Polarized Democracies

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La concentración de ingresos en pocas manos, un fenómeno que agobia de manera creciente a los Estados Unidos desde hace cuatro décadas, ha convertido a la democracia norteamericana en la más desigual entre los países desarrollados. Los multimillonarios amasan fabulosas fortunas en medio de una sociedad donde millones de sus compatriotas tienen enormes dificultades para conseguir un mínimo aceptable de bienestar.

La fatal combinación entre riqueza para unos pocos y desesperanza de muchos coloca a la mayor potencia de la tierra a distancia del ideal democrático igualitario que se despliega en una sociedad donde las oportunidades son finalmente una realidad concreta para todos.

La solución a este galimatías de la desigualdad no aparece como algo cercano a la vista, ya que se trata de un fenómeno esencialmente político. La polarización social se retroalimenta de una inédita polarización política caracterizada por la imposibilidad de concertar y consensuar las políticas necesarias para solucionar los grandes desafíos que enfrentan como la ecuación de la desigualdad.

La imposibilidad actual de construir un consenso entre los partidos mayoritarios acerca de las acciones a tomar se debe, según manifestó recientemente el economista Paul Krugman en el New York Times, a la disfuncionalidad que genera un partido republicano conquistado por sectores extremos que no reconocen la legitimidad de la oposición política. Bajo esa premisa la cooperación se hace muy difícil pues el interés nacional queda relegado, por parte de uno de los grupos políticos dominado por el dinero y la influencia del sector que concentra los ingresos, a la imposición de una agenda propia y al triunfo en la arena política.

El costo que genera la polarización en una democracia, cuando un sistema político es paralizado y acosado por un sector que intenta imponer su agenda a costa del bienestar generalizado, es justamente el tema al cual se refirió el ex presidente Jimmy Carter en su libro “Nuestros Valores en Peligro”. Carter fue uno de los primeros políticos que señalaron, ya en 2005, las consecuencias que tendría una democracia polarizada para el bienestar y la convivencia en armonía al bloquear la posibilidad de afrontar en conjunto los problemas más acuciantes.

La experiencia pareciera indicar entonces que en una democracia que no polariza la convivencia política deja espacios para la construcción de consensos mayoritarios que posibilitan el impulso, fortalecimiento y perfeccionamiento de políticas públicas de largo plazo necesarias para el bienestar generalizado. Un ejemplo de ello podría ser la política social de Brasil originalmente concebida e impulsada por el gobierno de Cardoso y continuada y profundizada por Lula y ahora por Dilma.

En nuestra región, que tiene el triste récord de ser la más desigual del planeta y que ya ha aprobado el gusto amargo del desencuentro y la división, están apareciendo democracias que se alejan de la polarización política para dar lugar a una dinámica política virtuosa donde la pobreza y la desigualdad, nuestros mayores desafíos, se reducen de manera creciente.

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