Palabras que matan
En un país acostumbrado a la violencia como hoy es México, observar cómo los estadounidenses han reaccionado al tiroteo que produjo seis muertos y 14 heridos el pasado sábado en las afueras de un supermercado de Tucson, Arizona, nos debe de mover a la reflexión.
Hay que recordar que ese mismo fin de semana, en el puerto de Acapulco se vivió una de las jornadas más violentas en los últimos años, al ser encontradas 28 personas ejecutadas, de las cuales a 15 les cortaron la cabeza. En total, son 34 mil 612 los muertos en los últimos cuatro años por la guerra contra el narco, reconocidos por el gobierno federal. La confrontación abierta entre el gobierno de México y las bandas del crimen organizado vinculadas al narcotráfico dejó 15 mil 273 muertos en 2010, más del doble de los contabilizados en 2009 y el triple que en 2008.
Debemos de considerar que en los pocos días que llevamos del 2011, ya van tres alcaldes muertos en el país, que se suman a los 19 que han matado desde el 2008, así como a muchos funcionarios, candidatos y policías en esta guerra.
La reacción de pueblo y la clase política de Estados Unidos, tal vez nos parezca exagerada, dada la realidad que nosotros vivimos, pero es la reacción de un pueblo que no está acostumbrado a las masacres. Hubo una reacción similar cuando mataron a 32 estudiantes en la Universidad de Virginia en 2007, en un estado que, al igual que Arizona, facilitaba el acceso a armas, en donde un desequilibrado en una forma incomprensible pudo comprar lo que necesitó para realizar la masacre sin el mayor problema.
Tal vez si no hubiese sido herida la congresista Gabrielle Giffords, la noticia se hubiera reducido a titulares como “Desequilibrado mata a seis y hiere a 12 en un centro comercial en Tucson”. El debate hubiera girado alrededor de la pregunta de cómo una persona, claramente fuera de sus facultades mentales pudo comprar una pistola semiautomática, y un día antes del tiroteo ir a Wal-Mart a comprar municiones como si se tratara de dulces. Lo lamentable es que no podemos asumir que esta masacre vaya a traducirse en legislación que reduzca, o por lo menos, dificulte el acceso a armas de alto calibre. ¡La masacre en Virginia se convirtió en un llamado para que se les permita a los estudiantes portar armas en la universidad! De hecho, en Arizona, dos días después del tiroteo, se vendieron 60% más de armas en comparación a igual día del 2010, según la agencia Bloomberg.
Pero este lamentable suceso no se da de una forma aislada, sino dentro de una ambiente en el que se ha fomentado la división, la confrontación, donde la violencia en el discurso, y ahora en los hechos, han provocado que este tiroteo no pase inadvertido por la sociedad estadounidense.
El presidente Barack Obama dedicó gran parte de un emotivo discurso a Christina Taylor Green, la niña nacida el 11 de septiembre de 2001 que falleció en el tiroteo de Tucson, en una ceremonia para despedir a las víctimas, y para dirigirse a todos los ciudadanos ante estos hechos.
En este discurso, Obama comentó: “Lo que no debemos hacer es utilizar esta tragedia como un motivo más para confrontarnos (…) Mientras discutimos estos temas, hagámoslo con una buena dosis de humildad, en vez de señalar culpables, usemos estos hechos para escucharnos más cuidadosamente, para usar mejor nuestros instintos y aprender a entender cómo piensan y sienten los demás, y recordemos todo aquello que nos une”.
Más adelante en su discurso, el mandatario comentó: “Estos ciudadanos seguramente creían, como yo creo, que podemos ser mejores. Tal vez no podamos detener la maldad en el mundo, pero lo que sí está en nuestras manos es cómo nos tratamos entre nosotros”.
Se nota una clara preocupación del Presidente de Estados Unidos por lograr que sus compatriotas controlen el nivel de violencia e intolerancia que ha venido escalando desde hace varios años por distintos motivos. Tal vez Obama esté pensando en las palabras del estadista, científico y cofundador de aquella nación, Benjamin Franklin, que alguna vez dijo: “O caminamos todos juntos hacia la paz, o nunca la encontraremos”.
En nuestro país, no vemos esta preocupación por modificar el discurso, por mejorar el ambiente de cordialidad entre los mexicanos. Los líderes políticos siempre buscan confrontar, cuestionar, dividir, en especial en últimas fechas. Las palabras matan, pero también pueden curar.
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