La ejecución de Osama Bin Laden, operativo llevado a cabo con magistral destreza y precisión por comandos especiales estadounidenses, logró relegar a un segundo, véase tercer plano, uno de los acontecimientos más importantes registrados en la región de Oriente Medio durante las últimas semanas: la reconciliación de las principales facciones palestinas -Al Fatah y Hamas- enfrentadas desde 2007, cuando el movimiento islámico se hizo con el poder en la Franja de Gaza, territorio caótico, difícilmente controlable por apparatchiks del laico Al Fatah.
En aquel entonces, los gobernantes de Tel Aviv no dudaron en echar las campanas al vuelo: “¿Cómo se puede dialogar con un Gobierno –la ANP de Ramallah– que apenas controla un 50 por ciento del territorio palestino?”. Los ganadores de las elecciones celebradas en Israel en 2009 hicieron suya la negativa de hablar con la plana mayor de la Autoridad Nacional Palestina. El moderado Mahmud Abbas, que había heredado las funciones del satanizado Yasser Arafat, se convertía a su vez en un personaje irrelevante, calificativo empleado por los políticos hebreos a la hora de buscar coartadas para rechazar el diálogo con la ANP.
Tampoco hay que extrañarse, pues, si a la hora de la verdad la reconciliación de las facciones palestinas fue calificada de “error fatal” por parte de la clase política hebrea. El primer ministro israelí no dudó en tildar al líder de la ANP de “traidor de los ideales de su pueblo”, por haber preferido sellar las paces con los “terroristas de Hamas” en lugar de aceptar la negociación (¡que brilla por su ausencia!) con Israel. En resumidas cuentas: todos los pretextos son buenos para eludir el diálogo.
Huelga decir que Netanyahu, conocedor de la estrategia de Mahmud Abbas, es incapaz de disimular su inquietud ante la maniobra de la OLP, que pretende solicitar a la Asamblea General de las Naciones Unidas, que se celebrará en septiembre próximo, el reconocimiento de un Estado palestino. Mas para ello, los palestinos tienen que ofrecer una imagen de unidad, una postura coherente. De ahí el deseo del Presidente de la ANP de archivar la pugna con el movimiento islámico, de crear un Gobierno de unidad nacional integrado por tecnócratas no pertenecientes a las facciones rivales, de anunciar la celebración de elecciones generales en un plazo de un año.
De ahí también el temor de los políticos hebreos ante la nueva realidad palestina, que facilitaría la aprobación de una resolución de las Naciones Unidas sobre el Estado palestino, apoyada por un centenar de países, liderados por potencias emergentes de Asia y América Latina. Una resolución que, la verdad sea dicha, tampoco cambiaría la situación de facto en Cisjordania y Gaza, pero sí acentuaría el aislamiento político y diplomático del Estado judío.
Conviene recordar que los gobernantes israelíes han sido incapaces de comprender y/o apreciar en su justo valor el impacto de los acontecimientos que tuvieron lugar últimamente en la zona y que exigen un cambio radical de táctica por parte de Tel Aviv. El inmovilismo ante la solución del conflicto israelo-palestino, podría llevar el agua al molino de los radicales islámicos: los Hermanos Musulmanes en Egipto, Jordania y Siria, Hezbollah, en el Líbano, etc. Sin embargo, el Primer Ministro Netanyahu prefiere hacer caso omiso de las consecuencias de la llamada “primavera árabe”, reservándose el derecho de presentar una nueva iniciativa diplomática ante el Congreso de los Estados Unidos, partiendo obviamente del supuesto de que… “quién paga, manda”.
El inmovilismo de Netanyahu preocupa al actual inquilino de la Casa Blanca. Barack Obama quien sabe positivamente que Norteamérica no puede ni debe renunciar a su papel hegemónico en la región. Y ello, por la sencilla razón de que la aceptación de una iniciativa palestina o israelí acabaría erosionando el ya de por sí frágil prestigio de Washington en el mundo musulmán. El presidente de los Estados Unidos desvelará el próximo día 24, presentará, su propio plan de paz, tratando de adelantarse a las propuestas de Abbas y Netanyahu.
Queda por ver si la pax Obama no correrá la misma suerte que las decenas de iniciativas presentadas en los últimos 50 años por tantos, tantísimos hombres de buena voluntad. Perdón, estadistas de altos vuelos…
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