Our Good Neighbors

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Hace muchos años, el periodista e investigador Mario Gill escribió un libro cuya importancia fue crucial y que hoy, como todo lo valioso, entre best-sellers y demás basura de autoestima, se ha perdido: Nuestros buenos vecinos. En esta obra perdida, el investigador hacía un recorrido por las relaciones entre México y Estados Unidos. Como la obra de Gastón García Cantú, Las intervenciones norteamericanas en México, los resultados nos apabullaban. El trabajo de Mario Gill era más cercano a lo cotidiano, la forma en que Estados Unidos nos vejaba y al mismo tiempo nos sometía ante la indiferencia de la clase gobernante que sólo esperaba un periodo vacacional para llevar a sus hijos a Disneylandia. La tendencia pro yanqui ha llegado a lugares inimaginables debido a los medios electrónicos y desde luego a la globalización. Hemos perdido muy buena parte de nuestra identidad. Los jóvenes ya no saben qué tanto de su bagaje cultural es propio. Para colmo, la falsa izquierda, representada con precisión por el PRD, supone que ponernos pistas de hielo para patinar en medio de este calor brutal, es estar a la altura de Nueva York o Filadelfia. Lo que allá es natural, aquí es una burda y criminal copia, porque el agua es despilfarrada y el dinero mal utilizado en diversiones que suponen votos antes para AMLO, hoy para Ebrard.

La semana pasada concluyó con una violenta crítica del Departamento de Estado de EU, donde México era puesto en la silla de los acusados a escala internacional. Los yanquis inculpan a México y en especial al Ejército de violar los derechos humanos en la guerra desatada por Felipe Calderón contra el narcotráfico y que matan indiscriminadamente a criminales y ciudadanos inocentes. La nota completa es alarmante: México es un país torturador que no respeta la vida humana. Felipe Calderón contestó con timidez diciendo que hasta que el país cuente con 32 cuerpos policiales eficientes, uno por estado, el Ejército regresará a los cuarteles. Es decir, nunca. Los soldados seguirán patrullando las calles y cometiendo algunos excesos o abusos. Son elementos armados entrenados para enfrentar a ejércitos o a fuerzas guerrilleras, no al narcotráfico que tiene mandos más flexibles y en casi todos los casos, mejor armamento. Las grandes cantidades de dinero que se obtienen de dicho crimen son de tal magnitud que quienes participan son más osados cada vez y mejor pertrechados merced a los propios acusadores, los gringos.

Veamos las cosas con alguna calma. Los norteamericanos son los grandes consumidores, es normal que en un programa de televisión gracioso o en un filme dramático, alguien se drogue y la pase bien. El mercado norteamericano es un negocio portentoso que mueve alrededor de 60 mil millones de dólares anuales, la fortuna del señor Slim, y tiende a crecer. Pero hay algo peor y no es mi intención defender a ultranza al Ejército Mexicano, de quien pasé la juventud huyendo, en particular los días del movimiento estudiantil de 1968, donde murieron maestros y amigos míos y salvé la vida milagrosamente. En Estados Unidos sí que violan los derechos humanos. No tanto los propios como los extranjeros, allí está una larga lista de acusaciones probadas en Afganistán e Irak para tan sólo citar los países más obvios. Obama prometió cerrar la base de Guantánamo en Cuba, pero no lo hizo. Ese sitio es un enclave de tortura a los musulmanes y sufrimientos de brutalidad inaudita que muestra hasta dónde puede llegar EU en su manía por controlar al mundo, por mantener la superioridad que Dios le dio a los padres fundadores: el Destino Manifiesto. ¿Quién los juzga o al menos los acusa a ellos, torturadores y criminales de larga tradición? ¿O hemos olvidado el macartismo, cuando la manía anticomunista persiguió y encarceló a miles de ciudadanos que sólo pensaban distinto o que simplemente eran sospechosos de sustentar otras ideas que no eran las del ridículo American Dream?

Pero EU está en lo suyo: mostrarse ante el mundo como un dios justiciero y omnipotente, para eso es una potencia militar sin contrapesos. El problema es que la respuesta de las autoridades mexicanas nunca llegó, se limitaron a una explicación patética e ingenua. Ni siquiera tenemos una política internacional, mucho menos decoro. Habrá que esperar hasta que Wikileaks nos dé alguna información más precisa. No dudo que el Ejército de México sea reservado y oculte información sobre su proceder en esta guerra desatada por Calderón, pero eso es un asunto interno, en donde la presidencia y las organizaciones de derechos humanos son quienes deben hacer el enjuiciamiento y, en su caso, la condena.

Calderón ha intentado con escasos resultados hacer sentir su molestia con las opiniones e intromisiones yanquis. Pero nada ha conseguido. Sin personalidad política como Lula, Chávez, Evo o Castro, trata de responder con argumentos insignificantes. Ya los mexicanos que tantas esperanzas pusieron en Obama y en los demócratas, se apresuran a rectificar. Como bien decía una broma mexicana que, recoge Mario Gill en el libro citado, cuando se practicaba ya no la política del “Gran garrote” sino la del “Buen vecino” de Roosevelt: ellos son los vecinos y nosotros los buenos.

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