Fue el 4 de junio de 2009 en la Universidad de El Cairo. Barack Obama llevó allí un mensaje que había preparado cuidadosamente a lo largo de varios meses y en el que tenía cifradas sus esperanzas de replantear en profundidad y sin imposiciones la relación entre Occidente y el Islam tal y como se había dado durante la era Bush. Inició su mensaje con un “Salam aleikum”, y el auditorio colmado de estudiantes, profesores, religiosos y algunos funcionarios estalló en aplausos.
Les habló a los jóvenes y les dijo que EE.UU. estaría de su lado en su afán de un mundo mejor. Mencionó palabras como derechos humanos, justicia, educación y progreso.
Lo que no sabía Obama ni quienes lo escuchaban –¿o acaso sí lo sabían él y algunos de quienes lo escuchaban?– es que se estaba encendiendo en ese momento la mecha de aquello que hoy está ocurriendo en Egipto y el mundo árabe : el inicio de lo que ya muchos llaman “una revolución democrática” en una región del mundo hasta ahora sometida al estereotipo de un supuesto dilema de hierro entre despotismo laico o autocracia religiosa. Noam Chomsky, entre otros, señaló que Obama hizo lo mismo de siempre frente a los sucesos egipcios: comportarse como un imperialista.
No es cierto.
Hay que releer ese discurso y observar de qué modo se fueron dando los acontecimientos. El presidente de la principal potencia militar del mundo y sustento del régimen que gobernó a Egipto en las últimas décadas les decía algunas cosas bien concretas a sus habitantes: “Tengo una convicción inquebrantable en que todas las personas anhelan ciertas cosas: la posibilidad de expresarse libremente y tener voz y voto en la forma de gobierno; la confianza en el estado de derecho e imparcialidad de la justicia; un gobierno transparente que no le robe a su gente; la libertad de vivir según escoja cada uno. Éstas no son solo ideas estadounidenses, son derechos humanos, y es por eso que nosotros los apoyaremos en todas partes (…). Y acogeremos a todos los gobiernos electos y pacíficos, siempre que gobiernen respetando a toda su gente”.
Es probable que las cosas no salgan del mejor modo para EE.UU. Pero no se le puede quitar a Obama el valor de haber regado esa semilla.
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