A 10 meses de que empiecen las elecciones primarias en Estados Unidos, y a un año y medio de la elección general, cabría suponer que el estado de la economía nacional y de los niveles de desempleo seguirán siendo los temas prioritarios en las campañas de los candidatos presidenciales. Sin embargo, la inestabilidad creada por las revueltas en varios países de África del Norte y sus posibles consecuencias globales, así como la intervención militar de Estados Unidos en Libia, hacen prever que la política exterior emergerá como tema importante. Desafortunadamente, mucho me temo que los países de América Latina seguirán siendo ignorados.
Con el país sumido en una profunda crisis económica y con sus fuerzas armadas peleando en dos frentes de guerra, pero obligado a encarar la crisis política y militar en Libia, el presidente Barack Obama ha renunciado, al menos temporalmente, a seguir considerando a su país como “la nación indispensable”.
Pero Libia es apenas una de las aristas de una crisis que empezó en Túnez, pasó por Egipto y sigue cimbrando a un puñado de países con gobiernos autocráticos que hasta ahora habían sido importantes aliados de EE. UU. en la región. El viejo paradigma que conducía al alineamiento con los déspotas para no alterar la estabilidad regional se ha derrumbado y esto ha obligado a Obama a intentar redefinir los principios de una nueva política exterior cuyo trasfondo es si debe estar basada en el sostenimiento de “valores democráticos universales” que funcionen para legitimar la intervención militar en casos como el de Libia, o si debe continuar basándose en consideraciones dictadas por los intereses geopolíticos o económicos del país.
En todo caso, como bien ha señalado el subsecretario de Estado, William Burns, en lo referente a la política exterior de Estados Unidos en esa región las metas son: promover el cambio pacífico a la democracia y la modernización económica y lograr un acuerdo de paz entre Israel y Palestina que garantice la seguridad de Israel y el aislamiento de Irán.
Así las cosas y considerando los mediocres resultados del reciente viaje del presidente Obama a Brasil, Chile y El Salvador, más su reunión previa con el presidente de México en Washington, lo que habría que preguntarse es si el Presidente en verdad ha intentado articular una política regional viable hacia América Latina.
Yo creo que no. El famoso discurso que tanto anunciaron como semejante al de ‘El Cairo’, que Obama recién pronunció en Chile, desilusionó a los chilenos, y en el resto de los países de la región ni siquiera un eco resonó.
En Santiago, Obama habló del tráfico de drogas, inseguridad, migraciones y comercio, pero no dijo qué es lo que su gobierno va a hacer para disminuir el consumo de drogas en EE. UU.; para detener el contrabando de armas a México; para combatir a las pandillas de criminales deportados por EE. UU. a El Salvador. Tampoco le puso fecha a la firma del tratado de libre comercio con Colombia y Panamá y no dijo cuándo se resolverá la situación migratoria de los millones de personas que hace años trabajan en EE. UU. sin documentos que legalicen su estancia. Parte del problema es que no se puede proponer una política sobre una entidad que no existe. América Latina es una invención que pretende ocultar las enormes variantes lingüísticas, étnicas, sociales, políticas y económicas del hemisferio.
Pero el problema principal es que mientras el conflicto en la región sea manejable, lo más probable es que Obama, o quien lo sustituya en el 2012, seguirá administrando la relación con cada país del subcontinente y dedicándole un poco más de atención, por lo menos retóricamente, a México y Brasil, los dos países que más peso tienen en el continente.
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