El pragmatismo se impuso sobre la ortodoxia diplomática. Después de la forma como salió del país el embajador Carlos Pascual — con una especie de fatwa a la mexicana declarada por nuestro Presidente — lo normal habría sido que Washington se tomara su tiempo para designar a un nuevo representante diplomático en México. Sin embargo, el gobierno de Barack Obama se tomó apenas una semana para filtrar primero y designar después al segundo de a bordo de la embajada estadounidense en Afganistán, Tony Wayne, como nuevo embajador en nuestro país. El nombramiento está cargado de simbolismos.
La primera señal que Washington envía a nuestro país es que ante la delicada situación por la que atraviesa México, más vale tragarse el orgullo, dejar de lado las sutilezas de la diplomacia y enviar a alguien capaz de hacerse cargo de la misión diplomática más grande de Estados Unidos en el mundo. Afganistán es sin duda prioritario para la lucha antiterrorista que libra Estados Unidos. No obstante y seguramente con incomodidad, deciden echar mano de uno de los diplomáticos más sobresalientes con que cuenta Estados Unidos, para que se encargue de las relaciones con el país vecino.
En Estados Unidos, como en México, hay diplomáticos de carrera y diplomáticos ‘a la carrera’. Carlos Pascual, un académico de altos vuelos, formaba parte más bien del segundo grupo. Anthony Wayne es uno de los pocos profesionales que ha alcanzado el difícil grado de career ambassador, título reservado para aquellos miembros del servicio exterior que han tenido una trayectoria sobresaliente. El último que tuvimos en México con ese nivel fue Goeffrey Davidow, quien dejó buenos recuerdos. Wyane recibió este reconocimiento del presidente Barack Obama hace un año. Con esta distinción, de pasada, el gobierno de Washington avaló la gestión realizada por Wayne como embajador en Buenos Aires, de donde salió raspado por el episodio del maletín lleno de dinero que enviaba el venezolano Hugo Chávez, a su preferida en las elecciones argentinas, la señora Cristina Kirchner. A los pocos meses le confiaron la encomienda de distribuir la cuantiosa ayuda que ofrece Estados Unidos a Afganistán. Sus reconocidas dotes de comunicólogo habrían de aplicarse para que los afganos sintieran que les iría mejor alejándose de los talibanes.
Y aquí entra la segunda señal importante hacia México. Una de las especialidades del embajador Wayne es la lucha contra el lavado de dinero y el aseguramiento de activos de grupos terroristas. Interceptar las transferencias de grupos extremistas a los talibanes y a las mismas células de Al-Qaeda en Afganistán fue una de las tareas primordiales de este diplomático en Kabul. Lo que haya aprendido este funcionario en aquellas distantes tierras, bien podría tropicalizarse y adaptarse al caso mexicano. En Afganistán, una porción considerable de los ingresos por venta de amapola y heroína iban a parar a manos de los grupos armados y organizaciones más radicales. En México el caso es distinto y por lo mismo le va a dar un dolor de cabeza al flamante embajador. En nuestro país, parte del pago a nuestros narcos se realiza en especie, esto es, con remanentes de cocaína que después deben vender por su lado para obtener sus ganancias. Este hecho llevará al señor Wayne a encontrar que el dinero que llega a manos de los narcos mexicanos procede del mismo Estados Unidos. Encontrará muy pronto lo obvio: que las drogas viajan de sur a norte, mientras que las armas y el dinero lo hacen de norte a sur. ¿Hará algo al respecto? ¿Librará la batalla en Washington, lo mismo que en México? Igual descubre que era más sencillo cortar los envíos de dinero a los talibanes que romper las cadenas del crimen que enlazan a México y Estados Unidos.
El asunto que también está por verse es el trato que dispensen las autoridades mexicanas para que este diplomático abone a una mejor relación bilateral. Si lo recibimos con la Marcha de Zacatecas, con la sospecha y con canales cerrados, será más difícil superar el periodo de irritación por el que atraviesan los vínculos entre México y Washington. Obama ya dio muestras de pragmatismo, de voltear la página y mirar hacia delante. Wayne llega como pítcher relevista en el último tercio del partido. A nuestro presidente — ya lo dijo — le gustan los últimos tramos de la competencia. Ahora está por verse si los funcionarios mexicanos le hacen swing al primer lanzamiento o nos dejan ver qué trae en el brazo.
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