Symptoms of Discomfort

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Hoy el hombre que llegó al poder en Guatemala con el eslogan “Vota con mano dura”, propone soluciones blandas para el narcotráfico. “Quiero poner la discusión sobre la mesa”, dijo Pérez Molina acerca de la posible despenalización de las drogas.

Pérez Molina se une así a Santos, a Calderón y a Mauricio Funes, de El Salvador, como presidentes que se apartan de los lineamientos de Washington en su visión de la lucha contra el narcotráfico.

Repensar la prohibición de las drogas ya no es un asunto de colinos, académicos y expresidentes —lo que había sido ya un avance— sino que, como lo señala Andrés Oppenheimer en el Miami Herald, es un debate que está llegando a las esferas de los gobiernos.

Colombia, México, Guatemala y El Salvador han seguido la cuartilla de Washington, pero no han podido controlar el poder de los narcos. Han asumido los costos en gasto de defensa, sin ver los beneficios en términos de seguridad. Las consecuencias negativas, en términos de corrupción estatal, salud pública y sobrepoblación carcelaria son dramáticas.

La muerte de más de 350 presos en el incendio de la cárcel de Comayagua, o los casi 50 asesinatos en la pelea de la cárcel de Apodaca en México están estrechamente relacionados con la guerra contra las drogas. Los gobiernos están poniendo a más gente tras las rejas de la que pueden cuidar. En Colombia nada más, según un estudio de DeJusticia, en 2009 el 17% de los presos del país estaban adentro por un crimen no violento relacionado con drogas. Y eso en un país donde el consumo de drogas está despenalizado.

Pero los gringos no quieren saber nada del tema. Aunque las preguntas sobre la legalización son las más votadas en los foros electrónicos de Obama, el presidente ha optado por ignorarlas abiertamente, como sucedió en la pasada charla por Google+. Hace poco le pregunté a un alto funcionario de Obama, encargado de América Latina, qué pensaba de que el tema de la despenalización fuera importante en la Cumbre de las Américas, y respondió con desidia, como si no se tratara de un tema importante, que EE.UU. nunca iba a despenalizar.

Esa postura no es nueva. El otro día Nicolás Uribe, el uberpenalizador, me aconsejó por Twitter lo siguiente: “Debería dedicar menos tiempo a justificar su adicción y más a hacer cosas productivas. Su obsesión es síntoma de su malestar”.

Me quedo sólo con lo último (pues que yo sepa Uribe no es médico para estar diagnosticando): la obsesión con un cambio en las políticas de drogas en América Latina es un síntoma del malestar que están causando. Y eso es algo que a EE.UU. le quedará cada vez más difícil ignorar.

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