Romney, the Anti-Obama

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El precandidato presidencial republicano de Estados Unidos, Mitt Romney, ya puede irse quitando el prefijo ‘pre-‘: a falta de la proclamación formal que hará la convención de su partido en agosto, ya es el contrincante que enfrentará en noviembre al actual jefe del Estado, Barack Obama. Desde el martes, cuando sumó 88 delegados en las elecciones primarias de Texas y alcanzó la cifra mágica de 1.144, que asegura el triunfo en la convención, este empresario y exgobernador de Massachusetts, de 65 años, dejó de ser simplemente el líder de la carrera republicana y es ya el aspirante a la Presidencia por su partido.

Hace unos meses, cuando la ventaja de Obama sobre cualquiera de los precandidatos republicanos era amplia, poco importaba cuál vencía. Pero las últimas encuestas revelan un empate virtual entre el actual presidente y Romney, de modo que podría definirse por un porcentaje mínimo quién ocupará la Casa Blanca entre el 2012 y el 2016. De allí que las dos campañas hayan optado por atacar con dureza a sus oponentes, más que encomiar a sus candidatos.

La victoria de Romney encuentra a Obama en una situación difícil. Han fracasado sus proyectos de energía renovable (la quiebra de varias empresas cuesta millones a los contribuyentes), su plan de salud (de 2.409 páginas) es víctima de constantes ataques y la encrucijada internacional no lo favorece, con una Unión Europea en graves aprietos económicos, una China que avanza incontenible y una guerra civil en Siria que Washington no logra desmontar.

En contraste, el nombre de Romney no tiene resonancias internacionales, salvo en el área deportiva. Allí se lo recuerda como el salvador de los Juegos Olímpicos de Salt Lake City del 2002. Las olimpiadas estaban amenazadas por actos de corrupción en la escogencia de la sede, crisis financiera y el riesgo de nuevos ataques terroristas como los del 2001 contra Nueva York y Washington. Nombrado director, Romney, miembro de la iglesia mormona cuyo vaticano es Salt Lake City, saneó las finanzas, organizó un impecable esquema de seguridad y sacó adelante el torneo. Hoy por hoy, su gestión olímpica es uno de los mayores avales que ofrece frente a la arremetida de la campaña de Obama, que lo pinta como un gerente inepto e irresponsable que fracasó en el sector privado.

Mientras que Obama es un afrodescendiente de clase media, la imagen de Romney es la de un multimillonario alejado de la realidad nacional. Su mujer posee dos Cadillacs y una costosa cuadra de caballos de exhibición artística. Para empeorar las cosas, se sumó a su campaña Donald Trump, el excéntrico y ególatra magnate farandulesco que parece extraído de la serie Dallas. Trump le robó parte del protagonismo en Texas cuando se presentó en un acto para recaudar dinero con destino a la campaña republicana. Allí sostuvo, una vez más, que Obama no nació en Hawái ni en EE. UU. y que, por ende, había que revocarle la credencial de presidente. Tal calumnia fue desmentida documentalmente hace años y la rechazó John McCain, rival republicano a quien Obama venció en el 2008. Ahora, Romney guarda silencio y aduce en privado que, si semejante especie falsa sirve para recaudar fondos, es bienvenida.

Otro problema de Romney es su fe: se trata del primer mormón que llega a tan alta posición política. Y aun cuando los mormones son una minoría de raras creencias, de John Kennedy se dijo que no llegaría a la Casa Blanca por ser católico. Y llegó.

En los cinco meses que faltan para las elecciones veremos aumentar la guerra de ataques. La ventaja de Obama es que el Presidente tiene más iniciativa y más reflectores que su rival.

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