Sin embargo, al margen del impacto real de esta clase de discurso en el tirador o su potencial organización, resalta la manera en la que el sector conservador busca de forma inmediata eliminar frases o sitios en internet en un intento por mostrar que ellos no tienen nada que ver con esta clase de atentados. Pareciera que se busca eliminar cuanto antes la “evidencia” de haber sido los incitadores del crimen. Es por ello que en este juego que se entreteje con la lucha por el poder es necesario establecer matices.
En este y otros espacios hemos argumentado, en efecto, la importancia del discurso. La realidad no es algo que preexiste, sino una estructura que se va construyendo socialmente a diario. El lenguaje que utilizamos representa la forma de entender esa construcción y, a su vez, contribuye en la edificación de dicha realidad. Por eso decimos que un discurso de paz termina por engendrar paz, y un discurso violento va a reproducir violencia. De esto no cabe la menor duda. Pero es una idea de largo plazo. En otras palabras, el terror que vimos emerger en Arizona, o el que se manifiesta cuando un estudiante mata a 20 compañeros, no es un producto automático de los conflictos políticos más recientes entre los conservadores y los liberales de Estados Unidos. Es resultado, sí, de un entorno de justificación de la agresividad que viene desde muchas décadas atrás, donde los programas de televisión, los videojuegos, las películas de cine, los héroes del planeta, son violentos y validan el combate por la “justicia”. Un discurso que muestra a Estados Unidos como una de las potencias más pasionales de la historia, pero lo es porque su destino manifiesto significa luchar por la “libertad” y llevar la “civilización” y la “democracia” desde Vietnam y Cuba hasta Irak o Afganistán. Un lenguaje que justifica la venta y posesión de armas para ciudadanos corrientes en aras de la “legítima autodefensa”. Vamos, si queremos encontrar la relación entre discurso y violencia, la hay. Salvo que de esa retórica, la del largo plazo, los demócratas, me temo, no se salvan. Visto así, de manera compleja, la reciente embestida discursiva del Tea Party en contra de los liberales termina siendo un factor contribuyente pero no determinante en este último incidente.
El lamentable atentado se convierte en un episodio más de la guerra real: la disputa que desde hace décadas sostienen los sectores más conservadores en contra de los liberales y la defensa que éstos últimos ejercen de sus proyectos. Y al revés. Se rebasan los límites del suceso mismo. Ahora, la víctima no es presentada únicamente como la congresista Gabrielle Giffords, sino como su activismo en pro de los derechos de migrantes y su lucha liberal. El victimario no es un joven de 22 años (en un complot o fuera de él), sino el discurso inflamatorio conservador que hace que este tipo de incidentes sean posibles.
Desde la Casa Blanca hasta los más recónditos espacios del Tea Party unos y otros se aprovechan del incidente para establecer sus agendas, enfocando la atención sobre lo más inmediato. Los próximos proyectos de ley. Las próximas encuestas y elecciones. La buena noticia es que en medio de su guerra hay quien no se deja engañar. La paz se construye, efectivamente, a través del discurso, entre otros factores. Pero en la larga duración. En la distancia.
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