Will the Summit of the Americas Be Historic?

Edited by Adam Talkington

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Parece que en la Cumbre de las Américas, en Cartagena, caerá finalmente la prohibición más estricta de la política prohibicionista de drogas: la de discutir cualquier alternativa entre los gobiernos del mundo.

Desde hace tiempo se dijo que la cumbre era el escenario ideal para descorchar el tema, porque reunía a la región más afectada por el prohibicionismo, a los principales productores de la sustancia dominante del mercado y al principal consumidor mundial. Y que Colombia debía introducir el tema en la agenda en su condición de anfitrión. Pero el Gobierno prefirió utilizar una estrategia “tempista”, de esperar a que las condiciones estuvieran maduras para actuar sobre ellas. El planteamiento del presidente Santos a finales de 2010, en el sentido de que era partidario de abrir el debate y que no descartaba la legalización si esa era la conclusión mundial, obviamente apuntaba a estimular a los países latinoamericanos a exigir el debate. Se preveía que la chispa empezaría al interior de alguna de las instancias multilaterales de la región, y que surgiría de Centroamérica por ser la zona afectada por el rebosamiento del narcotráfico.

Y así fue, pero la iniciativa terminó proviniendo de un actor inesperado: el nuevo presidente de Guatemala, un exgeneral que ha tenido éxito en convocar a sus colegas, a pesar de la oposición de algunos a la idea de la despenalización, como Panamá y Honduras. Se dice que los Estados Unidos abrieron la puerta a la discusión, pero la realidad es que no tuvieron alternativa porque la estaban empujando con fuerza los centroamericanos. Después del fracasado intento del vicepresidente Biden de apagar el incendio con la fórmula torpe de que “Estados Unidos está absolutamente comprometido en ganar la batalla al narcotráfico”, y de la oposición a la participación de Cuba en la cumbre, los norteamericanos se quedaron sin poder de veto. Pero eso es anecdótico. La realidad es que están dadas las condiciones históricas para que comience la discusión: desde el crecimiento desmesurado de los daños colaterales, hasta la pérdida de influencia de Estados Unidos en la región.

Ahora el reto es conseguir una buena largada. Eso tiene dos requisitos: que la discusión no la radicalicen países como Venezuela y Bolivia, y que Estados Unidos no consiga sacar viva de la cumbre la tesis de que el prohibicionismo no ha fracasado porque han bajado tanto el consumo como la producción de cocaína, en Estados Unidos y Colombia. La siguiente pregunta es ¿cuál debe ser el segundo paso? Ir directamente a la ONU es la estrategia preferida, porque allí Estados Unidos es minoría, pero la realidad es que en ese foro también hay otros opositores fuertes, como los países árabes y China. Quizás sea mejor ir a la OEA primero, donde la masa crítica a favor de la discusión neutraliza la influencia de Estados Unidos y se ve la problemática en toda su dimensión. Muy seguramente el impulso que ha aportado Guatemala se agotará en la cumbre, y toda la región, incluido Estados Unidos, buscará que sea el presidente Santos quien continúe liderando el tema. Desde ese momento Colombia deberá decidir si convierte la despenalización de la droga en su principal objetivo de política exterior, con todos los riesgos y beneficios que eso entraña.

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