La anunciada visita del presidente Barack Obama a Puerto Rico y el aniversario de la muerte de mi padre me obligan a la siguiente reflexion.
Obama nos visitará para conmemorar el cincuenta aniversario de la visita a Puerto Rico del presidente John F. Kennedy, su antecesor ideológico inmediato en la Casa Blanca. Con ello, Obama transmite un contundente mensaje de que su visita será un reconocimiento al Estado Libre Asociado como un status de plena dignidad política para Puerto Rico. Durante la presidencia de Kennedy, Puerto Rico y Estados Unidos disfrutaron de las mejores relaciones entre gobiernos. Las mismas estaban basadas en el pleno reconocimiento que el entonces presidente le dio al ELA como una fórmula descolonizadora de status político para Puerto Rico. Con su anunciada visita, Obama se posiciona como el heredero ideológico de aquel pensamiento liberal en Estados Unidos que tan buenos frutos ha dado aquí.
Al cumplirse el aniversario de la muerte de mi padre en estos días, pienso en un episodio de su vida pública en el cual estuvo involucrado con otra visita presidencial a Puerto Rico y por cuya actuación me siento profundamente orgulloso de él. Al contrario del caso de la visita de Kennedy, a mi padre y a su generación les tocó lidiar con un presidente norteamericano y una Casa Blanca conservadores y republicanos que muy poco les interesaba respetar la dignidad política de este pueblo y de nuestro status político. El episodio al cual me refiero está cabalmente descrito por el exgobernador Rafael Hernández Colón en sus memorias recién publicadas (“Hacia la meta final”, 2011). Resulta que, allá para 1975, se celebró en Puerto Rico una conferencia de los jefes de gobierno de las siete economías más grandes del mundo, el entonces denominado G-7. Además del presidente Gerald Ford, en aquella ocasión nos visitaron los jefes de gobierno de Japón, Inglaterra, Francia, Italia, Alemania y Canadá. Antes de la llegada de Ford a Puerto Rico, mi padre, entonces secretario de Estado, recibió un pedido de la Casa Blanca para que los símbolos de Puerto Rico fuesen excluidos de las ceremonias de recibimiento a Ford y a los otros jefes de gobierno. Mi padre se enfrentó enérgicamente a aquel pedido insultante de quienes parecían no entender que Puerto Rico es un pueblo con su estado político y no un territorio de Estados Unidos. La contundencia de aquel enfrentamiento fue tal que todos los jefes de gobierno, incluyendo el propio Ford, fueron recibidos al son de “La Borinqueña” y con un amplio despliegue de nuestra bandera.
Tengo un recuerdo parcial de todo aquello. No recuerdo nada sobre la controversia con la Casa Blanca. En aquel momento tenía yo unos siete años de edad. Mi pasatiempo favorito era acompañar a mi padre a sus actividades públicas. Disfrutaba mucho de verlo hablar en público. Me sentía protegido por sus palabras y por sus acciones. De ese día recuerdo presenciar la llegada del avión presidencial. Recuerdo formar parte de un larguísimo séquito de recibimiento. Y recuerdo muy bien cuando el presidente Ford se me acercó y me extendió su mano, la cual estreché con entusiasmo. El orgullo que siento por las actuaciones de mi padre en aquellos días me vino después, cuando tuve capacidad suficiente para entender las dificultades por las cuales atraviesa continuamente este pueblo para darse a respetar, en gran parte por las propias actuaciones de sus propios líderes políticos.
Treinta y seis años después de aquella accidentada visita presidencial, se intercambian los roles de una manera un tanto irónica para Puerto Rico. En contraste con 1975, en el 2011 es el propio gobierno de Puerto Rico, conservador y republicano, el que no reconoce la dignidad política de nuestro status político. Y es el presidente norteamericano que nos visita el que sí reconoce nuestra dignidad política.
Hoy en día comparto el orgullo que siento por las actuaciones de mi padre con el presidente norteamericano que, al igual que mi padre, actúa en defensa de la dignidad política de este pueblo, y no con quienes gobiernan actualmente el Estado Libre Asociado. Estos últimos son los que, al igual que el presidente Ford, se afanan en no reconocerle a este pueblo los logros ya alcanzados con el establecimiento del Estado Libre Asociado.
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