Edited by Audrey Agot
De nueva cuenta, un coctel de fanatismo, trastornos mentales y armas de fuego trae luto y pesar a decenas de hogares en EEUU. En esta ocasión, la sala de un cine, donde se estrenaba la tercera y última entrega del director Christopher Nolan sobre Batman, fue elegida como escenario para esta tragedia, que se cobró la vida de al menos 12 personas y dejó heridas a otras 59.
El hecho ocurrió la madrugada del viernes en Denver, Colorado, cuando un hombre ataviado con una máscara de gas, un casco, un chaleco antibalas y armado hasta los dientes (con una escopeta, dos pistolas y un rifle de asalto, legalmente adquiridos) irrumpió en un cine donde se proyectaba el estreno de El caballero oscuro: la leyenda renace. Tras su aparatosa entrada, disparó contra los espectadores, entre los que se encontraban niños. Minutos más tarde llegó la Policía y aprehendió al autor: James Holmes, un joven blanco de 24 años, quien contaba con estudios superiores. Incluso desde junio de 2011 cursaba un doctorado en el Departamento de Neurociencia de la Universidad de Denver, pero abandonó el programa este año.
Tras el incidente, propios y extraños vincularon a Holmes con los malos de la película de Nolan. Algunos piensan que se propuso imitar a Bane, el criminal de esta última entrega que aterroriza la ciudad de Gotham, y que lleva siempre una máscara que le cubre la nariz y la boca, para suministrarle un calmante que le alivia el dolor de viejas heridas. Otros sugieren que Holmes se identificó con el Guasón, el perturbador enemigo de Batman, cuya maldad asoló Ciudad Gótica en la versión anterior.
Más allá del evidente trastorno del asesino, que puede tener o no relación con los coprotagonistas de Batman, lo cierto es que esta tragedia pone nuevamente en evidencia las terribles consecuencias de la libre venta de armas en EEUU. En efecto, incidentes de esta naturaleza son cada vez más corrientes en el país del norte. Tan sólo en los últimos 20 años se han contabilizado 23 tragedias similares, con un balance de más de 60 muertos.
¿Cómo explicar este absurdo de armar a la población civil, habida cuenta de la posibilidad cada vez mayor de que las armas lleguen a manos de delincuentes o de personas perturbadas que, bajo el modelo del héroe americano, se sienten con el derecho y el deber de ejercer “justicia” con sus propias pistolas?
Pues, por el poder y la angurria del dinero. Sólo así se explica que un negocio tan nocivo como es la venta de armas, cuyos principales beneficiarios no son quienes buscan defenderse sino quienes buscan delinquir (el caso más evidente son las diferentes organizaciones criminales) goce de tan buena salud en EEUU; y ello gracias al auspicio de la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA), cuya influencia sobre las grandes esferas republicanas del poder es más que evidente.
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