El fin de Osama bin Laden
Millones escuchamos con el alma en vilo el discurso del presidente Barack Obama: había muerto Bin Laden, el gobierno norteamericano estaba en posesión de sus restos y se había hecho justicia.
Dina Fernández
Periodista guatemalteca
Todos aquellos sectores sociales, personalidades, individuos e instituciones, de diversa condición social y distintos signos ideológicos, que por mucho tiempo han señalado las debilidades y desaciertos de las políticas de seguridad preeminentemente punitivas de los últimos 20 años, comparten la visión del gobierno actual que pretende impulsar una política de Justicia y Seguridad de carácter integral es: prevención; investigación y aplicación de la ley; reforma institucional; y readaptación y reinserción.
Mientras el equipo de seguridad del presidente Obama se reunía en la Casa Blanca para dirigir la “Operación Gerónimo” que tenía la orden de capturar vivo o muerto al enemigo número uno de ese país, Osama bin Laden; al otro lado del mundo, al este de Afganistán, un niño de 12 años, con la mirada fija en el Paraíso y el cuerpo forrado de explosivos, se abría paso entre la multitud de un mercado de la ciudad de Paktika, en la provincia de Sher Nawaz.
Antes de que los dos helicópteros tripulados por marinos “SEAL” pudieran aterrizar en el enorme complejo residencial de Abbottabad, en Pakistán, donde se escondía Bin Laden, el cuerpo del muchacho afgano ardía en una explosión que mató a cuatro personas, entre ellas una mujer y un funcionario, además de herir a otras diez. Si se confirma la edad del niño bomba, sería el atacante suicida más joven del que tengamos noticias.
La noche del domingo, millones escuchamos con el alma en vilo el discurso del presidente Obama: había muerto Bin Laden, el gobierno norteamericano estaba en posesión de sus restos y se había hecho justicia.
Pocos en cambio se percataron, al día siguiente, de las pequeñas notas periodísticas que reportaban las palabras del presidente de Afganistán, Hamid Karzai, condenando el bombazo de Paktika, cuya autoría reclamaron los Talibanes. “La utilización en ataques suicidas de niños y adolescentes, incapaces de discernir entre el bien y el mal, es inhumana y va en contra de los principios del Islam”, afirmó el mandatario.
La coincidencia entre ambos hechos puede explicar por qué después de la muerte de Bin Laden no se escucharon mayores condenas ni lamentos. Hubo algunas manifestaciones en Pakistán y los líderes de Hamás, en Palestina, emitieron una declaración altisonante.
Sin embargo, el mundo islámico no ha estallado en condenas. Por el contrario, hemos visto expresiones de alivio en las calles de Nueva Dehli. Según el diario El País, organizaciones árabes se han pronunciado para ofrecer su apoyo a lo ocurrido. En Washington, el director del Consejo Musulmán para Asuntos Públicos, Haris Tarin, aseguró que “Bin Laden solo se representaba a sí mismo”. En tónica similar, el presidente de la Asociación Islámica de Norte América, el imam Mohamed Mayid, expresó: “ahora rezamos para que se curen las heridas de la devastación que provocó el terrorista”.
Otros periódicos europeos, notablemente los británicos, han publicado notas de análisis que afirman que tanto el líder más prominente de Al-Qaeda como el movimiento yijadista en sí, venían en declive desde hace meses.
A modo de evidencia cuantitativa, citan encuestas que revelan el descenso de la popularidad de Bin Laden en Pakistán del 52% en 2005 al 18% en 2010. A modo de dato cualitativo, añaden que las camisetas con la efigie del terrorista ya no abarrotan los mercadillos. Y para rematar con un argumento político, explican los movimientos ciudadanos que han derrocado dictadores en Túnez y Egipto y provocado revueltas en Libia, Siria o Yemen se han desarrollado a espaldas de los extremistas. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que la mayor parte de las víctimas del terrorismo islámico, como las cuatro personas asesinadas en el mercado de Paktika por el niño bomba, son musulmanes.
Desde luego, lo anterior no significa que la amenaza de Al-Qaeda y otros grupos similares se haya terminado: ahora más que nunca los yijadistas necesitan demostrar que están vigentes y listos para matar.
Aún así, es de esperar que el fin de Bin Laden marque, cuando menos, el inicio de una nueva etapa en el conflicto iniciado con la caída de las Torres Gemelas. Menos mal, ya no estamos en el negocio de organizar cruzadas. “Esto no es una guerra contra el Islam”, aseguró el presidente Obama en su discurso del domingo. En efecto, se trata de combatir a los intolerantes y los violentos, dispuestos a eliminar a todos aquellos que no se les sometan, ya sean cristianos, musulmanes o judíos.
Lo ideal sería que cuando pase la euforia y la catarsis, se inicie en el norte del hemisferio una reflexión profunda acerca de las reformas perversas que provocó el 11 de Septiembre.
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