IAN BREMMER, presidente del Eurasia Group, la más importante consultora de riesgo político del planeta, describe en su último libro la situación geopolítica actual como el “mundo del G-Cero”. Se refiere a que, a diferencia de lo que ocurría con el grupo de las siete naciones más industrializadas (el G-7) o con la intentona fallida de hace un par de años por darle alas a un referente más amplio que incluyera a 20 países (el G-20), hoy el escenario internacional no tiene un dominador claro y nadie está a cargo (el G-0).
La globalización, dice Bremmer, ha debilitado a Estados Unidos, la antigua potencia hegemónica, facilitando el surgimiento de otras como China, India o Brasil. Pero estos actores emergentes están concentrados en su propio crecimiento y no quieren por ahora asumir responsabilidades globales. El resultado es que, no obstante existir problemas que requieren tratamiento urgente, como los que tienen que ver con el clima, la liberalización comercial, la crisis financiera o la intención de Irán de contar con armas nucleares, nadie toma decisiones y las cuestiones graves quedan sin resolver. “Por primera vez en siete décadas, sostiene Bremmer, vivimos en un mundo sin liderazgo global”.
La metáfora del G-Cero también puede ser aplicada a nivel doméstico. Muchos países sufren hoy las consecuencias de un liderazgo político débil, lo que genera un vacío que ha sido llenado por grupos de presión altamente motivados, con capacidad de movilización para influir en la definición de la agenda pública. De esta forma ganan prioridad problemas que no son de interés general o que deberían recibir atención secundaria. En Estados Unidos, por ejemplo, el lobby homosexual ha conseguido que varios congresos estaduales y tribunales de justicia autoricen el matrimonio entre parejas del mismo sexo, pese a que no se trata de un tema que despierte adhesión popular, como queda demostrado por el hecho de que ninguno de los más de 30 estados que han sometido el asunto a votación -ya sea de manera directa o a través de reformas legales o constitucionales- ha aprobado el matrimonio homosexual. Mientras tanto, en Chile los estudiantes universitarios y los planteles del Consejo de Rectores han desviado el debate hacia los problemas de la educación superior, pese a que autoridades y expertos de todos los colores vienen repitiendo hace rato que el obstáculo más grave para la calidad y la movilidad social está en la educación escolar e, incluso, en la preescolar. Pero, como los alumnos de quinto básico no salen a las calles, a diferencia de sus hermanos mayores universitarios, y los líderes políticos chilenos no se atreven a enfrentar a estos últimos, hemos terminado discutiendo los problemas no tan urgentes y asignándoles cuantiosos recursos a quienes los necesitan menos que los escolares.
A nivel global, las consecuencias del G-Cero pueden llegar a ser catastróficas: efecto invernadero, guerras comerciales, corridas bancarias o conflictos nucleares. En cambio, un G-Cero en el ámbito doméstico de los países probablemente no causará daños apocalípticos aquí y ahora, pero sí persistentes y silenciosos perjuicios que van a terminar pagando generaciones futuras, a no ser que los líderes políticos asuman pronto su responsabilidad de dirigir.
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