Cuba no debe codearse con países demócratas en ninguna Cumbre de las Américas, por inútiles que sean esos foros. No porque Estados Unidos lo vete, ya que el imperio no tiene autoridad moral alguna para rechazar a Cuba mientras abraza, por ejemplo, a Arabia Saudita, sino por respeto a Latinoamérica. En esta parte del mundo, las dictaduras han sido una tragedia para sus pueblos y la única que queda -aunque Venezuela está convirtiéndose en otra- no puede ser premiada con un trato igualitario.
Tiene gracia que los movimientos sociales y algunos mandatarios que presionaron para que el sátrapa Castro viajara a Cartagena organizarían todo tipo de revueltas si el invitado fuese un dictador de derechas. Esa es la eterna doble moral que vemos en el mundo: justifican las violaciones de los derechos humanos de los dirigentes del mismo espectro ideológico o de líderes que les reportan algún beneficio.
Para la izquierda latinoamericana, Fidel Castro es un ícono y si bien le parece terrible que un presidente democrático quiera reelegirse dos veces -caso Álvaro Uribe-, no ven inconveniente en que los hermanos cubanos ejerzan un poder despótico con carácter vitalicio. Además, miran para otro lado, como hizo Lula da Silva, si un disidente muere tras una huelga de hambre justo el día en que visitan la isla. Para ellos, las Madres de Plaza de Mayo argentinas son respetables, pero las Damas de Blanco cubanas son unas molestas señoras empeñadas en alzar su crítica voz en contra de Castro.
Tampoco denunciaron que la bloguera Yoani Sánchez no pudiera abandonar La Habana para asistir a conferencias en Brasil, a donde estaba invitada, porque a su gobierno no le dio la comunista gana. Y eso que Dilma Rousseff es una supuesta progresista, defensora, dicen, de los derechos de las personas, pero no movió un dedo por su congénere cubana.
Lo que sí tendría que acabarse es la guerra contra las drogas tal y como está concebida. Es evidente que Estados Unidos no la variará de momento, pero terminará cediendo en el futuro y legalizando -o regulando- tanto la producción como el consumo porque es una lucha perdida. Después de ríos de sangre e incontables muertos, la pírrica victoria colombiana fue pasarle parte del problema a Bolivia, México y Perú.
Llevo trece años cubriendo, como reportera, narcotráfico y conflicto armado y lo único que veo es que los cultivos sobreviven, los capos se reproducen, los carteles se reciclan, autoridades y sectores sociales se corrompen y el número de consumidores locales aumenta de manera alarmante. No hay campañas de prevención efectivas, solo campañas bélicas para pelear contra un enemigo invencible.
Se lo escuché el viernes al nuevo presidente guatemalteco, que fue director de inteligencia en su país, capturó a capos grandes y sabe mucho más de esos combates contra el narcotráfico que cualquier jefe de Estado norteamericano: “Después de 51 años de lucha y criminalización de la droga, esta no ha sido la ruta adecuada; es el momento de buscar otras nuevas”.
Somos muchos los que sabemos que tiene razón, que la legalización de producción y consumo de esa basura puede ser la vía, junto con medidas adicionales, pero no habrá cambios por ahora. Europa y Estados Unidos son los mayores demandantes de coca, marihuana y heroína, además de receptores de buena parte de los dineros sucios, pero los europeos solo aportan migajas para paliar el desastre que provocan, y los gringos cada vez contribuyen con menos fondos a una guerra infructuosa.
Total, que insistirán en la estrategia fracasada. Igual que nada será diferente en las Malvinas, vergonzoso vestigio colonial británico que tendría que regresar a la Argentina, su nación legítima.
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